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22 Arquitectura y urbanismo en Palenque: Análisis de un modelo de organización territorial – Fanny López y Héctor Escobar – Simposio 11, Año 1997

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López, Fanny y  Héctor Escobar

1998        Arquitectura y urbanismo en Palenque: Análisis de un modelo de organización territorial. En XI Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 1997 (editado por J.P. Laporte y H. Escobedo), pp.399-410. Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala (versión digital).

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ARQUITECTURA Y URBANISMO EN PALENQUE:

ANÁLISIS DE UN MODELO DE ORGANIZACIÓN TERRITORIAL

Fanny López

Héctor Escobar

En un trabajo publicado recientemente, Ortega (1993) propone un modelo abstracto de organización territorial que pueda explicar, en lo general, los distintos patrones de urbanización en Mesoamérica. En el modelo propuesto, el autor distingue dos concepciones urbanas que actuarían a manera de tipos ideales: el Mexica, cuyo ejemplar paradigmático sería la gran Tenochtitlan y el Maya, al que corresponderían las «ciudades» Mayas de la época Clásica. Se indica en ese trabajo que, a la llegada de los españoles a nuestro continente, el primero de estos tipos estaría avanzando hacia el concepto occidental de «ciudad», en tanto que el otro (el tipo Maya) se mantendría dentro del patrón urbanístico mesoamericano. En principio, ambos representarían estilos urbanos diferentes, que es conveniente tener en cuenta al discutir el concepto de «ciudades» prehispánicas.

En la vasta bibliografía relativa a Palenque, llama la atención encontrar referencias superficiales, además de escuetas acerca del proceso de producción social de la «ciudad». No hay tampoco descripciones satisfactorias de las plazas que componen al sitio, ni de la arquitectura de los diferentes edificios, omitiendo el análisis estético de las piezas escultóricas, tableros y relieves de estuco que adornan las columnas de los principales edificios, que podrán explicar convincentemente cuál era el modelo de organización espacial en el que se basaba la «ciudad». La utilización de este término ofrece dificultades teóricas, debido al abuso en que se incurre al equiparar la experiencia urbana de Occidente con los procesos territoriales que caracterizaron a las sociedades mesoamericanas anteriores a la conquista.

La necesidad de realizar estudios interdisciplinarios entre las ciencias históricas, arqueología, arquitectura, urbanismo y las ciencias sociales, nos llevó a plantear el presente trabajo de investigación dentro del CIHMECH-UNAM y la Facultad de Arquitectura de la UNACH, con el propósito de efectuar una lectura de la arquitectura y el urbanismo en Palenque a la luz de una nueva perspectiva interdisciplinaria. El artículo que ahora presentamos constituye un avance de dicha investigación y en él se abordan algunas revisiones conceptuales que pueden ser de utilidad para superar la estrecha concepción de los procesos espaciales que aún predominan en nuestra disciplina.

LAS CIUDADES MESOAMERICANAS: UN MODELO DE ORGANIZACIÓN DEL ESPACIO URBANO

Para los historiadores, la sociedad urbana da inicio con la división social del trabajo. La separación entre el trabajo agrícola y trabajo artesanal indica la división entre el campo y la ciudad. A diferencia del «campo», que es el espacio en el que se lleva a cabo la producción de los alimentos requeridos por la población para asegurar su reproducción física, la «ciudad» es un espacio destinado a realizar actividades «especializadas» tales como el control social y político, la producción de conocimiento, el ejercicio del poder y las prácticas religiosas.

En Occidente, el valor de la ciudad ha sido fundamentalmente económico. Bajo el modo de producción capitalista, la función de la ciudad tiene como objetivo garantizar las condiciones generales de la producción y, con ello, la reproducción y valorización del capital.

Bajo la lógica del desarrollo económico, el incremento de la producción se ha convertido en una meta social, para cuya realización es indispensable que el dispositivo «ciudad» se mantenga en permanente crecimiento.

La ciudad dejó de ser un lugar en el que se concentraba la población que se había liberado de la necesidad de trabajar en la producción de alimentos y se convirtió sucesivamente en asiento de las clases dominantes, su séquito administrativo y su ejército; en sede de la producción artesanal y mercantil; en espacio privilegiado de la reproducción y acumulación del capital, así como en el centro geográfico desde donde se irradia ese modo de vida al que se le llama «cultura urbana».

El propósito de este breve recuento es fácil de explicar y surge de la necesidad de comprender a la ciudad en tanto que producto histórico y cultural dotado de ciertas características que están estrechamente emparentadas al proceso de desarrollo político, económico y cultural de esa parte del mundo al que se le conoce como Occidente. Pretender hacer extensiva esta experiencia urbana a culturas no occidentales es una empresa sumamente arriesgada, aunque es la actitud que ha prevalecido a lo largo de más de quinientos años de colonización cultural. El resultado de aplicar concepciones eurocentristas a modelos sociales, económicos, políticos y territoriales no occidentales es interpretar erróneamente aquello que nos esforzamos por explicar.

