034 Ofrendas a los cuerpos de agua en Mesoamérica, similitudes y diferencias entre las áreas centro y sureste. Lilian Nallely Velásquez Cervantes – Simposio 27, 2013

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034 Ofrendas a los cuerpos de agua en Mesoamérica, similitudes y diferencias entre las áreas centro y sureste.

Lilian Nallely Velásquez Cervantes

 

XXVII Simposio de Investigaciones
Aqueológicas en Guatemala
Museo Nacional de Arqueología y Etnología
22 al 26 de julio de 2013
Editores
Bárbara Arroyo
Luis Méndez Salinas
Andrea Rojas

 

Referencia:
Velázquez Cervantes, Lilian Nallely
2014 Ofrendas a los cuerpos de agua en Mesoamérica, similitudes y diferencias entre las áreas centro y sureste. En XXVII Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 2013 (editado por B. Arroyo, L. Méndez Salinas y A. Rojas), pp. 403-416. Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala.

 

Ofrendas a los cuerpos de agua en Mesoamérica, similitudes y diferencias entre las áreas centro y sureste
Lilian Nallely Velázquez Cervantes
Palabras clave
Agua, Tláloc, cerro, manantiales, cenotes, cuevas, deidades, Mesoamérica, ofrendas, cuerpos de agua.

Abstract
As we know, all settlements in Mesoamerica share the same world view, for this reason it is possible they had a unique religion coming from the same cultural roots. On the other hand there are some factors like time, geographical context or cultural differences between settlements that let them develop particular features for each group. In this paper we give some examples of sites with springs, rivers or streams where people threw offerings in the past for the water gods. With these examples we can explore the similarities between these kinds of contexts along with the particular features of each ritual space.

A lo largo del tiempo y a través del trabajo arqueológico, se ha podido localizar una variedad de ofrendas arrojadas a los cuerpos de agua, así como esculturas y petrograbados, entre otras manifestaciones, que proporcionan información acerca de las actividades rituales que se realizaban en estos espacios. Tanto éstas últimas, como el tiempo y la forma en que se ejecutaban, están relacionados con lo que López Austin ha denominado Complejo Religioso Mesoamericano (López Austin 1999:II), compuesto por un conjunto estructurado de procesos sociales, creencias, prácticas, valores y representaciones, que se compartían en los distintos sitios ubicados en Mesoamérica.

El complejo religioso mesoamericano se formaba de varios elementos, que en un inicio nacieron de la misma raíz y con el tiempo se fueron transformando a diferente velocidad. A partir de ello, López Austin propone la existencia de una religión mesoamericana con múltiples variantes, basándose en que el conjunto de asentamientos ubicados dentro del área geográfica mencionada, compartían la misma cosmovisión, por lo que tenían en común concepciones fundamentales por la constante interacción entre ellos y a la vez, cada asentamiento poseía ciertas particularidades que lo diferenciaban de los demás. La cosmovisión servía como un gran código de usos múltiples entre la interrelación de pueblos mesoamericanos, más allá de las diferencias étnicas, lingüísticas y de su grado de complejidad sociopolítica. Que la cosmovisión permaneciera y se siguiera compartiendo a lo largo del tiempo, se debía a la articulación de varios elementos culturales resistentes al cambio, que daban estructura a la cosmovisión. A este conjunto de elementos se le conoce como núcleo duro, el cual permitía preservar al acervo tradicional y dejar incorporar nuevos elementos (1999: II; 2001:48-61).

Área Centro
En el centro de Mesoamérica se tienen manifestaciones asociadas al culto al agua desde el Preclásico, entre ellas está el conjunto de grabados del Grupo IA en Chalcatzingo, que para Jorge Angulo (1987), representan algún tipo de ceremonia asociada al culto agrícola y el inicio de las lluvias. En ellos se repiten constantemente símbolos de nubes y gotas, asociados a figuras zoomorfas, fitomorfas y antropomorfas. Dentro de estas representaciones, el relieve de “El Rey”, que han asociado con el llamado a la lluvia, destaca por estar cargado de símbolos acuáticos (Op. Cit. 1987:195-217).

