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04 Orígenes míticos, símbolos y rituales en Chocola y las Tierras Mayas del Sur – Juan Antonio Valdés y Cristina Vidal – Simposio 18, Año 2004

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Valdés, Juan Antonio y Cristina Vidal

2005        Orígenes míticos, símbolos y rituales en Chocola y las Tierras Mayas del Sur. En XVIII Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 2004 (editado por J.P. Laporte, B. Arroyo y H. Mejía), pp.39-48. Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala.

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ORÍGENES MÍTICOS, SÍMBOLOS Y RITUALES EN CHOCOLA

Y LAS TIERRAS MAYAS DEL SUR

Juan Antonio Valdés

Cristina Vidal

Palabras clave:

Arqueología Maya, Costa Sur, Chocola, ofrendas, iconografía, simbología

El Proyecto Arqueológico Chocola inició sus actividades hace un año, con un programa de reconocimiento, mapeo y pozos de prueba. Durante ese proceso de trabajo, llamó poderosamente la atención la proximidad casi amenazante de la cadena montañosa de la Sierra Madre en dos de los lados que circundan el sitio arqueológico, ya que tanto al norte como al oriente pareciera que se entrelazaran los vestigios humanos con la naturaleza. El paisaje es impactante porque el espectador siente que puede tocar las montañas del norte, donde nacen las aguas cristalinas de innumerables riachuelos que generan vida y prosperidad para los seres humanos y descienden por los alrededores del sitio fertilizando la tierra y mejorando la agricultura regional, incluyendo el cultivo del preciado cacao tan afamado desde tiempos prehispánicos y coloniales.

Ya lo dicen los cronistas y también el primer obispo de Guatemala, don Pedro Cortez y Larraz (1958), que el cacao de la zona de Suchitepéquez era por mucho el de mejor calidad en Guatemala. Lo mismo sucede hacia el oriente, donde se respira y se siente una gran tranquilidad transmitida por la imponente presencia del volcán Atitlán, que se yergue con majestuoso orgullo con sus casi 3500 m sobre el nivel del mar, asomado por encima de las otras montañas hacia Chocola y la zona costeña. No cabe duda que este paisaje no pasó desapercibido para sus antiguos habitantes, sino más bien marcó y definió una estrecha relación ideológica entre los hombres y la naturaleza, integrando las montañas, cuevas, ríos y barrancas como parte de la geografía sagrada de Chocola y de su concepción del cosmos.

Tomando en consideración este privilegiado marco geográfico, se efectuaron observaciones del curso solar en los días próximos al solsticio de verano, que permitieron conocer la relación lineal entre el Montículo 1 y el Montículo 30, que forman los laterales este y oeste de una amplia plaza en el centro del sitio (Figura 1). Sin embargo, fue más importante confirmar la prolongación de la línea que marca un eje este-oeste entre ambos montículos y los picos de las altas montañas al oriente, en dirección del volcán Atitlán, confirmando esta suposición inicial en cuanto a los nexos entre geografía sagrada y la planificación y urbanismo de esta plaza, que se remonta al menos al Preclásico Tardío (Valdés et al. 2004).

Se sabe que los antiguos astrónomos dedicaron gran parte de su vida para comprender el transcurso y cómputo del tiempo y perfeccionar sus sistemas calendáricos, utilizando escogidos puntos geográficos como marco de referencia. La observación de los ciclos del tiempo se manifestó desde el Preclásico Medio a través de la arquitectura, al colocarse «alineamientos de montículos, que hacen pensar que antes de desarrollarse el complejo calendario, se señaló el principio del año trazando un eje en el que se alineaban los santuarios de acuerdo con las posiciones anuales extremas del nacimiento y la puesta del sol durante los solsticios de junio y diciembre» (Aveni 1993:57).

Las construcciones conocidas como Grupo E han sido ampliamente documentadas en las Tierras Bajas en lugares como Tikal, Nakbe y el sitio de Blackman Eddy para el Preclásico Medio (Valdés 1995; Freidel 2003), pero de similar antigüedad se reportan también otros en Chiapa de Corzo, Lagartero y La Libertad, en Chiapas. Poco más tarde, en el Preclásico Tardío, muchos sitios construyeron complejos similares, incluyendo el valle de Guatemala en las proximidades de Kaminaljuyu, en los sitios de Rincón, Las Charcas, Rosario Naranjo, Cruz de Cotió y San Isidro II (Shook 1952; Murdy 1990; Valdés 1995).

