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38 “Aquí no hablamos así…”, del estigma de los Huitecos – Felipe Antonio Girón Palacios – Simposio 12, Año 1998

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Girón Palacios, Felipe Antonio

1999        “Aquí no hablamos así…”, del estigma de los Huitecos. En XII Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 1998 (editado por J.P. Laporte y H.L. Escobedo), pp.521-526. Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala.

38

«AQUÍ NO HABLAMOS ASÍ…»,

DEL ESTIGMA DE LOS HUITECOS

Felipe Antonio Girón Palacios

Los chistes forman parte del acervo de la tradición oral y estos a su vez son objeto de estudio de la antropología social, no sólo como fuente de cultura popular sino también como fuente de interacción dialógica, donde se construye y se re-construye el sentido. Yo creo que uno de los elementos de la tradición oral que más se hacen presentes en la vida cotidiana son los chistes, que pueden ser contados como anécdotas, bromas y lastimosamente como burlas. Lo interesante de esto es cómo la misma tradición oral ha categorizado a los huitecos y los ha metido dentro de uno de sus repertorios más característicos, que es el de los chistes. Algunos casos semejantes o casos paralelos dentro de la misma tradición oral de otros países, los podríamos encontrar en los gallegos y en los vascos de España. Esta simple comparación nos demuestra que tales tipificaciones son comunes dentro de la cultura humana, por lo que podríamos extender el estudio a otros campos, pero los gallegos también son famosos dentro de los chistes que se cuentan en Venezuela y Argentina por ejemplo, por lo que está de más decir que podría existir una vinculación con lo que sucede similarmente en España. Digamos que un caso análogo sería el de los huitecos para Guatemala. En nuestro país no se cuentan tantos chistes de gallegos como sí los hay de huitecos. Pero lo que me llama la atención es que esta oralidad de los chistes, que en cierto aspecto es lúdica, ha tipificado a los mismos huitecos con patrones de conducta que no son únicos en ellos, sino que son compartidos por toda una región y que les ha imputado un habla que no es propio de ellos mismos, principalmente en el uso de ciertos pronombres, como los de «nito» y «neto».

La tipificación que se ha construido en este proceso de oralidad sobre la base del Huiteco ha venido ha distorsionar la imagen del mismo. Distorsión que a mi parecer puede derivar en un estigma en el sentido en que E. Goffman (1970) le da a la palabra, puesto que, en el supuesto caso de que un Huiteco tenga que interactuar en la vida cotidiana con otro que no es Huiteco, seguramente el que no es Huiteco lo incluiría dentro de su informe de conocimientos que tiene de los huitecos proveniente de los chistes, con lo cual la interacción de ambos se podría ver condicionada por esa identidad virtual, imagen distorsionada o estigma que la oralidad le ha atribuido al Huiteco, lo que podría terminar en un disgusto de este último, en una mala comunicación, en el rompimiento de la misma o en la aclaración del Huiteco sobre su verdadera identidad. Esto equivaldría a decir que la presentación «cara a cara» de ambos se marcó por un tipo de estigma que esperamos mostrar.

¿QUÉ ES UN ESTIGMA?

Es conveniente hacer una simple delimitación de lo que entiendo por estigma y la misma no es muy complicada, puesto que la retomo de E. Goffman (1970:14). Goffman nos menciona tres tipos de estigmas:

1.        Los que se atribuyen por deformaciones corporales o físicas

2.        Los atribuidos al carácter de la persona o «conductas desviadas»

3.        Los atribuidos a la raza, la nación y la religión que son «susceptibles de ser transmitidos por herencia y pueden contaminar por igual a todos los miembros de la familia»

Este último es el que nos interesa para el caso que nos ocupa, dado que tratamos de una colectividad como lo son los Huitecos. Sería falsear la realidad si desprendo del análisis el elemento de la vida cotidiana. Cada uno de los que se aglutinan dentro de la identidad/colectividad Huiteca se presentan en diferentes escenarios, unos están en la capital, otros están en Petén, otros en la Costa Atlántica, otros en Los Angeles o en Chicago; y en cada uno de ellos interactúan con diferentes individuos, con diferentes biografías. Sus presentaciones «cara a cara» se dan en diferentes contextos, pero el estigma por lo general es el mismo. Se les identifica con el «nito» o el «neto» de los chistes, a su pueblo le dicen «la cuna de los chistes», se les cree «tontos», se les estigmatiza con lo de «nitos», con su acento y con su habla.

