28. Cerro de Oro, Santiago Atitlán: un espacio sagrado a la orilla del lago

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Cerro de Oro, Santiago Atitlán: un espacio sagrado a la orilla del lago

Abstract

According to the accounts, towards the end of the XIX Century a kaq’chik’el group settled in the northern skirt of Cerro de Oro, founding the village that is known today. Under the strong influence of the tz’utujil of Santiago Atitlán the migrant group adopted the language, clothing and some customs. Nevertheless the oral tradition still remembers the origin of these settlers. On the other hand, the archaeological evidence shows that the occupation of the hill goes back to ancestral times. The regional geography and the abundant resources of the lake favored the settlement of these first groups, as evidenced by the rock art motifs at the top of the hill. This work undertakes the study of the understanding of the hill in the old and recent communities from an archaeological and ethnographic perspective.

Geografía y naturaleza

A la sombra del volcán Tolimán, el Cerro de Oro es una elevación de forma redondeada que destaca en el paisaje atiteco (Fig.1). Su punto más alto alcanza 1,892 msnm, 330 metros arriba del nivel del lago. Alguna vez parte de un antiguo sistema volcánico, el cerro se levanta en la ribera meridional del lago, espacio configurado por numerosas penínsulas, ensenadas e islotes formados por rocas volcánicas (Fig.2).

Hacia el norte y el este, el lago se encuentra delimitado por empinados paredones. A excepción de algunas pequeñas zonas planas, casi toda la orilla posee terrenos irregulares por lo que la mayor parte de la agricultura se realiza en las laderas de las montañas y en la altiplanicie. Sobre el margen sur del lago se alza la cordillera volcánica que delimita el límite meridional de la cuenca. El cerro Cucumbey (2,665 msnm), la sierra de Parraxquím y los volcanes Pakisís (2,831 msnm), San Pedro (3,020 msnm), Chuichumil (2,400 msnm), Paquixtán (2,455 msnm), Tolimán (3,158), Atitlán (3,537 msnm), Cerro de Oro (1,892 msnm) e Iquitiú (Villar 2008) de 2,338 msnm conocido también como Lequitiv (Prahl 2012) o Chauliculín (Webster 1969) cierran la cuenca por el sur. Los cerros Cristalino (2,257 msnm), Chicul, Chuiraxamoló (2,732 msnm), Batzibaljuyub (2,730) y San Marcos (2,918 msnm) se elevan en el flanco occidental. En el norte destacan los cerros Chiuchimuch (2,670 msnm) y las Minas (2,492), mientras que en el este se impone el cerro Xequistél (2,316 msnm).

El mapa anexo a la Relación de Santiago Atitlán (Fig.3), probablemente elaborado por un pintor indígena (Acuña 1982:66 y Payeras 2006:16), presenta una auténtica imagen de la situación etnogeográfica de la cuenca hacia fines del Siglo XVI. El plano despliega valiosos detalles dentro de los que sobresalen cerros y volcanes, poblados y canoas. Posiblemente fue elaborado desde la cima del volcán San Pedro (Acuña 1982:66), evidencia constatada en la perspectiva similar de la vista hacia el lago desde esta cumbre.

Debajo del sol se encuentra el volcán Tolimán del cual solamente dice: “bolcan”. A la derecha, es decir hacia el sur, aparece el volcán Atitlán del cual se lee: “bolcan de fuego”. La cima se encuentra desprovista de vegetación ya que en 1585 se encontraba en un periodo de constantes erupciones: “Del uno se tiene noticia que en los años pasados (puede haber ochenta años, poco más o menos) reventó y echó mucha cantidad de agua, piedra y fuego. Y ansí, ahora se echa de ver por estar, todo lo que (se) dice la boca, pelado y quemado a modo de una caldera. Reventó segunda vez este volcán por el año de mil quinientos y cuarenta y uno, que fue cuando reventó el volcán de la Ciudad Vieja de Guatemala y se anegaron algunos vecinos della, por cuya ocasión se mudó la dicha ciudad de allí y se pasaron al asiento donde ahora está poblado. Este propio volcán, cuando reventó el de Guatemala puede haber tres años, poco más o menos, echó fuego, aunque muy poco. Y ansí, de cuando en cuando, por las mañanas y algunas tardes, echa humo, aunque es poca cosa. Llámase este volcán en la lengua materna Hun Qat, que suena “cosa que quema entre sí” (Acuña 1986:91).

En el mapa de la Relación de Zapotitlán fechado para 1579 se representa una erupción de lava en su cima. De igual manera se ilustra en el plano del Corregimiento de Atitlán realizado por Fuentes y Guzmán hacia 1690. Su última erupción registrada ocurrió el 3 de junio de 1853 (Prahl 2012:26). Hoy en día la cumbre permanece desprovista de vegetación y aún se encuentran fumarolas, vago recuerdo del antiguo poder del coloso.

“El otro volcán, que está junto a él hacia la parte del norte, no ha reventado, ni jamás se ha visto humear ni tiene señal de haber echado fuego. Llámanle en la lengua materna los naturales Oxi Qahol, que significa o quiere decir “los tres mozos” (Acuña 1986:91).

En el lado opuesto, separado por la bahía de Santiago se encuentra el volcán San Pedro, que fue dibujado de mayor tamaño que los otros dos volcanes. De este dice “bolcan de poniente”; refiere la relación: “Tiene muchas quebradas que bajan de arriba abajo, causadas de las lluvias y aguas que descienden de la punta dél cuando llueve” (Acuña 1986:92).