Para decirlo en pocas palabras, la hipótesis que se sostiene a lo largo del presente artículo es que la categoría «ciudad» tal y como la conocemos tiene poco que ver con la experiencia «urbana» mesoamericana, por lo que juzgamos conveniente llevar a cabo una serie de precisiones respecto a lo que la mayoría de los historiadores y arqueólogos llaman «ciudades prehispánicas».

A la llegada de los conquistadores, las órdenes religiosas encargadas de la evangelización de la población nativa consideraron que el patrón de asentamiento territorial era muy disperso y por lo tanto este era un obstáculo para el cumplimiento de su misión, motivo por el cual procedieron a la concentración de la población y a la fundación de un sinnúmero de pueblos. La urbanización en América fue una consecuencia de la evangelización y como empresa contó incluso con la resistencia de los mismos nativos, a quienes fue necesario forzar para que permanecieran concentrados en las «reducciones» fundadas por los frailes.

Cabe preguntarse ¿cuál era la función que cumplían las «ciudades prehispánicas»?        Es evidente que la función de estas «ciudades» no era la de servir de asiento a una población numerosa, por lo cual el desarrollo de su estructura urbana no llegó tampoco a ser más complejo. Pocas actividades se llevaban a cabo en su interior y salvo en aquellos casos en que había hecho su aparición el mercado, ninguna de ellas tenía una finalidad económica.

Los trabajos en arqueología han descubierto que rodeando a los núcleos ceremoniales se localizaban algunas unidades domésticas (es decir, de uso habitacional) ocupadas por los linajes en el poder, así como también por las familias de los principales jefes militares. Estas eran las zonas de la «ciudad» verdaderamente ocupadas por algún tipo de población, aunque la evidencia arqueológica permite suponer que se trataba de unidades en las que vivían muy pocas familias.

¿Cuál era entonces el papel de dichas «ciudades»? La única respuesta posible es que hayan servido de asiento a las élites dominantes, mismas que basaban su poder en un pretendido origen «divino» y en su función como intermediarios entre los dioses y los hombres. La fuente de legitimación de tal poder era la religión, por lo que era frecuente que la máxima expresión en la que éste encarnaba era la figura del rey sacerdote. Todo en las «ciudades prehispánicas» hablaba del poder divino que les había sido conferido a los reyes sacerdotes. Indudablemente, en estas «ciudades» se elaboraba la historia-ideología-propaganda política que legitimaba tal poder. En ellas, la práctica del poder se instituía como rito y como ceremonial religioso y de ahí se difundía al enorme hinterland rural que las rodeaba. La «ciudad», entonces, no era otra cosa que un centro de control político mediante el cual el poder señorial de unos cuantos Ahau dominaba a un gran número de comunidades campesinas a lo largo de inmensos territorios. Asimismo, la «ciudad» era un mecanismo mediante el cual se extraían cuantiosos recursos de la región a fin de construir y mantener el fastuoso escenario de dicha dominación.

A diferencia de la lógica de expansión de las ciudades occidentales, los núcleos urbanos mesoamericanos no tendieron al crecimiento acumulativo de su estructura urbana y si en ocasiones favorecieron lo que puede llamarse el reciclamiento de formas urbanas, éste estuvo probablemente relacionado con la necesidad de suprimir toda la historia arquitectónica pasada, de la misma forma en la historia política era modificada a conveniencia de cada nuevo señor. Si la producción del espacio y de las obras arquitectónicas que éste contenía eran una manifestación del poder personal del rey sacerdote, era natural que quien le sucedía aplicara este mismo principio, lo que se traducía en el abandono (si no en la destrucción) de partes completas de la ciudad y la construcción de otras nuevas.

A propósito de las «ciudades» del área Maya, un autor nos recuerda:

«Las ciudades Mayas de la época clásica serían menos ciudades (según nuestro vocabulario convencional) y más centros ceremoniales coordinadores de amplias zonas de chozas dispersas de campesinos (…) En casi todas las ciudades Mayas del Clásico la mayoría de la población vivía dispersa, sumergida totalmente en la naturaleza (…) Lo que nosotros llamamos el centro ceremonial (…) no era su entorno cotidiano. La naturaleza era más su mundo diario. No existía esa oposición ciudad-campo, esa frontera (…) ineliminable para nosotros» (Ortega, 1993).

Por otro lado y a diferencia de las ciudades del mundo occidental, las «ciudades» prehispánicas nunca pretendieron constituirse en un medio ambiente esencialmente distinto al natural; contrariamente a la idea de que la ciudad es la negación de la naturaleza, las «ciudades» prehispánicas ejemplificaron un alto grado de integración a los ecosistemas naturales. La «ciudad» prehispánica no supone el dominio del hombre sobre la naturaleza; supone, eso sí, el triunfo del sistema social (obra eminentemente cultural) sobre la comunidad (equivalente de la solidaridad natural). Si en Occidente la ciudad representó el triunfo de la «civilidad», en tanto que espacio en que el hombre se manifiesta como «ciudadano», en las «ciudades» mesoamericanas el concepto de «ciudadanía» es absolutamente inexistente. A la idea que quiere ver a las «ciudades» prehispánicas como «lugares de dioses», agregaríamos esta otra: el lugar donde el ejercicio del poder deviene en autoconsagración del dios encarnado: el gran Ahau, señor y autoridad ilimitada de todo cuanto existe sobre el territorio que domina.