El estigma es una señal que se sedimenta en las categorías de la acción social dentro del marco de la vida cotidiana, este tiende a ser negativo para la identidad real del individuo y estorba en su presentación dentro de los escenarios cotidianos. El último tipo de estigma que Goffman menciona lo caracteriza para la raza, la nación y la religión, afectando a todos los miembros de la colectividad. Pero los huitecos no son ni una raza, ni una nación y mucho menos una religión antropológicamente entendidas. Son una colectividad, un grupo social identificado bajo el nombre de Huité que denota a un «pueblo». Posiblemente este último tipo de estigma se puede hacer extensivo a otras colectividades que no sean las tres mencionadas por Goffman (raza, nación y religión). Una extensión de este tipo no tiene que ver con señales corporales pero sí con ciertos patrones culturales e instituciones sociales. Los chistes de huitecos son muy famosos y están ampliamente divulgados. La costumbre de contar chistes durante los velorios en varios pueblos del oriente guatemalteco y en Huité, es bien conocida. No es propiedad exclusiva de los huitecos el ingenio humorístico, en varias zonas del oriente se puede notar. Si bien el ingenio puede ser un elemento propio en la identidad del Huiteco, éste puede contribuir a que se deteriore su identidad o que éste se convierta en un estigma por los procesos de oralidad de la cotidianidad.

EL «ENCUENTRO ETNOGRÁFICO» COMO EXPERIENCIA CULTURAL

En el municipio de Huité he realizado un total de cuatro temporadas de campo. Las primeras dos temporadas fueron de reconocimiento arqueológico, la primera en Huité y la segunda en Teculután. La primera temporada de reconocimiento tuvo una duración de 15 días y la segunda de 21 días. Las siguientes dos temporadas las reservé para la iniciación etnográfica, aunque por su duración aún no puedo decir que he concluido con la etnografía y con la misma iniciación. Ambas tuvieron una duración de aproximadamente un mes. Estas dos últimas temporadas han servido como de exploración, es decir, como de ubicación dentro de la comunidad y para tener un conocimiento mínimo de cómo transcurre lo cotidiano en Huité y en algunas de sus aldeas vecinas.

Conocí Huité por la experiencia de campo, la primera vez que estuve allí fue por la realización de dichas temporadas de campo. Conocía San Diego, Zacapa, Chiquimula y Teculután, pero no conocía Huité. De cierta manera mi conocimiento sobre los huitecos era mínimo y sobre la geografía e historia del lugar era casi nulo. Pero no eran los chistes la única referencia, también un amigo de San Diego me dijo: «a qué vas a ir a Huité si ahi sólo piedras hay», o como me dijo un pariente de Chiquimula: «allí vas a estar en la mera cuna de los chistes». Con esto quiero hacer constar que uno como antropólogo no está exento de prejuicios, puesto que uno es también parte de una sociedad objetiva y subjetiva.

Hacer trabajo de campo en el oriente guatemalteco implica, para muchos antropólogos, estar en una zona «no Maya», es decir, en una zona ladina. Y esta misma idea la llevaba en la cabeza cuando realicé mi primera temporada, que fue de reconocimiento arqueológico. Fue en esa temporada que subimos a unas aldeas en las montañas, noté que sus pobladores físicamente eran diferentes a los del pueblo de Huité, digamos que la mayoría tienen rasgos físicos que fenotípicamente los diferencian de los del pueblo. Cuando descubrí esto, pensé que estaba en un área «no Maya» o ladina y que a excepción del núcleo Ch’orti’ de Chiquimula, el oriente es de mayoría ladina, pero sin embargo detrás de toda mayoría tiene que haber una minoría, esta simple constatación me hizo pensar en lo que la teoría de la identidad nos dice sobre que ésta se construye en una oposición nosotros/otros o yo/tu. En estos niveles de identidad descubrí que una vez más la conformación geográfica se hizo presente en la conformación de las sociedades, porque en los diálogos que tuve con gente de esas aldeas (La Obscurana, San Miguel, Santa Cruz, El Jute y El Encinal) y con gente de Huité, note que se diferenciaban entre sí en función de su lugar geográfico, o sea, «los de abajo» o «huitecos» y «los de arriba» o «los de la montaña». Aquí fue donde logré delimitar que la palabra «huitecos» puede aludir a los que viven en el pueblo de Huité y que no comprende a la totalidad de los pobladores del municipio del mismo nombre, constatación tal vez simple pero útil para mis propósitos y de validez, puesto que la adquirí empíricamente.