Los animales también fueron representados: cardúmenes de peces aparecen por casi todo el lago, con una concentración notoria frente al Cerro de Oro. Un grupo de patos o zambullidores se dirige hacia el poniente frente a la punta de Tzanjayam. “…es una realidad abreviada, un mundo reciente de barcas a la deriva en las corrientes lacustres, con un sol joven y amarillo, de cabellera revuelta, en el confín del este” (Payeras 2006:16).

Durante la época prehispánica dos caminos principales comunicaban los poblados de la cuenca del lago con la región de la boca costa y el océano Pacífico. El primero partía del actual poblado de San Lucas Tolimán corriendo paralelo a la cuenca del río Madre Vieja hasta alcanzar Patulul (el lugar de los zapotales). El segundo se dirigía desde Santiago Atitlán pasando junto a la bahía de Santiago y atravesando una pequeña serranía entre Parraxquim y las faldas del volcán Atitlán antes de llegar a Chicacao (en el lugar de los cacaotales). De acuerdo a la Relación de Santiago Atitlán, las plantaciones de cacao se encontraban a seis leguas del poblado. Era utilizado como moneda de cambio por vestuario, pago de tributo y bebida: “Las contrataciones que los naturales y españoles tienen en esta tierra es el cacao, que lo compran de rescate y muchos de los naturales lo tienen de cosecha en sus heredades dello, a seis leguas deste pueblo. Y tienen granjerías de vender el cacao a dinero y a trueco de ropa de todo género, y con este cacao compran lo que han menester para su vestuario los indios, y para sus mujeres e hijos, Porque el cacao les es dinero para comprar, y dello pagan sus tributos en especie conforme a la tasación que les está dada. Y usan dello para su bebida” (Acuña 1986:96).

Desde Patulul y Chicacao se extendían nuevas redes de caminos que permitían un efectivo desplazamiento entre la boca costa y la costa sur, accediendo a los mercados interregionales con abundantes productos como sal, cacao, algodón, pataxte, zapote, y conchas marinas.

“La sal que los naturales y otras gentes han menester la traen de acarreto los indios que en ello tienen su contratación, que van a la Costa por ello, a los pueblos de la mar del sur que son y viven de hacer sal, y la traen en caballos y a cuestas para lo vender en los tianguis y mercados deste pueblo y en los comarcanos. Y ansí, los deste pueblo no la alcanzan si no es desta manera. El algodón de que hacen mantas, de que hacen su vestido los indios e indias, lo van a comprar a los pueblos de la Costa, en tierra caliente, porque en este pueblo no se cría ni coge” (Acuña 1986:95).

Desde la época prehispánica el nivel del lago ha variado considerablemente. El centro de Samabaj del Preclásico Tardío se encontraba asentado sobre una isla frente a Cerro de Oro que actualmente se encuentra sumergida. Teachuc, en la bahía de Santiago, es otra isla con cerámica del Postclásico que también quedó inundada al aumentar el nivel del lago (Shook 2010).

La cuenca del lago de Atitlán corresponde al bioma de Bosque de Montaña del Reino Neártico, con un rango de altitudes que va desde su punto más bajo en la superficie del lago (1,562 msnm) hasta el punto más elevado en la cima del volcán Atitlán (3,537 msnm). Los ecosistemas se esparcen como praderas subalpinas, sucesiones de bosques de pino (Pinus sp.), encino (Quercus sp.), abeto (Abies sp.), ilamo (Alnus sp.), kanaq’ (Chiranthodendron pentadactylon) y bursera (Bursera sp.), y zacatonales alpinos (Villar 2008:33). Sobrepasado el límite meridional de la cuenca, en el flanco sur de la cordillera volcánica, impera el bioma Selva Subtropical Húmeda del Reino Neotropical por lo que el intercambio de especies, en especial de este último bioma al primero resulta frecuente, principalmente entre las aves (Ibíd.). De igual manera, los sistemas montanos conforman importantes corredores biogeográficos por los que transitan no solo las aves. Venados, gatos de monte, coyotes y pumas se desplazan por igual en estos remansos silvestres evitando el encuentro con humanos.

La carne silvestre fue aprovechada desde la época prehispánica: “Y se sustentaban de la caza que mataban, como son venados, conejos, puercos monteses, y otras salvajinas que ellos conocen, como son armados y tepeizcuintles y pizotes, y otros géneros de animales silvestres, y gallinas de la tierra” (Acuña 1986:90).

“…si no son los tigres y leones que se crían en los montes. Hay zorros y raposos, y puercos monteses que tienen el ombligo encima del lomo, los cuales son bravos y salvajes; hay venados, conejos, y codornices y palomas torcazas, y tórtolas y pavas, y papagayos grandes y pequeños y guacamayos, que son unas aves que tienen las plumas coloradas, verdes, azules y amarillas, de las cuales los naturales se aprovechan para sus bailes, y dellos hacen algunos aventadores” (Ibíd.:95).

“Hállanse, entre estas peñas, culebras grandes de más de cuatro varas en largo, y gruesas como el brazo. No hacen mal ni daño ninguno, porque son bobas, y los indios, en sus areytos y bailes que hacen en los días y fiestas señaladas, las traen revueltas al cuerpo” (Ibíd.:92).