LA ORGANIZACIÓN URBANA DE PALENQUE

Palenque es un asentamiento Maya de la época Clásica. Las investigaciones llevadas a cabo por arqueólogos y epigrafistas coinciden en señalar que la parte más antigua del sitio corresponde al Grupo de La Picota. Alrededor del año 650 DC, se inició la construcción de la Plaza Central, que a partir de entonces se convirtió en el espacio de mayor jerarquía del asentamiento (Figura 1).

Además de la Plaza Central, en la zona arqueológica de Palenque pueden distinguirse tres plazas más, una de las cuales, la del Sol, fue construida a finales de 600 DC por Chan Bahlum, hijo de Pacal.

Hacia el Oeste del sitio se localiza un conjunto arquitectónico que ha recibido el nombre de Grupo IV, que al parecer constituye una unidad habitacional que fue ocupada por Chac Zutz, batab de Pacal, hacia el año de 723 DC (Arellano 1993). En dicha unidad se localizó el Tablero de los Esclavos, uno de los más importantes del sitio, lo que pudiera cuestionar la hipótesis de que estos conjuntos cumplieron las funciones de simples espacios domésticos.

A una distancia aproximada de 800 m del núcleo ceremonial se encuentran los conjuntos habitacionales B y C y a unos 60 m del Grupo Norte se localizan los Grupos I y II. A juzgar por la técnica empleada y por las características arquitectónicas de los edificios que integran estos grupos, es muy posible que representen un caso de ocupación tardía dentro del sitio.

Aunque a la fecha no se conservan evidencias que permitan suponer la existencia de caminos que comunicaran entre sí a las diferentes áreas de la zona, no es improbable que ellos hubieran existido. Los vestigios de dos puentes prehispánicos sobre los arroyos Otolum y Murciélagos indican con claridad que a ambos lados de dichos arroyos existió algún tipo de comunicación física.

Al igual que la mayoría de los asentamientos Mayas de la época Clásica, en Palenque no se cuentan con indicios que nos hablen de la existencia de un mercado. Fuera de los templos y de los edificios que componen los conjuntos habitacionales, no existen en la zona más que dos casos de lo que pudiera llamarse arquitectura pública de carácter civil: el «Palacio» y Edificio XXVI. Ubicado en la misma plaza que el Templo de las Inscripciones, el Palacio es un conjunto de estructuras construidas a lo largo del tiempo con funciones aún poco claras. La explicación más convincente habla de un espacio destinado a tareas administrativas (casa de gobierno), aunque no se descarta la posibilidad de que hubiera podido funcionar como una escuela para nobles. Por otro lado, la presencia de la Torre hace pensar en un observatorio astronómico.

Si bien es cierto que durante la construcción del Palacio el arroyo que corre a uno de sus costados tuvo que ser reencausado y embovedado, en toda la zona no existen rastros de alguna otra obra de ingeniería urbana.

Los ejemplos más acabados de arquitectura con fines religiosos están representados por el Templo de las Inscripciones, que es un gigantesco monumento funerario erigido en memoria del rey Pacal. Le siguen en importancia los templos que se encuentran en la Plaza del Sol, en los que se advierte un elemento poco común entre los demás edificios del sitio; estamos hablando del «santuario», pequeño adoratorio en el que se resguardaba cada uno de los tableros que da su nombre a los tres templos de esta plaza.

Las plazas fueron espacios de gran importancia en la vida del sitio, constituyendo en conjunto un sistema articulado de espacios públicos abiertos que alcanzó gran complejidad durante el gobierno de Chan Bahlum. Recordemos que la gran aportación arquitectónica de dicho gobernante fue la construcción de la Plaza del Sol, que lejos de desplazar las funciones centrales que se llevaban a cabo en el núcleo ceremonial se convirtió en una continuación natural del mismo. Aun cuando se ha pretendido que la Plaza Central se encontraba ya en desuso al momento en que se construyó la Plaza del Sol, existen evidencias de que algunas de sus estructuras, el Palacio particularmente, siguieron siendo objeto de ampliaciones y modificaciones arquitectónicas a lo largo de varios años más. El hecho de que durante el gobierno de Chan Bahlum no se hayan registrado intervenciones arquitectónicas en el Palacio (Griffin 1980), no significa que la estructura hubiera sido abandonada. Bajo el reinado de Kan Xul, por ejemplo, la ampliación del Palacio continuó con la construcción de las casas AD y D y en un momento aún más tardío se adicionó la Torre, lo cual demuestra la vigencia que conservaba el núcleo ceremonial no obstante la construcción de nuevos espacios urbanos y arquitectónicos.