Las tres pilas momolíticas de Xochitecatl son otro ejemplo para este periodo, se cree que fueron utilizadas para el manejo ritual del agua. Estas piezas contenían esculturas que fueron dejadas como ofrenda a la fertilidad y las deidades acuáticas (Barrientos 2002:45-53). Entre ellas había una rana, un rostro con parálisis facial y una cabeza de serpiente; además se encontró una escultura de un personaje masturbándose a poca distancia. Una pila similar fue localizada en Tochimehuacan, Puebla, con cuatro batracios tallados en el exterior (Spranz 1967:19-22).

Ya para el Clásico, en la arquitectura de Teotihuacan se pueden ver constantemente símbolos acuáticos, que hacen un llamado a la antigua veneración al agua. Se suman a ello las ofrendas dejadas en la pirámide de la Luna o los murales de Tetitla y Tepantitla. En el último se repiten constantemente símbolos acuáticos, por lo que Caso (1942:128-132) propuso que se trataba del Tlalocan, lugar con agua abundante y lleno de vegetación. Otros autores como Toscano y López Austin consideran que en él se representa la dualidad: Tlalocan-Tamoanchan (López Austin 1999:229). El mural muestra personajes relacionados con Tláloc, de algunos de ellos brota agua de sus muñecas, que cae en corrientes marinas en las que habitan moluscos, tortugas y estrellas de mar (Rands 1955:285-290).

Hacia finales del Clásico están el cerro, la cañada y la cueva del Murciélago de San Mateo Nopala, en el Estado de México. Por el tipo de evidencia encontrada, el conjunto se ha considerado como un lugar de culto a la naturaleza, principalmente al agua, al maíz y a la fertilidad. En el cerro se hallaron pequeñas pozas y surcos tallados en grandes rocas, que pueden representar a los recursos acuíferos del entorno; con mayor énfasis, a la zona en la que se encuentran los manantiales, que de la misma manera, están conectados uno con otro por medio de canales. Por otro lado, en la cueva del Murciélago y la cañada, se encontraron cinco esculturas, ubicadas a la orilla del arroyo. Cuatro de ellas representan a Tláloc y una más a Chalchiuhtlicue; cabe destacar que en todas aparecen los símbolos del rayo y tienen chalchihuites, además, también se agregan hojas de maíz o plumas en el tocado de algunas de las esculturas (Rivas 2001:272-287).

Después, los sitios encontrados en las cimas del Popocatepetl y del Iztaccihuatl, algunos están asociados a cuerpos de agua como se indica en la (Fig.1). Desde la década de los cincuenta se han realizado varias expediciones a estos volcanes, Pérez Elías, al igual que el arqueólogo Carlos Navarrete, hizo una exploración a la cueva de Calucan, en el Iztaccihuatl, ahí localizaron restos de huesos humanos, figurillas y sahumadores (Navarrete 1957:18). Navarrete planteó que la cueva, de finales del Clásico e inicios de Posclásico, pudo estar dedicada al culto a Tláloc, por la presencia de vasos efigie y grandes incensarios pintados de azul, encontrados en un nacimiento de agua que brotaba al interior de la cueva. En el mismo lugar, también hallaron dos deidades modeladas en resina de árbol, una de Tláloc y otra probablemente de Chalchuiuhtlicue, y en el pecho del Iztaccíhuatl una infinidad de piezas de madera, cerámica y lítica, entre las que destacan los rayos de madera (Guzmán 1983:10).