La cacería es una práctica sagrada en la que el cazador honra a la presa antes y después de la caza. Entre las comunidades tz’utujil y kaq’chik’el del lago se encuentran santuarios de cacería dispersos en los alrededores. En estos espacios sagrados los cazadores depositan los huesos de los animales en nichos y abrigos entre las rocas, guarida del guardián de la montaña. Junto a la ofrenda se realiza una ceremonia en la que se encienden velas, se quema incienso y se vierte alcohol sobre los huesos (Brown 2009). Los cazadores, acompañados por sus perros, acuden al santuario para pedir perdón y permiso para poder continuar cazando. En ocasiones, antes de la cacería, se lleva cerveza, licor, carne, tamales, pino y una gallina viva para ser sacrificada al guardián de los animales (Ibíd.:49). Según la tradición tz’utujil de San Pedro, San Juan y San Pablo todos los huesos deben ser devueltos para que nuevos animales puedan ser regenerados a partir de cada hueso. En Santiago Atitlán, los cráneos y las pieles son guardados en la cofradía de San Juan y usados como elementos de los trajes en el baile del venado y del jaguar. Mientras que en las comunidades kaq’chik’el de Pampojilá y Agua Escondida los huesos devueltos al guardián animal son principalmente cráneos y mandíbulas, asegurando así el éxito de la próxima cacería (Ibíd.:54-56).

Los restos de los animales depositados en estos santuarios incluyen venados cola blanca (Odocoileus virginianus), cabritos de monte (Mazama temama), pizotes (Nasua narica), armadillos (Dasypus novemcinctus), tepezcuintles (Cuniculus paca), cotuzas (Dasyprocta punctata), pecaríes (Pecari tajacu) y tapires (Tapirus bairdii). En el listado presentado por Brown destaca la presencia de huesos de tapires, especie que actualmente es sumamente difícil de observar debido a que sus poblaciones de la cuenca del lago se restringen a las montañas más inaccesibles y menos transitadas por el hombre, como la cima de la sierra de Parraxquím.

Los ecosistemas actuales de Cerro de Oro han sido modificados considerablemente por acción del hombre a lo largo de los años. Reconstruir el paisaje y la biogeografía del cerro durante la época prehispánica resultaría arriesgado pero cabría suponer que se conformaba por terrenos agrícolas con sectores de bosques aislados. Actualmente el Cerro de Oro se encuentra cubierto en su mayor parte por cafetales que crecen a la sombra de gravileos. Dispersos por el terreno se encuentran árboles de aguacate (Persea americana), jocote (Spondias purpurea) y paterna (Inga sp.), mientras que los terrenos más rocosos y escarpados han sido colonizados por gigantescos amates (Ficus sp.). En las laderas se cultiva maíz, frijol, ayote y tomate. En ocasiones, las parcelas se encuentran divididas por muros bajos construidos con piedras, sobre los cuales crecen pitahayas (Hylocereus sp.) y tunas (Opuntia sp.) o por cercos vegetales de hileras de izote (Yuca elephantipes), tzite’ (Erythrina berteroana) y piñón (Jatropha curcas).

Aldea Cerro de Oro

En la falda norte del cerro se encuentra la aldea conocida por el mismo nombre. Pertenece al municipio de Santiago Atitlán y cuenta con seis caseríos: Paguacal, Chinimabey, Xesucut, Pamacán, Tzanchalí y Patzilín (Rojas 1968:313). Los pobladores reconocen cuatro caseríos como principales: Patzilín Abaj, Tzanchalí, La Cumbre y Paguacual.

La aldea fue formada hacia finales del Siglo XIX por un grupo de emigrantes kaq’chik’el procedentes de Patzicía (Rojas 1968:315). Algunos vecinos de Santiago Atitlán poseían campos de cultivos en esta región y gradualmente fueron asentándose en la aldea recién formada. Los antiguos pobladores kaq’chik’el adoptaron el traje y el idioma tz’utujil de los atitecos. Los orígenes de los habitantes de la aldea pueden ser comprobados al conversar con los vecinos, quienes relatan que algunos de sus antepasados procedían de Patzicía y otros de Santiago Atitlán.

La mayor actividad económica de los pobladores consistía en la fabricación y comercio de petates, los cuales se elaboraban de tul (Schoenoplectus californicus y Typha domingensis) que cubría casi por completo las aguas ribereñas (Rojas 1968:313). Los petates eran vendidos en Sololá, Patzún y Patulul. Actualmente pocos artesanos se dedican a tal actividad y en pocas áreas del lago se encuentra el tul. De igual manera, en otros poblados del lago, la elaboración de lazos, redes, hamacas y morrales de maguey (Agave sp.) ha disminuido.

La pesca artesanal en el lago ha sido fuente de alimento en la cultura local desde tiempos inmemorables. Los pescadores parten en sus cayucos temprano por la mañana para evitar el fuerte oleaje que inicia alrededor de la nueve. Las especies locales de peces incluyen pupos (Poecilia sphenops y Poeciliopsis gracilis) conocidos en el mercado como pescaditos, pupos, pupos negros, pupos blancos o pupitos de acuerdo a su tamaño y coloración; algunas especies de cíclidos: negra (Amphilophus macracanthus), ixtatahua (Cichlasoma trimaculatum) y serica (Amatitlania nigrofasciata), un carácido conocido localmente como pepesca (Astyanax aeneus) y un escamudo conocido como gulumina (Profundulus guatemalensis), la Relación de Santiago Atitlán hace referencia a este último pez: “El pescado que cría esta laguna comúnmente son cangrejos, y unos pececitos pequeños que llaman olomina” (Acuña 1986:92). Lothrop también describió a los peces “uluminas”, los cuales son capturados en trampas de rocas, pasto y juncos construidas a la orilla del lago (1928:392). Fray Francisco Ximénez describe: “unos pescaditos muy pequeños como el dedo meñique, que ahumados llevan a vender a muchas partes” (1967:175).