Existe cierta predisposición a pensar que la importancia de los grupos familiares que residían dentro del sitio se encontraba en relación a la distancia que mantenían con respecto a la Plaza Central. Sin embargo, debemos recordar que no todos los conjuntos habitacionales datan de la misma época y que la construcción de uno de estos conjuntos durante la época de mayor esplendor probablemente tuvo una importancia distinta a la que pudo haber tenido la construcción de otro en una fase de ocupación tardía.

Se acepta comúnmente que el uso y los atributos del espacio reflejan las características de la organización social que lo produce. En este sentido, debemos preguntarnos, ¿cuál era el modelo de organización espacial de las unidades domésticas?

A juzgar por la distribución que presentan los conjuntos habitacionales de la zona, existía una estructura central que al parecer albergaba a los miembros más importantes del linaje familiar. Rodeando a esta estructura se localizaba un temazcal, un área para cocinar y varias estructuras de menores dimensiones para el resto de los miembros del grupo familiar. Era común que dentro de la estructura principal se reservara un espacio para hacer las veces de cámara funeraria, que dependiendo de la importancia social y política del linaje en cuestión podía ir de una simple tumba de cista a una elaborada cámara familiar.

Por el tamaño que presentan estas unidades, es improbable que albergaran a un gran número de familias, tratándose en la mayoría de los casos de 4 ó 5 de ellas. De conservarse dicho patrón de ocupación, las densidades habitacionales más altas deben haberse ubicado entre los 30 ó 40 habitantes por hectárea.

Los nodos de actividades se encuentran claramente identificados dentro la estructura urbana de Palenque: la Plaza Central, dentro de la que sobresalen por su importancia el Templo de las Inscripciones y el Palacio; la Plaza del Sol, integrada a las funciones de la anterior y el Grupo IV, residencia de uno de los linajes más importantes del sitio. Las funciones que se llevaban a cabo en dichos espacios estaban asociadas sin lugar a duda con el culto religioso y el ejercicio del poder, del que era portador el Ahau.

A diferencia del modelo de urbanización aplicado a México-Tenochtitlan, en Palenque se hecha de menos la existencia de una estructura barrial claramente definida, por lo que las unidades de organización socio-espacial deben haberse reducido a un número relativamente pequeño de conjuntos habitacionales ocupados por la nobleza del lugar. Es evidente que al interior del asentamiento se carecía de la diversidad social que llegaron a presentar grandes centros urbanos mesoamericanos como los ya mencionados.

Por lo que respecta a las etapas de crecimiento del núcleo urbano, en Palenque es posible identificar al menos cuatro anillos de expansión del contorno urbano. El primero de ellos coincide con el asentamiento original y se encuentra algo alejado del que sería el centro geográfico del sitio; se trata del lugar conocido como La Picota, ocupado probablemente entre el Preclásico Tardío y Clásico Temprano. En segundo lugar tenemos al núcleo ceremonial, construido ligeramente hacia al centro del área ocupada. La Plaza del Grupo Norte es la parte más antigua de este núcleo, que con el tiempo se extendió formando áreas como la del juego de pelota, el Templo de las Inscripciones, el Palacio y la plataforma del Templo de la Calavera.

En tercer lugar puede identificarse un anillo formado por la ampliación de este núcleo y la construcción de la Plaza del Sol. Pertenecerían a este mismo anillo la ampliación de la misma plaza hacia la del Guerrero, rodeada por los Templos XVII, XVIII, XVIII-A, XIX, XX y XXI. Por último y en torno al anillo anterior, encontramos a seis conjuntos habitacionales, que dan lugar a un cambio importante en las funciones desempeñadas por el espacio, que pasa de sagrado a profano. Es posible que en los alrededores de este cuarto anillo se instalaran los miembros de linajes secundarios, en una especie de transición entre el área urbana y el inmenso espacio rural que la rodeaba. No se incluye en esta relación varias estructuras que aun cuando se localizan dentro del área en cuestión no han sido suficientemente estudiadas.

Es improbable que durante algún momento de su existencia el sitio presentara el aspecto que tiene actualmente. Lo que muestra el trabajo de excavación y restauración llevado a cabo por los arqueólogos a lo largo de más de 60 años es una rara combinación de etapas de ocupación y fases constructivas, sin que se hubiera tenido cuidado de indicar claramente cuando se pasa de una a otra. Palenque es un sitio que duró ocupado desde el Preclásico Tardío hasta principios del Postclásico Temprano, de manera que a lo largo de más de mil años fue un espacio ampliado, reutilizado y reciclado en el que se reflejaron los cambios ocurridos en la sociedad Maya. El primitivo asentamiento que gravitaba bajo la esfera de influencia de Kuk Bajlum I, Fundador de la dinastía palencana. Uno de los primeros gobernantes de Palenque (Arellano 1993) gradualmente pasó a competir con centros regionales como Yaxchilan y Piedras Negras, hasta que en 711 DC fue sometido por Tonina. Entretanto, su área urbana había crecido hasta alcanzar los 26 km², conteniendo en su interior a poco más de 250 estructuras (este número incluye diversos tipos de construcciones, tales como templos, palacios, plataformas, juego de pelota, etc), muchas de las cuales constituyen notables ejemplos de arquitectura religiosa.