En uno de esos recorridos, llegamos a un pequeño caserío en busca de alguna evidencia arqueológica. Nos acompañaba un guía de Huité que nos hizo menos sofocados los recorridos con su ingenio. Al no encontrar lo que buscábamos y fatigados por el esfuerzo de la subida, nos tiramos a descansar en un lomita que tiene vista hacia la cuenca del río San Vicente y a la cuenca del Motagua. A los pocos minutos llegó un grupo de jóvenes, tal vez unos cuatro, que prontamente le decían a nuestro guía: «a pues Huiteco, contate un chiste Huiteco». Noté que al tío, que es como respetuosamente le decimos al que fue nuestro guía ese día, no tomó con mucho agrado la petición de los muchachos, pero eso también me indicó que dentro del mismo Huité los huitecos son famosos por su ingenio y confirmó la diferenciación antes mencionada entre los de «arriba» y los de «abajo».

Yo, aprendiz de antropólogo, capitalino, universitario, «epesista», arqueólogo y finalmente antropólogo; todas esas partes de mi persona se fueron revelando a lo largo de estas experiencias de campo y a través de la práctica etnográfica entre los huitecos. Si bien la programación de las temporadas de campo no ha permitido tener una continuidad en la experiencia etnográfica, el número de las mismas creo que comienza a permitirme hablar de un encuentro etnográfico en el sentido en que V. Crapanzano [1980] lo hace en su introducción a Tuhami: Portrait of a Moroccan. Un encuentro etnográfico con una realidad social y una cultura relativamente «nuevas» para mi, distinta a la de la ciudad capital, pero que uno no la descubre hasta que está allí, hasta que pasa más de una semana con los huitecos, hasta que pasa un mes en Huité, hasta que pasa todo un día conversando con Don David, hasta que uno sube a las aldeas en la montaña a conversar con Lacho, hasta que uno trata de comprender al «otro» para reflexionar sobre si mismo, hasta que uno se encuentra con una alteridad que no es necesario mirarla distantemente, está a sólo dos horas en carro de la capital.

«AQUÍ NO HABLAMOS ASÍ…»

Inicié la etnografía buscando un grupo de informantes variado, que fuera representativo de la sociedad huiteca tal y como yo la percibí. Logré contactar a varios de ellos, con cada uno en particular hemos ido elaborando una relación cada vez más cercana. Mi primer paso fue éste: siguiendo uno de los descubrimientos de la antropología que apunta M. Auge (1993:27): «…lo social comienza con el individuo; el individuo depende de la mirada etnológica». Teniendo una relación con una persona de cada uno de los campos sociales del Huité que percibí en ese momento, era en cierta manera iniciar con una encuesta e iniciarme en la socialización que realizan los huitecos. Al conocer la vida de un individuo, uno puede saber cuáles son las formas sociales y culturales por las cuales se ha ido formando, esto implica conocer a otros individuos semejantes al primero que complementarán el contexto de la información.

Primero interactuamos como sujetos subjetivamente formados, pero nuestra subjetividad es una objetividad y la objetividad la percibimos subjetivamente. Querer bisectar lo objetivo/subjetivo es alterar cualquier ejercicio intelectual que se realice sobre la realidad en general y sobre cualquier encuentro etnográfico en especial. La experiencia de campo no es más que el descubrirse uno mismo en otro. El bagaje conceptual, teórico, ideático y de demás sinónimos de lo que se relacione con algo que se llama epistemología, son los cimientos y las herramientas para comprender al otro pero también para descubrirse uno mismo en ese otro, para entender mi cultura. Uno va al trabajo de campo a interactuar, a relacionarse con gente, con seres humanos, uno no va a aislarse, a permanecer de lejos. Todo grupo social tiene establecidas categorías para los visitantes, para los extranjeros, para los foráneos, el antropólogo tiene que descubrir estas categorías y comenzar a jugar el rol que esté designado para él por la colectividad.