Especies más grandes: percas, mojarras, “crappies”, “bluegills”, tilapias y carpas, foráneas todas, también son capturadas por los pescadores locales. Desde su introducción, estos peces han ocasionado un impacto negativo en el frágil ecosistema del lago. Impulsada su introducción por una dependencia del gobierno y avalado por el departamento de pesca de los Estados Unidos (Rojas 1968:318), la lobina negra o “blackbass” exterminó casi por completo a los peces de menor tamaño, alimento del zambullidor de Atitlán o pato pok (Podilymbus gigas). No conforme con devorar pescaditos, la lobina también se alimenta de cangrejos. Según informantes de Santiago Atitlán, los cangrejos se desplazaron hacia aguas más profundas y los que se encontraban eran de menor tamaño (Douglas 1968:251).

Pescadores especializados capturan cangrejos (Potamocarcinus magnus) y jutes (Pachychilus sp.) entre las rocas de la orilla mientras que algunos cazadores atrapan patos (Anas discors), gallaretas (Fulica americana) y zambullidores (Podilymbus podiceps) que buscan refugio en los cada vez más escasos bosques de tul.

En noviembre, diciembre, enero y febrero; miles de gallaretas acuden a las aguas del lago en busca de alimento y refugio. Durante estos meses, la gastronomía regional incorpora a las aves recién llegadas. Con un espeso recado de tomate, en ocasiones picante y envuelto en hojas de mashán (Calathea sp.), el patín de gallareta forma parte del tradicional arte culinario tz’utujil. Las aves también son comercializadas en Panajachel; llegan al mercado peladas, cocidas a medias y atadas de alas y patas sobre dos varas de caña (Villar 2008:43).

Las aves conforman un grupo importante en la cultura de los pueblos del lago de Atitlán. La diversidad de colores de su plumaje ha sido recreada en los textiles del pueblo tz’utujil. Los más elaborados diseños representan carpinteros, tordos, chipes, cenzontles y xaras. Las aves también forman parte del imaginario del pueblo kaq’chik’el, en sus mitos y leyendas, en la oralidad y la historia. Aparecen como seres con atributos mágicos en el Memorial de Sololá. Se manifiestan en el arte regional tz’utujil; tallas en madera, murales y lienzos que se inspiran en pavos cornudos, garzas, quetzales y colibríes. Conocer el vínculo entre las aves y el contexto cultural es remontarse a la historia de los pobladores y la historia de sus ancestros (Villar 2008:5).

Navegación

Entre los poblados del lago de Atitlán, la forma más efectiva de desplazamiento era surcar las aguas del lago en canoa. Hasta hace algunos años, embarcaciones para cinco, diez o hasta cuarenta personas remontaban las corrientes lacustres. Antiguamente las grandes canoas eran talladas del tronco de gigantescos árboles de canoj (Ocotea sinuata) y cedro (Cedrella sp.) que crecían en las laderas de los volcanes de la ribera sur del lago. En los últimos dos siglos, la acelerada deforestación de este sector confinó a estas especies a terrenos más elevados, reduciendo su distribución hasta el grado de ser escasos. Con la introducción de embarcaciones con cascos de metal y fibra, impulsados por motores de gasolina, las grandes canoas fueron reemplazadas definitivamente.

Desde hace algunos años, las embarcaciones tradicionales se restringen a las canoas o cayucos para una o dos personas. Desde estas se realizan actividades de pesca, corte de tul, construcción de muelles y en algunos casos transporte. Los cayucos se fabrican en Santiago Atitlán con madera de aguacate, pino o ciprés (Fig.4). El casco está hecho del tronco ahuecado del árbol al cual se le agrega una borda de tablas que pueden ser de pino. Los tablones son clavados al casco como protección contra las olas y probablemente sean de origen hispánico (McBryde 1969:297). Se impulsan con un remo de paleta y poseen una cabilla en la proa y dos en la popa que son utilizadas para transportarla fuera del agua. El diseño de los cayucos atitecos difiere notablemente de las otras embarcaciones del área maya que son canoas de una sola pieza (Navarrete y Hernández 1986:216).

Las canoas que surcan el lago en la pintura anexa a la Relación de Santiago Atitlán guardan estrecha similitud a las embarcaciones representadas en los frescos del Templo de los Guerreros en Chichén Itza (Acuña 1982:66) y algunas de las que aparecen en el Códice de Dresde (Navarrete y Hernández 1986:217).

La apertura de senderos y veredas entre los poblados del lago no siempre es posible debido a lo abrupto y cortado del terreno por lo que en ocasiones se debe subir hasta encontrar otros caminos para luego descender nuevamente al siguiente poblado (Navarrete y Hernández 1986:221). Por ello la forma más fácil y rápida de desplazamiento es por medio de los cayucos.

Refiriéndose a San Pablo La Laguna comenta Fuentes y Guzmán (2013:97): “… tiene este pueblo dos caminos uno por la navegación, necesitando por cualquier parte de la difícil y peligrosa travesía de la laguna, otra entrada es del camino que á él se hace por tierra, de senda áspera ceñida de arcabucos y breñas y por peñascos vivos”.

Las declaraciones de los indígenas principales en la Relación de Santiago Atitlán establecen que: “El camino que hay desde este pueblo al de Tecpán Atitlán: por la laguna hay cuatro leguas, como está dicho, el cual se va por canoas que para ello tienen los naturales. Y, cuando se ofrece caminar por tierra, es grande rodeo y es el camino doblado, y trabajoso de cuestas y reventones. Hay, de aquí allá, siete leguas, poco más o menos. Y, para ir a él, se rodea la laguna por lo alto della hasta llegar a el dicho pueblo. Y, por esta causa, es el camino torcido. Las leguas no son muy grandes y, en tiempo de aguas, es muy trabajoso caminarlos” (Acuña 1986:84).

Toda ella está cercada de altísimas sierras, y peñascales muy derechos, que son pocas las partes, por donde permite embarcadero (Ximénez 1967:175).