No obstante lo anterior, lo que se ha dado en llamar la «ciudad» de Palenque no constituye, desde nuestro punto de vista, un sistema de espacios y estructuras urbano-arquitectónicas con el carácter de funcionalidad que presentan la mayoría de las ciudades y los complejos urbanos. Si partimos del supuesto de que una ciudad implica la existencia de una población relativamente grande, dedicada a actividades no agrícolas, con un alto grado de diferenciación social y especializada en actividades económicas derivadas de la división social del trabajo; que supone también un cierto grado de organización del espacio, de manera que la existencia de una diversidad de servicios, equipamientos e infraestructura se vuelve necesaria no sólo para satisfacer la demanda de la población residente, sino también la de las comunidades más pequeñas que la rodean; que plantea asimismo una relación de interdependencia manifiesta entre el centro urbano y su región (interdependencia que se expresa, entre otras formas, a través del grado de desarrollo del comercio) , pocas razones pudieran justificar la aplicación del término «ciudad» al asentamiento prehispánico de Palenque.

El reconocimiento de lo anterior no significa menospreciar la importancia de estos centros de población como modelos de organización territorial, simplemente trata de advertir el equivocado uso que se hace de términos que son ajenos a los contextos socio-económicos, los procesos históricos y las tradiciones culturales de los pueblos mesoamericanos. El estudio crítico de los patrones de ocupación espacial de estas sociedades puede ponernos en el camino de llegar a comprender su funcionamiento.

ANÁLISIS DE LOS PRINCIPALES ESPACIOS ABIERTOS

La plaza es un elemento urbanístico de especial importancia en las ciudades mesoamericanas. Así lo indican los estudios realizados desde la época de Caso y Batres, hasta los más recientes llevados a cabo por Morelos y Hartung. El estudio de estos espacios abiertos revela patrones específicos de intercambio social y prácticas religiosas basadas en representaciones multitudinarias al aire libre.

La plaza prehispánica expresa la concepción mesoamericana del orden cósmico y sagrado. El espacio «profano» no existe en estas sociedades del mismo modo que en las sociedades occidentales. La organización física del mundo terrenal es una continuación de concepciones mágico-religiosas profundamente ancladas en las psique del hombre mesoamericano.

A diferencia de la plaza europea, que es un espacio diseñado para el «ejercicio» de la ciudadanía (es decir, que supone el desarrollo de la idea política de «ciudadano»), la plaza prehispánica es un espacio que cumple con una función de «representación». Si en la plaza europea el individuo participa activamente en tanto que ciudadano, en la plaza prehispánica acude en calidad de espectador.

De acuerdo con J. Eric Thompson, los centros ceremoniales mesoamericanos solamente eran utilizados durante la celebración de ciertas fiestas religiosas. La ornamentación de los edificios que delimitaban a las grandes plazas indica que la función de sus fachadas era integrarse a un espacio exterior, con la evidente intención de impresionar a la masa que ahí se aglomeraba para presenciar la celebración.

Fachadas y espacios exteriores se combinaban así en un solo mensaje que acentuaba la importancia y superioridad de los mandatarios. Algunos autores catalogan a la arquitectura Maya como una «arquitectura de fachadas», debido a la incomparable importancia que este elemento visual tenía sobre los espacios interiores que esa misma arquitectura creaba.

En efecto, la arquitectura Maya y la palencana no es la excepción, privilegiaban los espacios exteriores (abiertos) sobre los interiores (cerrados). La integración de tres elementos: las fachadas de los templos que delimitaban a los espacios abiertos, las dimensiones y perspectivas que ofrecían las plazas y los elementos del paisaje natural que servían de fondo a los espacios «construidos», acentuaba sin lugar a duda el aspecto «dramático» de las celebraciones religiosas. Imaginemos el efecto de una de estas representaciones en el ánimo de una población ignorante (se estima que el 90% de la población Maya habitaba en comunidades rurales, por lo que su refinamiento cultural para entender y apreciar estas representaciones debe haber sido mínimo), dominada mediante el miedo y la superstición por una élite ilustrada que se distanciaba social y culturalmente cada vez más de las comunidades campesinas que le servían de soporte.

La preeminencia de los espacios exteriores sobre los interiores no se explica tan sólo a partir de la necesidad «escenográfica» de estas celebraciones religiosas. Para los hombres mesoamericanos anteriores al siglo XVI, los espacios exteriores deben haber tenido muchísima más importancia que aquellos pequeños espacios cubiertos que apenas servían para cumplir algunas funciones internas (Ortega 1993). Recordemos que la costumbre de vivir en «lo interior» tiene un origen europeo y representa un modelo de habitabilidad occidental ajeno por completo a los pueblos originarios de este continente.

Una diferencia más respecto al uso que hacen del espacio las sociedades occidentales está relacionada con el carácter sagrado del espacio entre las culturas prehispánicas. Mientras que para las primeras el espacio tiene un sentido «laico», para las segundas tiene un significado mágico-religioso. La «ciudad» prehispánica reproduce un orden divino y en ella transcurre un tiempo mítico, que es un tiempo fundacional. En esta «ciudad» se expresan el no-espacio y el no-tiempo de los dioses, razón por la cual ésta deviene en la actualización de un tiempo primordial (Ortega 1993).