En el mismo volcán, a 3800 metros sobre el nivel del mar (msnm), se localiza un sitio del Clásico de gran interés para nuestra investigación; se trata de Nahualac, un espacio ceremonial, con una laguna artificial que contiene un templo en su interior y que está rodeada por pequeños basamentos (Fig.2). Décadas antes de las expediciones de José Luis Lorenzo (1957), Charney ya había registrado este sitio como un lugar dedicado al culto y la propiciación de Tláloc, ahí encontraron una zona de ofrendas con la mayoría de los objetos matados. Además del Nahualac hay otros dos adoratorios ubicados en el Iztaccihuatl, el Caracol y el Solitario, en donde dejaron navajillas terminadas en punta de flecha que servían para el sacrificio ritual (Op. Cit. 1957:25).Se tienen otras dos elevaciones importantes en época prehispánica, la primera es el cerro Tláloc, al que habitantes de varios pablados subían para hacer ceremonias y sacrificios de niños dedicados al dios del agua. El sitio estuvo en uso desde finales del Clásico hasta después de la Conquista y tuvo gran relevancia en el Centro de México (Horcasitas 1957:83-93). Ya para el Posclásico está el Nevado de Toluca con dos lagunas en la cima, en el que también hacían ceremonias y sacrificios. Hacia 1570 Sahagún llegó a ver ofrendas de papel, copal y petates pequeños en su interior y, en 1610, aún se podía observar a los indígenas que subían tocando trompetas y chirimías al subir a la cima, en donde dejaban candelas, braceros y una gran cantidad de copal a las orillas de la laguna. Al igual se sabe que había ídolos en la parte alta, porque se cuenta que la gente los bajaba para llevarlos a otros lados (Carrasco 1950: 175-177).

Además de las cuevas y los cuerpos de agua en las cimas de los cerros, estaban los manantiales y ríos en las laderas y los enormes lagos en la parte baja de la Cuenca de México, en los que también se llegaron a dejar ofrendas. Dentro de los sitios mencionados en las crónicas del siglo XVI, se habla de la laguna de Pantitlán, como el principal cuerpo de agua en el que los mexicas realizaban ceremonias rituales. A la fecha no se sabe su ubicación, el contexto más parecido, fue el que encontró Antonio Caso hacia la primera mitad del siglo XIX, cuando exploró el lecho del lago de Texcoco. Ahí pudo observar más de treinta troncos hincados en la tierra, como los que se colocaban en la laguna de Pantitlán, en un espacio un poco mayor a tres metros. Caso creía que podía haber un adoratorio dedicado a la diosa de las aguas, Chalchiuhtlicue, pero nunca se encontró, lo que si hallaron fueron objetos de uso ritual como sahumadores, instrumentos musicales, figurillas y cuentas de piedra verde del Posclásico (Mateos 1934: 78-81).

Además de la laguna estaban los cuatro manantiales de Tenochtitlan. En el Tlilapan y el Caopan se bañaban los gobernantes antes de las ceremonias, mientras que el Tezcapan era visitado por la gente que había hecho mandas a las deidades. El último era el Tozpalatl, que se ubicaba al centro del recinto ceremonial (Fig.3); su agua era considerada sagrada y cuando hacían fiestas a Huitzilopochtli u otros dioses, acudía gran cantidad de gente a beberla (Sahagún 2006:155-158). Hacia el sureste de Tenochtitlan estaba la zona de manantiales de Coyoacan, que tenían alrededor de 15 brotantes, varios de ellos contenían material arqueológico como el Xochicachapa o el Atlilhuacan, y otros más adquirieron gran relevancia histórica y arqueológica (Cervantes 2004; Lizardi 1951c), como el Acuecuexco que fue muy nombrado en las fuentes porque junto con otros manantiales, causó una gran inundación en Tenochtitlan. Para cegarlo y calmar sus aguas, se arrojó una gran cantidad de ofrendas a su interior (Lizardi 1951a y 1951b), que hace recordar los objetos ofrendados en el manantial de Culhuacan, especialmente los ídolos de gran tamaño.