Si bien navegar el lago permite sortear los abruptos cambios del terreno entre los poblados ribereños también posee sus adversidades. Por el sur soplan los fuertes vientos de xocomil mientras que por el sureste lo hacen los de panumul (Lothrop 1933:4). Es el mapa de la Relación de Santiago Atitlán el que mejor ilustra las aguas agitadas del lago. Las corrientes se desplazan hacia todos los rincones y frente a la estancia de Santa Cruz se agita un remolino.

“Los vientos ordinarios que en él corren y reinan son norte, sur. Algunas veces suele correr el norte con mucha violencia y suele durar cuatro y seis y ocho, y quince días a lo más largo. La furia dél es de medianoche abajo, hasta las ocho de la mañana. Y cesado este norte, empieza a correr el sur, que dura todo lo restante del día y, muy templado, tira un poco más a frialdad que a calor” (Acuña 1989:81).

Cualquier buen navegante del lago de Atitlán debe poseer conocimientos básicos de los vientos. Estos determinan las horas de pesca y transporte. La travesía del lago por ejemplo, se realizaba en la madrugada para evitar el fuerte oleaje que se forma con el viento del sur alrededor de las 9 de la mañana. Para cruzar la bahía de Santiago se usan pequeñas canoas con un promedio de 3.65 m de eslora. Para atravesar el lago se empleaban embarcaciones mucho más grandes. El viaje desde Atitlán a Panajachel, una travesía de 14.5 km se realizaba en unas cuatro horas. La mayor canoa y orgullo de la flota, “la Capoj Tz’utujil” contaba con 10 m de eslora y 1 m de manga; por lo general transportaba a 16 pasajeros y cuatro pescadores (McBryde 1969:297). El mural de Santa María Visitación (Fig.5) ilustra perfectamente esta imagen: 17 tripulantes en una canoa navegando frente a Atzikinahay.

Refiriéndose al lago comenta Fuentes y Guzmán: “… circunvalado y ceñido de corpulentos montes formados de desiguales peñas, aprisionados los vientos en el espacio, y esfera de sus círculo, se goza siempre embravecida y tormentosa con olas, y corrientes encontradas; donde se ven en su navegación padecer y sufrir irreparables naufragios á muchas piraguas, y barcas de su tráfico” (2013:50).

“Es tan profunda que no se le halla fondo…” (Ximénez 1967:175). “… dicen que don Francisco Marroquín, primero obispo que fue desta tierra, estando en el pueblo de Tecpán Atitlán con el licenciado Pedro Ramírez de Quiñónez, oidor que fue en la Audiencia Real de Guatemala, para ver la hondura que tenía la dicha laguna, la sondaron y echaron un cordel grande que tenía mil doscientas brazas de largo con una plomada grande. Y, habiéndola echado, no le hallaron fondo” (Acuña 1989:91-92). Ahora se sabe que su profundidad máxima es de 324 m con una profundidad promedio de 188 m (Dix et al. 2002:16).

Probablemente la gran habilidad de los navegantes atitecos se deba a la ubicación del poblado entre la ruta que comunica la costa sur con el altiplano guatemalteco donde el cuerpo lacustre se transforma en una barrera. Debido a su aislamiento con los otros pueblos del lago así como la bahía que separa a los pobladores de las áreas de cultivo, los navegantes adquieren gran destreza desde la niñez (McBryde 1969:297).

Tzanjayam y Tzanguacal

Según la descripción del cronista Francisco de Villacastín en base a las declaraciones realizadas por los indígenas principales de Santiago Atitlán hacia 1585, el poblado contaba con “…mil y cinco tributarios indios casados…” mientras que antes de la conquista, “…en el tiempo de su infidelidad, había más cantidad de doce mil indios…” Como en todos los poblados indígenas, las nuevas enfermedades, los trabajos forzosos y las guerras continuas ocasionaron un drástico decrecimiento en la población tz’utujil. Entre 1544 y 1549 los pobladores de Chi ya’ o Atitlán fueron obligados a trasladarse desde la vera de la laguna hacia el pueblo formado (Acuña 1986:85). “En cada una de esas poblaciones aún hay costumbres puras que se mezclan con los recuerdos de la conquista; huellas de los conquistadores que a su paso de hierro, dejaron en cada pueblo una cruz, una religión y mil esclavos” (Luna 1927:154).

El primer encuentro entre los tz’utujil y los españoles desencadenó una brutal batalla en la que las fuerzas lideradas por Pedro de Alvarado incursionaron sobre la península de Tzanjayam (Lothrop 1928:371).

La conquista de la península tz’utujil fue descrita por Pedro de Alvarado en las cartas de relación a Hernán Cortés: “Por manera que luego les envié dos mensajeros naturales de esta ciudad, a los cuales mataron sin temor ninguno. Y como yo lo supe, viendo su mal propósito, me partí de esta ciudad contra ellos con sesenta de caballo y ciento cincuenta peones, y con los señores y naturales de esta tierra, y anduve tanto, que aquel día llegué a su tierra, y no me salió a recibir gente ninguna de paz ni de otra manera; y como esto vi, me metí con treinta de caballo, por la tierra, a la costa de la laguna. Ya que llegamos cerca de un peñol poblado, que estaba en el agua, vimos un escuadrón de gente muy cerca de nosotros, y yo les acometí con aquellos de caballo que llevaba, y siguiendo el alcance de ellos, se metieron por una calzada angosta que entraba al dicho peñol, por donde no podían andar los de caballo; y allí me apeé con mis compañeros, y a pie juntamente y a las vueltas de los indios nos entramos en el peñol, de manera que no tuvieron lugar de romper puentes; que a quitarlas, no pudiéramos entrar. En este medio tiempo llegó mucha gente de la mía, que venía atrás, y ganamos el dicho peñol, que estaba muy poblado, y toda la gente de él se nos hechó a nado a otra isla, y se escapó mucha gente de ella, por causa de no llegar tan presto trescientas canoas de amigos que traían por el agua; y yo me salí aquella tarde fuera del peñol con todo mi gente, y asenté real en un llano de maizales, donde dormí aquella noche…” (Alvarado 2008:87-88).