El espacio exterior (abierto) está más próximo al sentido de unidad cósmica que el espacio interior. Salvo excepciones, el espacio interior (cerrado) de la arquitectura prehispánica se reduce a pequeñas cámaras o cuartos de dimensiones no mayores a los 4 ó 5 m². En comparación, los espacios exteriores representan una superficie infinitamente mayor (la Plaza Central de Palenque tiene una forma trapezoidal de 100 m en su lado más corto y 200 m en su lado mayor), al mismo tiempo que enriquecen la perspectiva espacial e introducen importantes cambios en la escala de percepción del espectador.

El mismo esquema empleado en el diseño de las plazas prehispánicas es repetido casi sin variaciones en el diseño de los patios interiores. El conjunto arquitectónico conocido como el Palacio contiene tres de estos patios, siguiendo una curiosa distribución asimétrica en un arreglo de 2 por 1 en sentido norte-sur.

Los patios son a los grandes conjuntos arquitectónicos lo que las plazas a la ciudad: son el articulador de sentidos, flujos, formas e intenciones. El carácter «escenográfico» de los patios prehispánicos queda de manifiesto en el Palacio, donde las escalinatas que conducen a ellos y los taludes que los confinan están cargados de los mismos elementos ornamentales que aparecen en las fachadas de los edificios que delimitan a las grandes plazas.

La afirmación de un conocido urbanista en el sentido de que la ciudad nunca es más ciudad que en sus plazas, parece cobrar pleno significado en el caso de las «ciudades» prehispánicas.

EL LENGUAJE DE LA ARQUITECTURA PALENCANA

Toda ciudad contiene dos grandes conjuntos de elementos: uno de ellos está integrado por la traza, la infraestructura, la red vial y el transporte, formando una estructura física que organiza, regula el metabolismo entre la ciudad y el medio ambiente y articula las diferentes zonas en que aquella se divide; el otro está representado por el conjunto de obras arquitectónicas (ya sean de carácter religioso, público, civil o comercial/productivo) que sirven de envolvente a las actividades humanas. La primera sirve de soporte a la segunda, que al mismo tiempo hace las veces de contenedor de la vida social. Una y otra conforman a la ciudad, aunque cuando pensamos en la imagen urbana tendemos más a identificarla con su aspecto construido, es decir, con la construcción arquitectónica.

Sin duda, lo más sorprendente en las «ciudades» mesoamericanas es su arquitectura. Ella simboliza las aspiraciones estéticas de las sociedades que las construyeron, así como también sus afanes de trascendencia. La impresión generalizada que provoca esta arquitectura es de grandeza, resultado entre otras cosas de su monumentalidad, sus proporcionadas dimensiones y una lograda integración a sus contextos naturales. Muchos de sus ejemplos expresan un delicado orden espacial, que es la proyección de complejas concepciones religiosas. Es más, nos atreveríamos a sostener que sin este sustrato religioso, la arquitectura mesoamericana habría sido imposible.

Un imperceptible simbolismo se oculta en cada uno de los elementos ornamentales de esta arquitectura y aún a veces en sus mismos elementos constructivos. Las tres secciones de un edificio religioso (basamento, templo y crestería) representan a cada uno de los tres mundos existentes (el inframundo, el mundo terrenal y el mundo celestial). Pero entrelazado con este aspecto religioso se manifiesta también un lenguaje al que hemos llamado «lenguaje del poder». Lo que sigue es una descripción pormenorizada de los elementos de este lenguaje en la arquitectura palencana.

El Templo de las Inscripciones es, sin duda, la obra arquitectónica más representativa y conocida de todo el sitio. Aloja una complicada serie de espacios interiores, no perceptibles desde el exterior, que sirven como acceso y cámara funeraria de la tumba de uno de los personajes más importantes de la historia palencana: Ahau Pacal, llamado a veces «escudo solar». El edificio, que en su tipología no es diferente a muchos otros templos del lugar, es en realidad una enorme tumba-mausoleo erigida en memoria del poderoso señor.

El edificio que forma el templo propiamente dicho está elocuentemente decorado con relieves de estuco en las pilastras que delimitan los vanos de la fachada principal, siendo el motivo predominante la representación en tamaño casi natural de un personaje de pie que sostiene a un niño en brazos. A cada uno de los lados de la escalera que da acceso al templo se encuentran sendos personajes en posición sumisa, como si se tratara de nobles cautivos. Imágenes parecidas se encuentran en la escalinata de la Casa A del Palacio.

Según la mitología Maya, los grandes Ahau como Pacal eran descendientes en línea directa de los dioses, por lo que se convertían en intermediarios entre ellos y los hombres, a quienes gobernaban por mandato divino. Los estudios de epigrafía llevados a cabo en años recientes revelan que la historia del sitio fue reescrita en varias ocasiones para ajustarla a los acontecimientos biográficos de cada uno de los señores que dominaron el sitio. En el caso de Pacal, es evidente que la historia, la religión y la propaganda política se encuentran entremezclados en un sólo texto del que son inseparables.