En palabras de Durán (2006:380), esto fue lo que aconteció:
… puestos alrededor de las fuentes, haciendo grandes humillaciones y ceremonias y sacrificando algunos niños y codornices y mucho copal y hule y papel y otras cosas preciosas, entraron los buzos a lo hondo del agua, llevando a cuestas muchas joyas y plumas y muchas piedras preciosas. Los cuales entraron a los manantiales y allí ofrecieron toda aquella riqueza, enterrándola en los mismos manantiales. También les administraban otras muchas piezas grandes hechas ídolos, especialmente una hecha a la figura de la diosa de las aguas, con las cuales cegaron de alguna manera los ojos de agua.

El Tlilatl o Atliliquecan fue otro de los manantiales que se mandó a segar, en él se encontró cerámica ritual y varias esculturas de deidades mexicas, entre las que estaban Chalchiuhtlicue, Macuilxochitl, Xochipilli, Xilonen, Ehécatl y Tláloc. Como se puede ver en la Fig.4, al igual que en el de Culhuacan o en el Tozpalatl, en este también se construyó una estructura prehispánica a sus orillas.

No solo en Coyoacán había manantiales, los de Chapultepec, en donde estaban los Baños de Moctezuma, también contribuyeron a la inundación de la gran ciudad y en sus aguas había grandes riquezas dedicadas a Tláloc (Braniff y Cervantes 2005: 23), que se arrojaron durante el gobierno de Moctezima I. Al excavar la zona, se hallaron piezas que hacían alusión a esta deidad y se encontró un sistema complejo de canales y estanques conectados entre sí, que sirvió para encausar el agua de los manantiales (Rivas 2005:17; Cabrera et al. 1976:35-46). Un sitio similar es el del cerro Tezcutzingo, donde Nezahualcoyotl mandó a hacer un bosque llevando árboles de lugares lejanos, en el que había pozas, estanques y baños. Muchas de las estructuras se tallaron en el cerro y se hicieron relieves con representaciones asociadas a temas acuáticos, como la rana esculpida en el estanque principal (Alva Ixtlilxóchitl 1891:115; Navarrete 1987:231 y 1974:38).

En Azcapotzalco existieron al menos tres manantiales, dos de ellos rodeados de grandes ahuehuetes, los de los pueblos de San Juan Tlilhuacan y San Salvador Nextongo. Nezahualcoyotl mandó a plantar los árboles del primero, cada uno simbolizaba una de las siete familias de mayor jerarquía en Azcapotzalco. Lo que da un indicio de que estos ojos de agua eran espacios ceremoniales en época prehispánica, son los relatos que se han hecho, acerca de la construcción de capillas sobre ellos a la llegada de los españoles. En el caso del primero, la capilla dedicada a la virgen del Rosario y del segundo, al señor de Nextongo (González 2003: 43-45).
El tercer manantial era el de Zancopinca, que como el de Culhuacan y los de Coyoacán y Chapultepec, fue reutilizado por los españoles por medio de la construcción de un estanque. Este manantial sirvió para abastecer de agua a la ciudad de Tlatelolco y se creía que en sus aguas habitaba la Malitzin o sirena de Zancopinca. Con respecto a los restos arqueológicos, se encontraron figurillas teotihuacanas y aztecas al interior del manantial y se cuenta que en la década de 1960, al hacer la cimentación de la unidad Cuitlahuac, comenzaron a salir muchos ídolos (Urdapilleta 2009: 71; González 2003:44).

Por otro lado, en el pueblo de Santiago Atlepetlac, de la delegación Gustavo A. Madero, se tiene registro de una fuente escalonada en la que ofrendaron dos esculturas de deidades acuáticas (Fig.5). La primera pertenencia a la diosa Xapotlatena, quien ayudaba a curar diversas enfermedades de la piel y, la segunda, a Yoalticitl, diosa de las medicinas, que tenía control sobre los temazcales, curaba las enfermedades y era llamada durante los partos (Sahagún 2006: 329; Corona Olea 1960: 6-7), desafortunadamente no se cuenta con más datos que hablen sobre los objetos ofrendados a esta fuente.