A la mañana siguiente, el adelantado partiría a la capital tz’utujil encontrando a la ciudad despoblada. Por medio de amenazas hizo regresar a los principales a quienes sometió al poder de la Corona. En el relato de Alvarado destacan las trescientas canoas kaq’chik’el, una impresionante flota que haría suponer que las embarcaciones tz’utujil conformaban una cifra aún mayor. Hacia 1936, la flota de Santiago Atitlán ascendía a 250 embarcaciones (McBryde 1969:296).

La invasión también fue relatada por Bernal Díaz del Castillo quien no participó en esta campaña pero se informó por medio de las memorias de Gonzalo de Alvarado:

“E cuando llegó junto al pueblo les tornó a requerir con la paz, y no le respondieron sino con arcos y flechas, que comenzaron a flechar; y cuando aquello vio y que no muy lejos de allí estaba dentro del agua un peñol muy poblado con gente de guerra, fue allá a orilla de la laguna, y sálenle al encuentro dos buenos escuadrones de indios guerreros con grandes lanzas y buenos arcos y flechas, y con otras muchas armas y coseletes, y tañendo sus atabales, y con sus penachos y divisas, y peleó con ellos buen rato, e hubo muchos heridos de los soldados; mas no tardaron mucho en el campo los contrarios, que luego fueron huyendo a acogerse al peñol, y el Pedro de Alvarado con sus soldados tras ellos, y de presto les ganó el peñol, y hubo muchos muertos y heridos; e más hubiera si no se echaran todos al agua, y se pasaron a una isleta; y entonces se saquearon las casas que estaban pobladas junto a la laguna; y se salieron a un llano adonde había muchos maizales, y durmió allí aquella noche” (Díaz del Castillo 1982:460-461).

De acuerdo a Lothrop (1928:374), la isleta referida en los relatos podría corresponder a Teachuc, una pequeña isla entre Chiutinamit y Tzanjayam que hoy en día sobresale pocos metros sobre la superficie (Fig.6). La isla no Fig.en el mapa del Instituto Geográfico Nacional debido a que cuando fue realizado el mapa el nivel del lago se encontraba varios metros por encima del actual, sumergiendo a Teachuc y transformando a Tzanajayam en dos islotes: el de los gatos y el de Cojolya’. Teachuc podría ser uno de los dos islotes referidos en la Relación de Santiago Atitlán y que también figura en el mapa anexo, el otro islote siendo Pajaibal.

Fuentes y Guzmán, quién basó buena parte de su relato histórico en las obras de Bernal Díaz y Juan de Torquemada también describió la batalla del peñol: “… habían unos pueblos inmediatos á una laguna, donde para su defensa, y ofensa de la comarca, tenían guarnecido un peñol muy eminente, que estos Sotojiles de Atitlán eran enemigos suyos, y que obstinados en su aversión común, les hacían continua guerra…” (2013:49) y continúa: “…hicieron tomar la vuelta á los atitanecos a la seguridad del peñol, por una estrecha calzada, que de la margen de la laguna corría á incorporarse á la falda de aquel monte de pedernal…” (Ibíd.:52).

El control de la ribera oriental del lago estuvo en constantes disputas entre los pueblos tz’utujil, k’iche’ y kaq’chik’el. Repartidas las tierras del lago por Axopil, rey de Utatlán, entre sus hijos Jiutemal y Acxiquat darían inicio sangrientas batallas por la expansión territorial. Las tropas tz’utujil de Acxiquat habían logrado avanzar hasta los linderos del territorio kaq’chik’el en San Andrés Semetabaj. Ante la amenaza de su hermano menor, salió a su encuentro el propio Jiutemal poniendo fin al asedio de las fuerzas tz’utujil y obligándolas a volver a Atzikinajay (Fuentes y Guzmán 2013:58-61). En este mismo pasaje, el autor refiere que las tropas kaq’chik’el no lograron invadir la capital tz’utujil “…como careciendo de canoaje la parte de Jiutemal, se ostentaba inasediable por lo más ancho y profundo de la laguna…”

Una serie de batallas y conquistas ocurrieron en los años siguientes. El hurto de dos princesas del palacio del rey de Utatlán, Balam Acam; su hija Ixcunsocil y su sobrina Eselixpua, robadas por Zutujilepop, rey tz’utujil y su teniente Ylocab desencadenó la guerra entre las naciones k’iche’ y tz’utujil. Junto a su teniente general Mahucutah, Balam Acam, tomó las poblaciones de Palopó y Tolimán internándose en tierras tz’utujil. Atrincherado en su inexpugnable fortaleza de Tzikinahay, Zutujilepop resistió el ataque k’iche’ y luego retomó Palopó y Tolimán (Fuentes y Guzmán 2013:62-92).

La ribera sur y este del lago serían escenario de cruentas batallas, en las que la fortaleza de Tzanguacal habría proporcionado una posición privilegiada a quién la controlase. En los recorridos realizados se observó que desde la cima de Cerro de Oro, extendiendo la vista hacia el este se domina Tzanguacal mientras que al oeste se observan Atzikinajay y Tzanjayam.