No es fácil calcular el volumen de piedra que fue necesario extraer, acarrear, labrar y colocar en su sitio final para dar forma a este sorprendente edificio. Miles de horas-hombre fueron invertidas en su ejecución sin otra finalidad aparente que la de rendir un tributo póstumo a la memoria de Pacal. Sin embargo, semejante gasto de energía y de recursos tenía un fin que iba más allá de perpetuar la memoria del gobernante: nos referimos al fortalecimiento de la autoridad señorial como institución, es decir, a la perpetuación de una forma de dominación que daba sentido y razón de ser a la estructura de la sociedad Maya.

Los trabajos de campo realizados en el sitio en fechas recientes indican que la plataforma que aloja a los tres templos vecinos al Templo de las Inscripciones llegó a funcionar como una «necrópolis imperial». En 1994, por ejemplo, se descubrió una tumba de sarcófago en una subestructura del Templo XIII, que aunque no muestra inscripciones jeroglíficas contiene un atuendo de más de mil piezas de jade. Otro tanto sucedió en el Templo de la Calavera, en una de cuyas subestructuras fue localizada una cámara funeraria que contenía un atuendo igualmente impresionante, destacando una pieza de jade que presenta una inscripción jeroglífica en la que aparece el glifo emblema de Pomona.

Muchos de los templos más importantes de Palenque y que aparentemente son edificios religiosos, son en realidad tumbas-mausoleo dedicadas a grandes señores. La llamada «tríada de Palenque», integrada por los templos del Sol, de la Cruz y de la Cruz Foliada, contienen tableros de piedra en los que se consagran fechas relativas a la entronización de Chan Bahlum, Ahau que sucedió a Pacal en el gobierno de esta capital regional.

Gerardo Fernández especula sobre la posibilidad de que la tumba de Chan Bahlum se hubiera encontrado en la cámara funeraria del Templo XV, hecho que confirmaría la suposición de que estos edificios constituían auténticas tumbas imperiales.

Un edificio tan importante como el Palacio exhibe en sus paredes escenas del entronizamiento de Pacal (el tablero oval), así como una colección de medallones que probablemente representaban a los distintos personajes que gobernaron el sitio a lo largo de su historia. Estas escenas se complementan con otras de cautivos, como las que aparecen en las escalinatas de la Casa A, lo que confirma el lenguaje de poder y dominación contenido en esta arquitectura.

Hasta fechas relativamente recientes, la idea que se tenía de los Mayas palencanos como un pueblo pacífico, dedicado al culto religioso, al arte y a la observación astronómica, ha comenzado a ser puesta en duda. Un magnífico tablero encontrado en 1994 en el Templo XVII, muestra a un guerrero investido con un imponente atuendo sometiendo a un cautivo, que al parecer pertenecía a un distinguido linaje enemigo. Lo anterior confirma la importancia del papel que desempeñaron los Ahau Mayas, que sumaban la función de jefes militares a sus cargos como gobernante y máximo sacerdote. La guerra, como empresa cultural más que como empresa económica (y tal era el caso de las sociedades mesoamericanas), reclamaba fuertes liderazgos y la práctica de una ideología centralizada en la capacidad (real o supuesta) de quienes la conducían. No es de extrañar, pues, el papel propagandístico que adquiere la arquitectura en estos centros ceremoniales, que adicionalmente eran espacios que preparaban el ejercicio y la perpetuación de la dominación.

El culto a la personalidad de los reyes-sacerdotes-jefes militares parece ser una constante en el lenguaje de la arquitectura Maya. Ejemplos como Palenque, Yaxchilan, Tonina, Copan y Tikal, son suficientemente representativos al respecto.

LA «CIUDAD» DE PALENQUE COMO CENTRO DE CONTROL SOBRE LA REGIÓN

Desde siempre, la ciudad ha sido un mecanismo de control sobre la región que la rodea y de extracción de los recursos que ésta posee. En el México prehispánico aquélla no parece haber sido la excepción.

Las tierras Mayas se caracterizaron por la existencia de un conjunto de «capitales regionales» que servían como puntos de organización y de control territorial. Dentro de esta estructura de control «regional» existían sitios de distintos órdenes: primario, secundario y terciario. De acuerdo a las teorías de Christaller y Lösch y paralelo al punto de vista de Marcus, los de orden primario serían los «pivotes» alrededor de los cuales se organizaban los sistemas secundarios, que a su vez funcionaban como ejes de articulación de los sitios terciarios. La «centralidad» de cada uno de estos puntos estaba en función de su jerarquía regional, advirtiéndose una manifiesta subordinación de los de orden inferior respecto a los de mayor jerarquía.