Dos fueron las categorías con las que comencé a interactuar dentro de Huité, una de ellas tal vez ya no la juego pero la segunda aún la juego por momentos, no con todos pero con algunos. La primera de ellas fue la de «epesista». Años atrás llegó a Huité un grupo de epesistas de la Facultad de Economía de la USAC y algunas personas nos asociaron a ellos. La segunda fue la de arqueólogo. No ha sido nada fácil tener que explicar en qué consiste el trabajo que realizamos, como en un principio yo comencé realizando reconocimiento arqueológico, pues me incluí dentro de los arqueólogos.

Cuando inicié la etapa etnográfica mis indagaciones comenzaron a girar sobre otras cosas obviamente. Huité tiene una particularidad con respecto a los demás municipios del valle de La Fragua, tiene lo que aún llaman como «el común» o tierras comunales. Esto fue uno de los elementos que estructuraron mi investigación juntamente con el factor de la migración, ya que una de las explicaciones hipotéticas que yo daba a la migración, descansa en el acceso a la tierra agrícola y la tierra como espacio para vivienda. Juntamente con lo del «común», el tema de la identidad ha estado presente en toda mi actividad etnográfica, siempre pensando en la identidad como un tipo ideal que se construye objetivamente frente a los otros diferenciados subjetivamente por un nosotros. Este proceso de construcción de la identidad social tiene diferentes niveles según la acción social y según las relaciones sociales. Todas las identidades perceptibles desde mi experiencia etnográfica me interesan, principalmente las que identifican a grupos sociales y étnicos. Pero a medida que fui relacionándome con la gente, también fui descubriendo la «verdadera» identidad del Huiteco.

En nuestras conversaciones con varios «informantes», ellos me han dado sus explicaciones a varios problemas, sus apreciaciones sobre los mismos y sus percepciones del mundo. Entre éstas quisiera destacar la que le da nombre a esta ponencia: «Aquí no hablamos así…». Varias veces y diferentes personas me dijeron una frase igual o similar, pero la primera vez que me la dijeron me hizo reflexionar mucho sobre el estigma del Huiteco. Y es que mis preguntas en estas conversaciones siempre iban dirigidas sobre la historia de Huité y todo lo que ello implica; la mayoría de las veces los informantes aludían al ingenio Huiteco, pero aquí prefiero utilizar sus propias palabras para ser más claro: «… es que mire, hay unos que tienen la respuesta en la punta de la lengua y le salen a uno adelante, tal vez uno les está hablando en serio pero ellos ya tienen la respuesta y le salen adelante; no es que ellos no entiendan, pero así es su forma de hacer chiste …».

Reconociendo el ingenio que hay en Huité en especial, y en los alrededores del valle de La Fragua en general, los huitecos siempre me han enfatizado en que su humor es listo y no tonto como se representa en los chistes. Es más, algunos me dieron ciertas explicaciones sobre las posibles razones por las que se les representa de esta manera, todas coincidían en señalar que han ocurrido hechos verídicos que luego los convierten en chiste. Pero ellos no aceptan que se les impute hablar utilizando los pronombres de «nito» y «neto». Al respecto, una señora me dijo: «Pero es que mire Felipe, usted tiene tiempo de estar aquí en Huité y conoce como es aquí, ¿acaso usted ha oído que alguien hable aquí así, verdad que no? Si aquí no hablamos así ni se ha hablado así, es en San Jorge que han hablado así … dios pue nito … oy pue nito, ¿verdad Gustavo? Aunque ahora parece que ya no hablan tanto así en San Jorge, pero allí es donde han hablado así», enfatizó.

Sin duda esta estigmatización se basa en las características que Goffman reserva para la segunda categoría de estigma que vimos al inicio, que son los que se atribuyen al carácter de la persona. Aunque en este caso, este se puede manifestar para una sola persona, el estigma también se le atribuye a la colectividad, a los huitecos. Por lo que podría extenderse con los de la tercera categoría que son los que Goffman reserva a la raza, nación y/o religión, aunque como ya aclaramos desde un inicio que obviamente los huitecos no son ni una raza ni una nación y mucho menos una religión, sí tienen en común con esto que son una comunidad identificada, una colectividad, un grupo social. Si bien a Goffman su mayor preocupación son los estigmas personales y no los grupales, su categoría de estigma nos ha sido útil para incursionar en el denso mundo de las representaciones colectivas, en especial en la de identidad social, con el fin de aclarar la verdadera identidad del Huiteco.