Dos pequeños montículos se encuentran en Chejiyu (Lothrop 1933:71), en el caserío conocido como la Cumbre. De la cima de Cerro de Oro, Sol Tax recuperó algunos tiestos al igual que Edwin Shook en 1948 (2010). Samuel Lothrop (1928:377) fue informado que en la cima del cerro se encontraban ruinas.

Hacia el este de la aldea Cerro de Oro, se impone la fortaleza de Tzanguacal, una prominente península que en su punto más elevado alcanza los 1,615 msnm, 53 m sobre el nivel actual del lago (Fig.7). Un pasaje estrecho comunica la península con el litoral. Hacia el norte, paredones y peñascos delimitan el extremo de la punta de las aguas agitadas del lago. Protegida del oleaje por una vuelta en uno de los paredones, una pequeña ensenada conforma un espacio idóneo para atracar embarcaciones.

Otro centro prehispánico conocido como Pavocol se encuentra a poca distancia hacia el sureste de Tzanguacal. De acuerdo a Samuel Lothrop, el sitio podría corresponder al Pavacal que se menciona en los Anales de los Kaqchikeles (1933:71). McBryde, por el contrario, sugiere que el Pavacal de los anales, hace referencia a Pacavaj, ubicado al norte de Santiago Atitlán y que en el mapa de Lothrop aparece como Pachiuak (1969:307).

Ambos autores basaron su análisis en la traducción al inglés de los Anales de los Kaq’chik’eles realizada por Brinton, quien transcribió erróneamente Pavacal por “Pacaval” dando origen a la confusión sobre la ubicación del sitio.

El nombre referido en los anales corresponde al caserío de la aldea Cerro de Oro, Paguacal debido a que la “v” debe ser pronunciada con el sonido de la “u” como ocurre en otros textos indígenas. El prefijo Tzan, “nariz”, hace alusión a una punta o península, en este caso, la fortaleza de Tzanguacal.

En el Memorial de Sololá se describe: “Por aquel tiempo huyeron todos los de Xecaká Abah y fueron a refugiarse entre los cakchiqueles. Llegaron entonces a la ciudad numerosos zutujiles que querían hacer la guerra contra los de Tziquinahá y de Pavacal, pues deseaban unirse entre sí porque los soldados habían sido insultados por los de Pavacal” (2008:97).

Bien conocida era la flota tz’utujil. Según el relato de los kaq’chik’el a Pedro de Alvarado: “… a siete leguas de aquí estaba otra ciudad sobre una laguna muy grande, y que aquélla hacía la guerra a ésta y a Utlatán y a todas las demás a ella comarcanas, por las fuerzas del agua y canoas que tenían…” (Alvarado 2008:87).

El mapa adjunto a la Relación de Santiago Atitlán muestra la punta de Tzanguacal de la cual se lee “fortaleza”. El texto sin embargo, no enfatiza en la presencia de dicho destacamento: “en este pueblo no hay ninguna fortaleza ni lugares fuertes, y por eso no se escribe aquí cosa alguna más de que la mayor fortaleza que los naturales tenían antiguamente era la dicha laguna, y algunas albarradas que tenían de piedra en algunas angosturas de los caminos” (Acuña 1986:96).

Arte Rupestre

Durante el periodo Postclásico, las márgenes sur y oeste del lago conformaban el reino tz’utujil, un territorio que se extendía hasta las grandes plantaciones de cacao en la costa sur. Hacia el este y el norte, los territorios ribereños se encontraban en disputa entre los pueblos tz’utujil y kaq’chik’el, mientras que el extremo noroeste, sobre lo alto de la serranía iniciaba el territorio k’iche’.

Los petrograbados de Cerro de Oro se distribuyen en dos grupos. El primero se encuentra en el centro de la antecima, un terreno plano al que se accede desde cualquiera de los lados del cerro tras una caminata de unos veinte minutos desde la base. Este grupo alberga la mayor concentración de petrograbados. Los motivos fueron esculpidos sobre la cara superior de un conjunto de 14 rocas volcánicas de superficie lisa (Fig.8). Es probable que el conjunto haya conformado una sola roca que luego fue destruida. Los grabados se encuentran en mal estado de conservación, con muchas de las incisiones erosionadas. Líquenes y algas han proliferado sobre todas las superficies dificultando la interpretación de los diseños. La hojarasca de los cafetales y gravileos ha contribuido de alguna manera a su conservación. El propietario del terreno, Ismael Quievac, ha protegido los petrograbados colocando promontorios de rocas y esparciendo la hojarasca sobre los diseños, ocultándolos de los visitantes y resguardándolos de la intemperie. Los motivos se componen por espirales, líneas onduladas, líneas rectas y diseños geométricos. Algunas de las incisiones finalizan en depresiones irregulares, más profundas que las líneas incisas.

Como técnica para realizar la imagen se hicieron dibujos in situ, tomando medidas y plasmándolas sobre papel milimetrado, adicionalmente se auxilió de fotografía nocturna y de un software especializado de dibujo.

Otra roca, ubicada a unos 10 metros hacia el norte de este conjunto sirvió de base para realizar otro petrograbado: un complejo diseño geométrico que fue grabado en la cara sur de un bloque volcánico de forma rectangular (Fig.9). Es probable que este bloque no se encuentre en su posición original debido a que otras rocas de tamaño similar han sido empleadas para construir terrazas y muros que delimitan las parcelas de café.

El segundo grupo se ubica en la cumbre, a unos cinco minutos de caminata desde la antecima en dirección sur. Una roca de superficie plana, ligeramente cóncava alberga espirales, líneas rectas, líneas onduladas y diseños geométricos. En la depresión central convergen algunos de los trazos lineales (Fig.10a).