La observación anterior ha llevado a suponer, que si los habitantes de Chocola hicieron observaciones solares, al igual que todos los pueblos mesoamericanos contemporáneos, también debieron poner énfasis en explorar la bóveda celeste al atardecer y al anochecer, cuando el cielo costeño se tiñe de estrellas en un cielo despejado en que sobresale la luna. Aunque esto aún no ha sido estudiado en Chocola, su planteamiento debe tomarse en cuenta al considerar que recientemente Marion Popenoe de Hatch (2002), propuso que durante el Preclásico Tardío los habitantes de Tak´alik Ab´aj alinearon monumentos esculpidos con la estrella Eta Draconis en la Constelación Draco asociados con la Estructura 7.

La observación del cielo nocturno ha sido un enigma y será siempre una atracción para los seres humanos, sin importar la cultura a la que pertenezcan o el momento histórico que les toque vivir, pues desde que los cuerpos celestes fueron asociados a divinidades cósmicas surgió la necesidad de levantar templos o santuarios para adoratorios y en los cuales reproducir el movimiento de esos astros, una tendencia común a la mayoría de las culturas de la antigüedad, tanto del Viejo como del Nuevo Mundo, si bien en el caso Maya los ciclos de la luna y de Venus fueron especialmente documentados.

El interés por la observación visual hacia el norte puede que tenga sentido en Chocola, donde se observa un eje norte-sur que pasa junto o sobre los Montículos 1, 2, 12, 7, 9 y 15 (Figura 1), por lo que merece la pena estudiar en el futuro su orientación y significado. Es casi seguro también que los habitantes de Chocola debieron percibir la presencia de lagunas y volcanes que les rodeaba, como una plasmación simbólica de dos de los cuatro elementos que conforman el universo, concretamente el fuego y el agua, dos polos de un mismo eje en el cual el elemento ígneo – los volcanes – marcaría la dirección dominante hacia arriba, mientras que el elemento acuoso – las lagunas y ríos – indicaría la dirección descendente.

Asimismo, las cuevas del oriente y los nacimientos de agua caliente fueron puntos referenciales, ya que aún en la actualidad los pueblos Mayas creen que se trata de lugares sagrados con flujo magnético. En la región que rodea Chocola existen muchas cuevas que son lugar de culto y también nacimientos de agua caliente que enmarcan la zona dentro de un espacio sacro, seguramente considerado por sus moradores como lugares muy fértiles plagados de energía y habitados por seres sobrenaturales. De hecho aún en la actualidad, el vecino poblado de Samayac sigue siendo afamado por la elevada cantidad de personas que se dedican a la práctica de ceremonias, denominadas como brujería en el lenguaje popular.

La información anterior permite reconocer que los habitantes de Chocola tomaron en consideración la relación dual entre cielo y tierra para planificar su ciudad y sin duda también la unidad de tiempo y espacio para su concepción del cosmos. Según las crónicas indígenas el origen del mundo tuvo lugar cuando se creó el sol y la tierra emergió del mar celestial. La evidencia arqueológica y etno-histórica demuestra que en la visión global de los mesoamericanos, desde el Preclásico hasta la colonia, el universo se manifestaba en dos planos (Figura 2): uno horizontal (de la vida real), y otro vertical (de la vida sobrenatural). «El plano horizontal tiene cuatro lados que marcan los cuatro rumbos cardinales, el cual es interceptado por el plano vertical, conocido como el árbol de la vida o axis mundi» (Logan 2000) dando lugar a la conceptualización del quinto punto cardinal al centro como el principal de todos. Esto marcó la creencia en la división cuatripartita del tiempo y el concepto de las cuatro esquinas del cielo, cuatro deidades cargadoras del mundo y cuatro árboles sostenedores del cosmos. Esto se manifiesta en múltiples ejemplos, incluyendo el Códice de Madrid con los cuatro sostenedores del cielo y la región del centro rodeada por glifos de días, de igual manera que se observa en la rueda calendárica del libro del Chilam Balam de Kaua.