Un criterio que siguen los arqueólogos y epigrafistas para establecer la jerarquía regional de un sitio está relacionado con la existencia de «glifos emblema», así como con los lugares en donde éstos aparecen mencionados. Veamos el caso específico de Palenque. Palenque es una capital regional que mantiene bajo su influencia (hegemonía política sería un término más adecuado) a sitios terciarios como Tortuguero, Jonuta, Miraflores y Pomona, entre otros. Excepto Pomona, en cada uno de estos sitios es posible encontrar representaciones del glifo emblema de Palenque, ya que los Ahau de éste son reconocidos como autoridades en los sitios bajo su dominio (de acuerdo a los análisis cerámicos realizados por Rands en Palenque y por Sandra López en Pomona y Yaxchilan, la relación entre Pomona y Palenque sólo es inferida por los tipos cerámicos entre ambos sitios). Igualmente frecuentes son las referencias en estelas a hechos de guerra, captura y sacrificio en los que participaron los Ahau palencanos.

La guerra constituía, como en otras partes del mundo, un excelente mecanismo para ampliar la hegemonía política y militar de cada una de estas capitales regionales, por lo que fue una empresa a la que recurrieron insistentemente aquellos sitios que buscaban ampliar su esfera de dominación. Después de que un sitio se imponía militarmente a otro, manifestaba su dominio imponiendo la autoridad de un cahal o jefe militar, quien representaba al Ahau del sitio dominante. La aparición del glifo emblema de un sitio de orden secundario en uno de orden terciario indica sin lugar a dudas que éste último fue dominado por el primero. Así lo ejemplifica la presencia del glifo emblema de Palenque en la Estela 1 de Jonuta (Marcus 1976), en la Estela 1 y en el Monumento 6 de Tortuguero (Arellano 1992) y en un fragmento de tablero encontrado en Miraflores.

Otra forma de ampliar la esfera de control territorial era pactando alianzas matrimoniales entre los descendientes de un linaje de orden superior y los de otro inferior. De esta manera, un sitio secundario podía imponer su dominación sobre otro terciario sin necesidad de recurrir a la violencia organizada de la guerra.

Cada uno de los sitios terciarios actuaba a la manera de cacicazgos locales sobre una vasta red de comunidades rurales, que tributaban productos y servicios a los gobernantes de dichos sitios. La base de esta estructura de tributación la ocupaban las comunidades rurales, siguiendo en orden ascendente los sitios terciarios, los secundarios y finalmente los primarios (Marcus 1976). La complejidad espacial y social de cada uno de ellos estaba en función del lugar que ocupaban dentro de esta estructura de dominación, ya que la cantidad de recursos que recibían de la región era directamente proporcional a su jerarquía política.

CONCLUSIONES

A nivel regional y urbano, los patrones de organización espacial constituyen otras tantas modalidades de organización de la producción y de control social y político sobre la población. En el caso de las tierras bajas Mayas y específicamente en el caso de Palenque, la distribución del espacio responde a la necesidad de crear centros de poder desde los cuales se pueda someter y explotar a numerosas comunidades rurales dispersas a lo largo de extensos territorios.

Como en otros muchos casos mesoamericanos, Palenque es un centro «parasitario» que vive a expensas de la región que la rodea. Las características formales de las estructuras urbano-arquitectónico responden a la función «escenográfica» de crear un ambiente apropiado a la dominación que ejercía la teocracia en el poder.

De acuerdo a la evidencia arqueológica disponible, Palenque no muestra una secuencia de crecimiento del núcleo urbano en el sentido moderno que se le da a este término. El sitio no crece, lo que hace es multi-nuclearse alternando etapas de construcción y destrucción (ocupación y abandono) y recurriendo eventualmente al reciclaje de formas urbanas.

Ninguno de los aspectos que acompañan al proceso de urbanización: aumento de la población urbana sobre la rural, incremento de la densidad constructiva y habitacional, ampliación de los contornos del grupo urbano y progresiva diferenciación social y económica del espacio, parecen darse en Palenque.

Más que una ciudad en el sentido convencional del término, Palenque constituye un espacio arquitectónico-político mediante el cual se ejerce la dominación teocrática al resto de la sociedad y se extiende su hegemonía política sobre una región integrada por comunidades rurales. No obstante lo anterior, el ropaje con el que se viste este poder continúa ejerciendo una especial fascinación a lo largo del tiempo entre arqueólogos e historiadores.

REFERENCIAS

Arellano Hernández, Alfonso

1992        Una reinterpretación del monumento 6 de Tortuguero Memorias del Primer Congreso Internacional de Mayistas, Tomo II, pp. 629-638. Centro de Estudios Mayas, Universidad Nacional Autónoma de México, México.

1993        Palenque: ciudad para un linaje divino. Revista semestral del CIHMECH- Universidad Nacional Autónoma de México 3 (1).

Griffin, G. Gillet

1980        Thoughts on Palenque and Its Corbels. En Tercera Mesa Redonda de Palenque, Vol.IV (editado por M. Green Robertson y D. Call):1-9. Pre-Columbian Art Research, Herald Printers, Monterey, California.

Marcus, Joyce

1976        Emblem and State in the Classic Maya Lowlands. Dumbarton Oaks, Washington. DC.

Figura 1

 

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