Entre los motivos plasmados en la roca destaca un diseño geométrico compuesto por una doble espiral que converge en un rombo (Fig.10b). Un motivo rupestre similar fue registrado en la región del Malpaís en Michoacán (Faugère-Kalfon 1997:35).

La concepción del Cerro dentro de la comunidad

En la tradición oral el Cerro de Oro es considerado como la punta del volcán Atitlán. El relato indica que unos ángeles le cortaron la punta a este volcán para tapar un charco, pero su peso era demasiado que tuvieron que descansar, y al querer levantarla ésta ya se había enraizado por lo que fue imposible moverla. Entonces, a la punta del volcán se le llamó Cerro de Oro, y el charco se convirtió en el Lago de Atitlán (Petrich 1997).

En la actualidad este lugar es considerado sagrado, a donde personas llegan de lejos a “hacer costumbre” en lo alto del cerro. Allí existe un altar, en las rocas naturales, donde realizan ceremonias y ofrendan candelas, veladoras, comida y aguardiente. “Dicen que bien arriba existe un túnel que se comunica con la tierra. Allí llegan sacerdotes mayas y si uno quiere hacerse rico y si uno realmente lo desea tiene que buscar un ajq’ij” (Matzar 1992:32). Sin embargo la gente local no realiza estas ceremonias, debido a que el cerro no les concede sus peticiones.

Esta idea está basada en una historia sobre un señor y su hijo (vecinos de la aldea), a quienes el cerro les hablaba y les decía que le pidieran y tendrían lo que quisieran, sin embargo, ellos lo ignoraron y fueron desdichados para siempre. De ahí que el cerro no le concede a la gente local, según el relato de un poblador del lugar.

Francisco Quievac, vecino de la aldea, recuerda que de niño, en la escuela, lo llevaron al cerro y en la cima observó gradas que descendían adentro del cerro, pero a falta de linternas no pudo seguir bajando ya que estaba muy oscuro. Posiblemente este relato corresponda a alguna cueva dentro de esta formación rocosa, sin embargo en los recorridos recientes no se pudo observar nada parecido.

Sobre el arte rupestre, la gente local considera que está escrito en un lenguaje antiguo, por lo tanto no se puede leer.

Conclusiones

Hay varios aspectos que considerar para entender el significado de este lugar. La ubicación del cerro y la aldea parece estar en el límite entre la región tz’utujil y kaq’chik’el, entre (Santiago Atitlán y San Lucas Tolimán).

La temporalidad de los motivos rupestres podría ser el Postclásico aunque habría que considerar la ocupación temprana de algunos sitios cercanos como Samabaj. Otra posibilidad es que el arte rupestre de la antecima no sea contemporáneo al de la cima. Se observó que los trazos son distintos, así como el grosor en las incisiones; de igual manera la calidad de la piedra es diferente, siendo la de la antecima muy porosa mientras que la de la cima un bloque más sólido.

La ubicación de estos motivos en lo alto del cerro demuestra que este lugar fue significativo para los habitantes de la región. Surge la interrogante sobre qué grupo cultural las hizo, tzu’utujil o kaq’chik’el.

Según el relato de la conquista descrito en este trabajo, es posible que Tzanjayam y Tzanguacal hayan sido fortalezas tz’utujil durante el Postclásico Tardío. Desde Cerro de Oro era posible observar ambas fortalezas, así como la capital tz’utujil, Chuitinamit. Sometido el territorio durante la conquista, los kaq’chik’el habrían tenido acceso al cerro, plasmando los motivos.

Esta posibilidad se basa también en un símbolo observado en los motivos rupestres de la cima. Se trata del diseño geométrico con doble espiral. Este diseño podría ser recurrente en otras zonas mesoamericanas con arte rupestre. Sin embargo, también se asemeja al trazo continuo kaq’chik’el de una sola línea empleado para representar al signo zotz’ o murciélago, símbolo del linaje zotzil de Sololá (Fig.10c). Este diseño fue incorporado al traje tradicional de Sololá y es ampliamente utilizado para distinguir el linaje del pueblo. Si bien algunos de los trajes y diseños fueron introducidos después de la conquista, muchos grupos culturales incorporaron imágenes y elementos ancestrales.

Esta propuesta explicaría por qué en el Siglo XIX los pobladores tz’utujil de Santiago Atitlán permitieron que un grupo kaq’chik’el se asentara dentro de sus límites, si se conoce por la tradición oral que cuidan celosamente su territorio.

Más investigaciones arrojarán nuevos datos y con suerte el hallazgo de más motivos rupestres que permitirán tener una idea más completa sobre el origen y significado del arte rupestre en Cerro de Oro. Como parte del trabajo se pretende continuar explorando el cerro, la península de Tzanguacal y toda la margen meridional de la cuenca mediante recorridos, excavaciones arqueológicas, investigación bibliográfica y observaciones directas de la geografía del entorno, registrando las evidencias culturales antes que desaparezcan en una región poco investigada pero rica en manifestaciones culturales.

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Fig. 1: Cerro de Oro

Map Edition

Fig. 2: Mapa de la Cuenca de Atitlán.

Fig. 3: Relación de Santiago Atitlán, febrero 1585.

Fig. 4: Cayucos atitecos. Al fondo, de izquierda a derecha los volcanes Pakisís, San Pedro y Chuitinamit.

Fig. 5: Sección del mural de Santa María Visitación.

Fig. 6: Islote de Teachuc, Tzanjayam y Cerro de Oro vistos desde Chuitinamit.

Fig. 7: Tzanguacal visto desde Cerro de Oro.

Fig. 8: Motivos rupestres en la antecima.

Fig. 9: Diseño geométrico en la antecima.

Fig. 10: Motivo rupestre en la cima.