Pero esta visión cuatripartita del mundo Maya se remonta a tiempos más antiguos, ya que en las manifestaciones artísticas Olmecas de La Venta (Figura 3), destacaban las representaciones de árboles sostenedores del cielo como uno de sus máximos símbolos cosmológicos. Para ellos «el plano terrestre se divide en cuadrantes y la cruz marca la posición de los árboles que sirven de unión entre la superficie de la tierra, el cielo y el mundo de los muertos; son cinco árboles, de los cuales cuatro están en los extremos del mundo y uno en el centro, como eje cósmico» (López Austin 1995). Por lo tanto, estos árboles eran considerados como los caminos de los dioses, y al identificarse los gobernantes con las vías de la voluntad divina, se convirtieron en los intermediarios entre su pueblo y el cielo, adquiriendo el derecho de interpretar las creencias y las prácticas religiosas.

Figura 1 Eje Este-Oeste y Norte-Sur en los edificios de Chocola

Figura 2 Plano vertical y horizontal con las cuatro esquinas del cielo y el eje central del universo (Florescano 1992)

Figura 3 El árbol del Mundo para los Olmecas y los renuevos de las cuatro esquinas (Freidel 1999)

Por eso, en el arte Olmeca existen imágenes de dioses y posiblemente también de soberanos, ocupando la posición del árbol sagrado al centro, rodeado de los cuatro elementos que marcan las esquinas a su alrededor y que se consideran como semillas en germinación (Freidel 1999). La importancia del árbol sagrado o del Árbol del Mundo se evidencia en la sección central de la corona que portan sobre su cabeza, como puede observarse en figuras incisas en hachas de piedra o en esculturas en bulto. Se considera que los Mayas heredaron de los Olmecas algunos conceptos religiosos que les permitieron desarrollar la ideología sagrada, ampliamente documentada en las Tierras Bajas. En la región de la Costa Sur la información es menor, ya que con excepción de Izapa y Tak´alik Ab´aj, se cuenta con reducidos elementos iconográficos y epigráficos que permitan análisis más profundos. Por lo tanto, se considera que deben buscarse otros indicadores arqueológicos para reconocer semejanzas y continuidad en el uso de elementos simbólicos compartidos entre diferentes culturas mesoamericanas, siendo éste uno de los objetivos del Proyecto Chocola.

UN EJEMPLO EN CHOCOLA

Con relación a lo que se ha venido discutiendo sobre el patrón cuatripartito (la relación cósmica entre los cuatro puntos cardinales y el eje central que define el quinto punto), se presenta acá la información relacionada con el reciente descubrimiento del Rasgo 14 en Chocola, que sin duda es un buen ejemplo que puede servir de base a otros arqueólogos para reconocer la antigüedad de esta costumbre.

Los trabajos planificados para la temporada de campo 2004 incluyeron la excavación del Montículo 15, localizado en el extremo norte del sitio, en un sector relacionado con fuerte ocupación del Preclásico y asociado con la clase dirigente (Kaplan et al. 2004). La sección norte de Chocola está conformada por grupos de basamentos y edificios piramidales que alcanzan hasta 20 m de alto, construidos sobre amplias plataformas naturales que descienden suavemente a manera de cascada siguiendo una dirección norte a sur, logrando un magnífico panorama de la región. Las excavaciones efectuadas en el año 2003 en el Montículo 15 detectaron varios canales orientados hacia diferentes puntos cardinales, que permitieron conocer por primera vez la existencia de un sistema de manejo de agua en el lugar (Valdés et al. 2004; Paredes et al. s.f.). Durante la temporada 2004 se ha recuperado mayor información referente al sistema de canales en el mismo lugar, ampliando el conocimiento al respecto.

Las investigaciones en la parte superior del Montículo 15 revelaron la existencia de varias plataformas, por lo que se procedió a excavar una de ellas, denominada como Estructura 1. Se trata de una plataforma baja construida con piedras durante el Preclásico Tardío, que mide poco más de 12 m por 5 m y está orientada hacia el oriente, donde se localiza su banqueta compuesta por dos amplias gradas que permiten el acceso a la parte superior, donde existió una construcción de materiales perecederos. Su función aún no ha sido determinada, ya que sobre su superficie se localizaron varios alineamientos y agrupaciones de piedras, que parecen indicar separación de ambientes o áreas especializadas, por lo que esto está siendo analizado actualmente.