Por último tenemos al manantial de Culhuacan, que fue utilizado desde el Clásico Tardío hasta después de la conquista española. Al igual que en el de Zancopinca y en el Atliliquecan, a su alrededor se construyó un estanque para retener sus aguas. Una de las primeras descripciones que se tienen sobre el manantial de Culhuacan, es la que dejó Gonzalo Gallegos, quien habla de Culhuacan como un sitio en el que abundaban los manantiales:
En el dicho pueblo hay una fuente que hace un estanque grande, y, junto al dicho pueblo, otra fuente que llaman “del Estrella”, el agua de la cual se lleva a México, porque es de la mejor que hay en todo el reino. Hay en dicho pueblo un molino y batán en que se hace papel, y procede de una fuente en donde está asentado. Hay, también, otras fuentes y manantiales como está dicho (Acuña 1984:31-46).
Fue durante las excavaciones del estanque colonial cuando se encontraron los restos del manantial prehispánico, pudiendo observar, que en su interior había una gran cantidad de piezas arqueológicas (Fig.6), como incensarios efigie con representaciones de Tláloc, sahumadores, copas, figurillas, sellos, malacates, instrumentos musicales, esculturas de cerámica con representaciones de deidades, una escultura de basalto de la diosa Chicomecoatl, jarras y ollas Tláloc, orejeras, cuencos miniatura y una gran cantidad de vasijas diversas entre las que abundaban los cajetes, platos y ollas (Velázquez 2013; Vanegas 1995). Además, con los trabajos arqueológicos se supo que justo frente al manantial, se construyó un templo pequeño que estaba flanqueado por dos grandes braceros, así como cuartos estucados y un juego de pelota (Fig.7).

Los anteriores solo son algunos ejemplos en el área centro, de cuerpos de agua con objetos ofrendados, pero se sabe que este tipo de manifestaciones se extienden en todas las áreas que conforman Mesoamérica (Fig.8). A continuación se hablará sobre los casos localizados en el área sureste.

Área Sureste
Las cuevas y cenotes se utilizaron como espacios ceremoniales, especialmente, los de difícil acceso, porque en ellos se encontraba el suhuy ha, el agua virgen, el agua pura (Thompson 1959:124-127). Los cenotes eran espacios impresionantes que también abastecían a los habitantes. Desde el siglo XVII Stephens estuvo interesado en estos lugares y sobre todo, en la posibilidad de encontrar tesoros dentro de ellos, como quedó plasmado en sus cuadernos de viaje, cuando iba de camino a Mayapan (Stephens 1937:174):

No lejos de la base del cerro había una abertura en la tierra, que formaba otra de aquellas cuevas extraordinarias (…) El cura, el mayordomo y los indios la llamaban cenote, y decían que había abastecido de agua a los habitantes de la antigua ciudad. La entrada era por una boca mal abierta, algo perpendicular y de cuidado en la bajada. En el primer descanso se extendía la boca a un grande aposento subterráneo, con un techo elevado y veredas que conducían a varias direcciones. Encontrábanse en varios lugares vestigios de fuego y huesos de animales, demostrando haber sido en algunas ocasiones lugares de asilo o residencia de hombres. A la entrada de una de las veredas hallamos un ídolo esculpido, que despertó en nosotros la esperanza de descubrir algún altar, algún sepulcro o quizá alguna momia.

Altares, sepulcros o momias, que para Stephens formaban parte de una aventura, para los investigadores son la clave que permite saber cómo era la vida en el pasado y, afortunadamente, en muchos de estos espacios se preservaron los objetos que sirvieron para realizar ceremonias dedicadas al agua, que si se compara con los del área centro, aportan información para entender claramente los contextos rituales.
El culto al agua en el área sureste de Mesoamérica, no solo se dio durante el Posclásico y después de la conquista, existe evidencia de la veneración a Chaac desde periodos más tempranos, e Izapa es quizá uno de los sitios más representativos para el Preclásico. Ahí se encontraron las estelas 1 y 3, en la primera se puede ver al dios del agua, con rasgos de reptil y danta, pescando en la corriente que sale de la vasija en su espalda y, en la segunda, se encuentra nuevamente Chaac con un hacha en la mano que es el símbolo del rayo (De la Garza 2009:36).