He querido trasladar con esta ponencia la voz de todas aquellas personas que con su ingenio han aclarado mi pensamiento, he querido plasmar las voces de los huitecos que me han prestado su voz, su habla, sus ojos, para expresarme como antropólogo «hacedor de mapas», en medio de tanto prejuicio aceptado sin conocimiento de causa, para desacreditar a este y otros estigmas que entorpezcan nuestra vida cotidiana, que manchen nuestras relaciones entre prójimos, entre iguales. Y no sólo su voz, también el sentido y su motivación, ya que estoy seguro de que si uno de estos mis amigos huitecos tuvieran la oportunidad de hablar ante un público como este, no dudarían en aclarar que ellos no hablan así. Quiero hacer constar, pues, si me permiten constituirme en portavoz del pueblo de Huité por este momento, que en Huité no hablamos así ni decimos «nito» ni «neto» y, como dijo uno de estos mis amigos: «…es que aquí compa, se está jodido pero se goza…», «…es que todos somos indios, unos más y otros menos…».

La identidad se fundamenta en buena parte en una realidad material y ésta se da entre los actores sociales, son ellos quienes la construyen, quienes la leen, la interpretan, la comprenden, la sienten consciente e inconscientemente. El antropólogo también es un actor social, ante esto no está inmune y es que muchas veces los fenómenos que estudia él también los han experimentado en algún momento y los puede volver a experimentar o experimentar por primera vez.

Antes de que yo realizara este encuentro etnográfico, me consideraba como un «ladino» en el sentido en que los poderes oficiales de Guatemala han clasificado a los de abajo y es el mismo sentido con que lo ha hecho un antropólogo como Richard Adams (1956, 1964) y buena parte de antropólogos. Pero aunque Adams ya ha reconocido los errores metodológicos del pasado, en el discurso que manejamos diariamente aún pervive la definición de ladino como el «no indio» y de indio como el «no ladino». Estas mismas definiciones pueden propiciar la reproducción de estigmas como el que hemos visto. Esto del ladino se ha convertido en un estereotipo en vez de ser una categoría que permita explicar la configuración del mundo social en que las identidades étnicas se construyen. Es un estereotipo en tanto que no refleja la realidad que le corresponde (Díaz 1991; García 1991; Alejos 1996).

Esto no podría pretender ser científico si no pudiera plantearme otras interrogantes que quiero dejar aquí escritas y desarrollarlas posteriormente. ¿Dentro de qué grupo étnico, si seguimos el modelo de «indios» y «ladinos», entrarían los campesinos de Huité? ¿Seguir un itinerario intelectual dentro de este modelo nos permitiría desmontar y descontruir estos estereotipos y estas representaciones intelectuales de la etnicidad en Guatemala? ¿Cuáles son y cómo se expresan las identidades en Huité y en el valle de La Fragua en general? ¿Cómo se construyen estas identidades? y, por último pero sin descartar el resto de preguntas que se desprenden de estas, ¿quiénes son los huitecos? Una hipótesis a estas preguntas podría ser que «…todos somos indios, unos más y otros menos».

REFERENCIAS

Adams, Richard

1956        La ladinización en Guatemala. Integración Social en Guatemala, pp.214-244. Seminario de Integración Social de Guatemala, Guatemala.

1964        Encuesta sobre la Cultura de los Ladinos de Guatemala. Seminario de Integración Social de Guatemala, Guatemala.

Alejos García, José

1996        Mayas y Ladinos. Estereotipos de la Antropología Culturalista. Revista Estudios 3 (2):53-60. IIHAA, Escuela de Historia, USAC, Guatemala.

Augé, Marc

1993        Los «no lugares». Espacios del Anonimato. GEDISA, Barcelona.

Crapanzano, Vincent

1980        Tuhami. Portrait of a Moroccan. University of Chicago Press, Chicago.

Díaz Cruz, Rodrigo

1991        Los hacedores de mapas: antropología y epistemología. Una introducción. Alteridades 1 (1):3-12.

García Canclini, Néstor

1991        ¿Construcción o simulacro del objeto de estudio? Trabajo de campo y retórica textual. Alteridades 1 (1):58-70.

Goffman, Ervin

1970        Estigma. La identidad deteriorada. AMORRORTU, Buenos Aires.

Programa Arqueológico del Motagua Medio

1996-7        Informes de las temporadas de junio y noviembre de 1996 y de junio y noviembre de 1997.

 

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