La excavación de un pozo al centro de la plataforma dejó al descubierto el Rasgo 14, que es una ofrenda dedicatoria a la construcción del recinto. Se trata de una ofrenda aparentemente sencilla pero de gran simbolismo. Esta consiste de un cántaro de gran tamaño, de color café, que fue depositado sobre un nivel de suelo poco compacto, que tiene una delgada capa de tierra color negro alrededor de la vasija con aparente indicación de quemado, que hace suponer la realización de un ritual al momento de su colocación. La vasija fue sepultada con tierra e inmediatamente encima colocaron tres piedras planas siguiendo un eje norte-sur. Al procederse a la extracción de la pieza, se pudo ver mejor el gran tamaño del cántaro, que tiene filetes en la parte cercana al borde que permiten fecharlo para el Preclásico Tardío, aún sin poder determinar el tipo cerámico al que pertenece por no ser usual en el inventario cerámico de la zona. Durante la limpieza interior de la vasija no se recuperó ningún objeto, pero la tierra será sometida próximamente a flotación.

Inmediatamente al oeste del cántaro se descubrió una agrupación de cinco piedras planas colocadas en posición vertical, y de nuevo, restos de otra capa muy delgada de color negro apareció sobre el nivel de tierra en que están las piedras, posiblemente otro quemado ritual (Figura 4). Parece ser que la colocación de la ofrenda implicó la apertura del agujero, seguido por la colocación de la vasija y la quema ritual junto a ella. La ceremonia continuó con la ubicación de las cinco piedras agrupadas y un nuevo quemado. Lo importante de este grupo de piedras es que todas están deliberadamente colocadas, respetando cada una el espacio de las otras. Dos piedras ligeramente separadas ocupan la posición norte mientras que dos más ocupan el extremo sur, dejando a la mayor de ellas en la posición central. Esta colocación particular fue tan premeditada como simbólica, ya que muestra el patrón cuatripartito asociado con los cinco puntos cardinales, de similar manera a como se ha venido discutiendo en este trabajo.

Figura 4 Perspectiva del lateral poniente del Rasgo 14, donde se observan tres de las cinco piedras verticales (Dibujo M. Valladares)

Como ya se mencionó, el número cinco era muy importante en la concepción que el hombre mesoamericano tenía del cosmos pues evoca las cuatro direcciones cósmicas en cuya intersección se encuentra el axis mundi o eje del universo, en torno al cual se desencadenó el proceso creativo, algo así como el omphalos u ombligo del mundo. Un eje que no sólo une el espacio sino también el tiempo y que en la arquitectura sagrada de los Mayas sería aquel que atraviesa verticalmente sus estilizados templos-montaña. Como es sabido, los rituales y ceremonias llevadas a cabo en lo alto del templo, protagonizadas por gobernantes y sacerdotes en torno a ese eje central, tendrían como misión volver a desencadenar metafóricamente todo ese proceso de creación, asegurando de esa manera la regeneración y la continuidad de la vida.

Estas piedras, que parecen solamente objetos pétreos, tuvieron un enorme simbolismo mágico, ya que no se trataba únicamente de una ofrenda dedicatoria a la construcción, sino que iba mucho más allá, hacia la evocación de un ritual ancestral que demostraba el poder de los soberanos sobre el tiempo y el espacio. Asimismo, la piedra central representa el axis mundi y el simbolismo asociado con ello, que implica el poder del soberano sobre su pueblo, la ubicación del edificio con su entorno, la posición del gobernante en rituales específicos o la localización de la ciudad en el cosmos Maya. En todo caso, la colocación de las cinco piedras imprimió con un carácter especial a este edificio, enmarcándolo dentro de un patrón cósmico.

Ese punto de intersección sería también el de unión de los cuatro elementos que componen el universo, es decir, el del fuego con el agua en la dirección norte-sur y el de la tierra y el aire en la dirección este-oeste ya que como se ha dicho en otra parte (Vidal 2000:47) “lo que importa es que en el proceso creativo se unan dos fuerzas opuestas capaces de concentrar su energía en un mismo punto, desencadenante a su vez del origen de todas las cosas.”