Además de las estelas, en este sitio hallaron varios monolitos que servían para alojar o dirigir el agua de los manantiales, estos se encontraron dentro de pequeños arroyos o en el curso de riachuelos y la mayoría tenía receptáculos en la parte superior. Para Gareth Lowe, las piezas reflejan la importancia que los habitantes de Izapa le daban al agua de los brotantes, ya que no era necesario contenerla al ser un recurso abundante en otras zonas del sitio (Lowe et al., 1982:103).

Existieron otros contenedores denominados haltunes, dentro de una gran cantidad de cuevas, que alojaban las gotas de agua que caían de las estalactitas, un líquido preciado que se usaba durante las ceremonias. Loltun, Tecax, Benque Viejo, Las Cuevas y Semil, son algunos ejemplos en México, Guatemala y Belice de estos espacios. En otras cavernas como las de Calcehtok y Oxkintok, se dejaron vasijas globulares que tenían la misma función, además de metates y restos óseos (Bonor 1987:24-31; Thompson 1959:125). En el interior de algunas más, se formaron cuerpos de agua que junto con las grandes estalactitas y estalagmitas, creaban el escenario adecuado para realizar ceremonias rituales. Entre las más mencionadas está la de Bolonch’en, descrita en el siglo XVII por Stephens, quien llegó a saber sobre las ceremonias suntuosas que se realizaban en su interior en época de secas, en las que se hacían grandes banquetes y danzas (Thompson 1975: xi).

Por otro lado se encuentran las grutas de Balankanche, que están compuestas por varias cuevas conectadas entre sí (Andrews IV 1970: 9-16). Dentro de ellas había una gran cantidad de incensarios efigie con representaciones de Tláloc (Fig.9), la mayoría de ellos contenía cenizas, conchas y cuentas de jade, también había otras piezas como metates miniatura que nos hacen recordar a la cueva de Xelhá, en Quintana Roo, en la que colocaron ofrendas al agua y la agricultura, sobre un altar ubicado al centro de la laguna que penetraba a la caverna (Navarrete 1974b: 53-56). Además está la cueva de El Chorreadero, en Chiapas, por la que corría un río, dentro de ella encontraron vasos Tláloc del Posclásico Tardío, que tenían restos de ceniza, carbón y fragmentos de hueso (Navarrete 1966: 40).

Existen otras cuevas, que por el tipo de evidencia encontrada en su interior, las han asociado con ceremonias rituales dedicadas al agua. La del cerro El Naranjo en Chiapas, es un ejemplo, en sus paredes se pintaron figuras de cocodrilos parados sobre corrientes de agua. A lado de uno de ellos también se muestran semillas germinando (Op. Cit.: 44). Por otra parte, está la cueva de Totonicapán, en Guatemala, tiene las paredes ennegrecidas con copal y sobre ellas que grabaron figuras zoomorfas. Dentro de esta cueva, había un altar con dos amontonamientos de huesos, uno de animales y otro de niños pequeños, que indican la realización de rituales al dios del agua (Thompson 1975: XXIII-XXV). Por último se tiene a las cuevas Queen Santo y Madre del Agua, en Guatemala; en la primera, Seler encontró cuatro ídolos de pie y una gran cantidad de braceros y, en la segunda, se sabe que sacrificaban niños pequeños en el manantial que estaba en su interior (Op. Cit.: XXIII).