Arreglos similares, empleando lajas de piedra en posición vertical, fueron descubiertos también durante la excavación de dos pozos al centro de la Estructura 7 de La Lagunita, en Quiché (Ichon y Arnauld 1985). En ambos casos se trató de sepulturas de altos personajes del Preclásico Tardío, que posiblemente hayan sido gobernantes (Figura 5). En la Sepultura 1 fueron colocadas cinco lajas de esquisto para proteger o cubrir el cuerpo de un importante personaje, mientras que en la Sepultura 2 las lajas protegen el cuerpo de otra persona, que Alain Ichon consideró la sepultura de un chaman por la presencia de objetos de adivinación en su ofrenda mortuoria, incluyendo cristales de roca y cuarzo junto a once vasijas. Otro ejemplo similar del patrón cuatripartito fue el hallazgo de una ofrenda en la Estructura 6B de Cerros (Schele y Freidel 1990), donde se colocaron cuatro cabecitas de jade alrededor de otra de mayor tamaño que ocupa el punto central, y que Freidel considera que evocan el poder del soberano fallecido y los objetos de comunicación con el mundo sagrado de lo sobrenatural.

Figura 5 Posición de las piedras en las sepulturas 1 y 2 descubiertas en el sitio de La Lagunita, Quiché (Ichon y Arnauld 1985)

DISCUSIÓN FINAL SOBRE SIMBOLISMO

Sin ninguna duda los estudios arqueológicos han apoyado la observación antropológica, respecto a que los seres humanos establecen normas de convivencia social, política y religiosa en la medida en que éstos se van convirtiendo en grupos organizados y sociedades más complejas. Los estudios etnográficos, por su parte, han demostrado que los conceptos cosmológicos que configuraron la visión del mundo de los antiguos Mayas no han desaparecido por completo. A este respecto, sobresalen los trabajos que se han realizado en Zinacantan, Chiapas (Vogt 1993), donde se comprueba la disposición cuatripartita del pueblo, que funciona a manera de cruz y mantiene la relación entre el hombre y la geografía sagrada, en los conceptos de tiempo y espacio.

Se tiene evidencias de que las antiguas prácticas simbólicas se vincularon con formas culturales introducidas después de la Conquista española, como el empleo de cruces emulando la existencia de los cinco puntos cardinales. Después de la Conquista, las tierras Mayas se vieron asoladas por los seguidores de la religión recién impuesta, por lo que los espíritus y deidades locales tuvieron que buscar refugio en las montañas, bosques y en el corazón del cerro, provocando que los antiguos conceptos Mayas se cargaran con nuevo contenido, dando lugar a un sincretismo singular donde se fundieron mitos y ritos (Lara 1993). Por eso, la concepción de los cinco puntos cardinales debió plasmarse de una nueva manera y se materializó en la cruz católica, acompañada de elementos de la naturaleza, como flores, plumas de colores y copal, cargados de simbolismo ancestral.

El descubrimiento de las cinco piedras en la Estructura 1 de Chocola (Rasgo 14), deja en evidencia que las prácticas rituales no necesariamente debían efectuarse sobre empinados edificios piramidales, sino que éstos también se realizaron en edificios de baja altura, considerados a primera vista como de poca importancia para los ojos del arqueólogo. Por lo tanto, no es el elevado tamaño de los edificios lo que debe guiar la investigación, sino la observación del entorno y su relación con posibles puntos sagrados lo que permitirá comprender mejor las creencias y prácticas de la antigua cultura Maya.

Por ello, no es de extrañar que la ofrenda de Chocola estuviera acompañada de esas cinco lajas que, a priori, podrían pasar desapercibidas pero que indudablemente están dotadas de una fuerte carga simbólica, constituyendo un testimonio más de la importancia que los habitantes de Chocola concedieron a las manifestaciones de lo sagrado y a las fuerzas de la naturaleza desde sus épocas más tempranas. No cabe duda que existió siempre una estrecha asociación «entre los rituales humanos, las formas de las montañas y los edificios. Cada sitio presenta una configuración particular que se basa en la relación entre las formas que son producto de la naturaleza y las que son producto de la mano del hombre… y por consiguiente, aún siendo tan modestos, los pueblos son ciudades activas y poderosos centros ceremoniales» (Scully 1992:72).

A pesar que han transcurrido varios milenios desde que los habitantes de Chocola colocaron la ofrenda del Rasgo 14 durante el Preclásico Tardío, aún es posible observar en los pueblos Mayas la estrecha relación con la naturaleza y los puntos cardinales, fundiéndose en un todo las creencias y prácticas de mitos y ritos asociados a cuevas, nacimientos de agua y montañas, que les permiten estar en contacto directo con dioses y bienhechores para obtener el sustento y los buenos augurios que llegan desde el norte y el oriente.

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