Si se sale de las cuevas, se encuentran otros espacios con ofrendas dedicadas a las deidades acuáticas. Para el periodo Clásico, está el lago de Amatitlán en Guatemala; dentro de sus aguas había cientos de vasos e incensarios con figuras de árboles de cacao, frijoles, quetzales, jaguares, monos y calaveras. Se cree que las ofrendas se dejaron al dios del agua, porque la imagen del jaguar aparece constantemente en los incensarios (Borhegyi 1958). Para esta época también tenemos al cenote de Dzibilchaltún o al de Agua Azul en Chinkultic, al que se cree que arrojaban ofrendas desde la Estructura 2, ubicada en el borde del cenote (Agrinier 1969:24).
Cambiando de época, hacia el Posclásico está el cenote de Chichén Itzá, del que sacaron una gran cantidad de ofrendas con objetos de oro y cobre, joyas, cuchillos de sacrificio y centenares de vasijas, algunas de ellas con ofrendas de copal como las que analizó Luis Vargas y Vargas (Torres 1967:38-40); además de las ofrendas se encontraron esqueletos de hombres y mujeres. Este cuerpo de agua fue acondicionado para las ceremonias, se construyó una especie de gradería a su alrededor, edificios con varios cuartos, un juego de pelota, un temazcal y una plataforma de donde se cree que se arrojaba a los sacrificados (Piña Chan 1980:90). Por otro lado, en el Cañón del Sumidero también se construyó un centro ceremonial, sobre una terraza antigua de difícil acceso. Este espacio se ocupó desde el Clásico al Posclásico Temprano y en algunas de sus cuevas se encontraron fragmentos de vasijas con efigies de Tláloc (Navarrete, 1966:32 y 1974:37).

Falta aún ampliar la lista de ejemplos, no solo en las áreas sureste y centro, sino que en toda el área geográfica de Mesoamérica, para poder comparar y analizar de manera profunda, la diversidad de objetos que se arrojaban a sus aguas. Con las descripciones anteriores es posible notar ciertas similitudes entre los contextos, pero aún se necesita reanalizar los datos duros y comenzar a hacer catálogos que permitan encontrar las diferencias entre los sitios, para ver de ésta manera, si todos los objetos pertenecían a ofrendas, si se realizaban otras actividades en los cuerpos de agua o tratar de diferenciar a que deidades estaban dedicados, además de las acuáticas. Para finalizar este apartado, en el siguiente cuadro (Fig.10), se enlistan los objetos ofrendados a diversos cuerpos de agua en toda Mesoamérica, agrupando los sitios arqueológicos en los que se encontró el mismo tipo de piezas.

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Fig.1: Cuerpos de agua en los principales sitios de Popocatepetl y el Iztaccíhuatl
(imagen tomada de Iwaniszewski, 2001).

Fig.2: El adoratorio y el estanque de Nahualac, Grabado de Charney (tomado de Lorenzo 1957).

Fig.3: Maqueta del Toxpalatl, de acuerdo con Ignacio Marquina se encontraba en el lado poniente
de la Catedral de la Ciudad de México (imagen tomada de Marquina 1960).

Fig.4: Manantial Atliliquecan, croquis general de las unidades de excavación y elementos arquitectónicos
(imagen tomada de Cervantes, 2004).

Fig.5: Diosas Xapotlatena y Yoalticitl encontradas en la fuente escalonada de Santiago Atlepetlac
(imagen tomada Corona 1960)

 

Fig.6: Materiales arqueológicos encontrados en el interior del manantial de Culhuacan.

Fig.7: Reconstrucción hipotética del manantial de Culhuacan y sus alrededores
(dibujo a lápiz y color realizado por Lilian Velázquez).

Fig.8: Ubicación de los cuerpos de agua en las distintas áreas de Mesoamérica, en donde se encontraron
ofrendas (dibujo de Lilian Velázquez a partir de López Austin y López Luján, 2001).

Fig.9: Incensarios con efigie de Tláloc encontrados en los cuerpos de agua de las cuevas de Balankanche
(imagen tomada de Andrews, 1970).

Fig.10: Cuadro comparativo de objetos arqueológicos encontrados en los cuerpos de agua de Mesoamérica.