97. La guerra en transición: evolución y rupturas del Clásico al Posclásico en las Tierras Bajas Mayas

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La guerra en transición: evolución y rupturas del Clásico al Posclásico en las Tierras Bajas Mayas

Introducción

 

Por la amplitud y complejidad del tema castrense, el presente trabajo se centra en el estudio del papel que desempeñaron las armas de guerra como una mirada particular al complejo fenómeno bélico Maya del Clásico y sus cambios para el Posclásico. El interés en este estudio surge de la necesidad de abordar los temas bélicos en la región Maya, pues en un principio se concibió a esta cultura como una sociedad pacífica, dedicada a la contemplación de los astros y la naturaleza, tal y como lo señalaron Thompson (1977) o Morley (1975), que afirmaban que la violencia no sería un componente de esta civilización hasta el periodo Posclásico y que ésta llegaría por influencia de las culturas del centro de México. Sin embargo, los avances realizados desde mediados del siglo pasado, junto con otros más recientes, en los campos de la iconografía, la epigrafía y la arqueología (Berlin 1958; Proskouriakoff 1961, 1963, 1964; Webster 2000), han proporcionado nueva información en la que se muestra que las guerras fueron constantes y diversas, atenidas a fenómenos y particularidades regionales, étnicas, teológicas, geográficas, sociales, políticas y temporales que fueron constantes. Es a partir de estas particularidades, que en la presente investigación se conceptualiza la guerra del periodo Clásico como una violencia explícita en una contienda armada entre dos o más unidades políticas opuestas, haciendo uso de una fuerza militar organizada en función de una política y organización jurisdiccional, impulsada por fenómenos políticos, económicos, ideológicos o incluso religiosos (Repetto 1985; Harris 1992; Malinowski 1941 y Clausewitz 1973, 1977, 1980; Rivera 2013).

En lo que refiere al armamento, bajo un criterio morfo-funcional un artefacto puede ser considerado como arma si en el momento de su elaboración se manufactura con este fin, aún cuando su utilización en un momento dado sea distinta. De este modo, un arma es todo aquel artefacto con un diseño pensado para ofender o defender, independientemente del uso que se le dé (Steward 1959:54-56). El armamento suele clasificarse por su desempeño en el campo de batalla, con base en ello se distingue entre armamento ofensivo, empleado para el ataque, que se subdivide en de largo y de corto alcance; y armamento defensivo, que otorga protección al combatiente, subdividido en móvil y fijo. Este trabajo se centrará en el estudio del armamento ofensivo, pues es del que se cuenta con mayores referencias iconográficas y, por su composición lítica, del que queda una mayor cantidad de evidencias arqueológicas.

 

Armas de corto alcance

 

Las armas de corto alcance o también llamadas de choque, son aquéllas empleadas en el combate cuerpo a cuerpo y tienen esencialmente tres funciones: golpear, cortar y perforar (Gonen 1975:14). En el caso Maya se pueden encontrar las siguientes:

 

Cuchillos

 

Se desconoce el nombre que recibía este instrumento en época clásica, sin embargo, gracias a las fuentes coloniales se sabe que la palabra /lo’om/ (lanzar, puñal) (Álvarez 1997:566) pudo haber sido el vocablo empleado en fechas tardías. Entre los grupos Mayas prehispánicos los cuchillos de piedra fueron utilizados como instrumentos de cocina, como herramienta industrial, en la cacería y como instrumento del arte castrense (Robicsek y Hales 1984:61). Sin olvidar su pertinencia en los espacios rituales y míticos, entre otros, por ejemplo los Mayas Tzutujiles usan las navajas para tatuarse (Orellana 1977:315), lo que coincide con lo descrito para la zona Maya por López de Cogolludo (BK. IV, capítulo 5, 1954:338 en Clark 1989:315).

Se sabe de la existencia de este implemento no sólo por su representación iconográfica, sino por su aparición en contextos arqueológicos fechables desde el Preclásico al Posclásico Tardío. Dada su morfología, es difícil distinguir entre cuchillos y puntas de lanza realizadas en material lítico (básicamente pedernal y obsidiana, si bien también existen ejemplares realizados en cuarcita), ya que por lo general los enmangues, que estarían realizados en material perecedero, básicamente madera si bien también se podrían emplear fibras, cuero o telas como decoración, se han perdido. Dentro de la batalla los cuchillos debieron de usarse como armas auxiliares o complementarias. Su función era la de penetrar en el oponente, provocando que éste perdiera la movilidad del miembro dañado; o bien, pudieron blandirse como arma emergente. Los ejemplos de su uso en el campo de batalla se pueden observar en los murales del Cuarto II del Templo de las Pinturas en Bonampak, mientras que en otras representaciones artísticas los chuchillos aparecen en distintos contextos, como es el caso de los murales de Mulchic (Arellano 2001), los Dinteles 4 y 26 de Yaxchilán, la cerámica K2847 o incluso en algunos graffiti de Tikal en los que los cuchillos aparecen de forma aislada, simplemente sustentados por una mano exenta y no junto a un personaje completo o una escena (Trik y Kampen 1983:Fig.33f, 34) (Fig.1).

 

Hachas

 

El jeroglífico para esta arma se marca con la representación iconográfica de madera te’, con una navaja infija que cuenta con las características marcas de piedra o de pedernal (Fig.2). Se lee ch’ak, se reconoce claramente como una hacha y se refiere a la acción misma de “hachear” (Stone y Zender 2011:57). Para el Posclásico su nombre cambió a /báat/ <bat> en yucateco (Arzápalo 1995, III1508). En las fuentes etnohistóricas se cuenta con algunas referencias sobre las hachas. Landa narra que: “[…] Tenían hachuelas de cierto metal y de esta hechura, las cuales encajaban en un mástil de palo y les servían de armas y para labrar la madera. Dábanles filo a porrazos, porque el metal es blando” (Brokmann 2000a:91). Vale la pena aclarar que en las fuentes coloniales se suele hablar de metal para referirse al pedernal. Por su parte, Daniel G. Brinton hizo alusión a que en la zona de los altos de Guatemala se utilizaban como arma, a la cual denominaban iqah [sic.] (Kettunen 2011:409).

Las hachas empleadas por los Mayas de las Tierras Bajas presentan dos tecnologías distintas para su elaboración, la tallada y la pulida, y se encuentran realizadas en diversos materiales, entre los que predomina el pedernal y la cuarcita para los ejemplares tallados, y la piedra verde, para los pulidos. Morfológicamente, el hacha se caracteriza por contar con un filo recto en vista frontal y consecuentemente bisel simétrico convexo (Fig.3). Al enmangarse, el filo de la hoja -en vista dorsal- queda paralelo o ligeramente oblicuo en relación con el eje vertical del mango (Vega 1994:20-21). Este enmangado se hacía por inserción del hacha a un mango de madera si su longitud es pequeña, afianzándose mediante el empleo de resina -es habitual en los ejemplares tallados encontrar restos de córtex en la zona medial de la pieza para disminuir su posible deslizamiento (Torres 2014), o con el uso de cuerdas realizadas en fibras vegetales o cordones de cuero, tripas o tendones, si la longitud del mango es mayor. Si bien existen ejemplares monolíticos realizados en piedra verde, como el hallado en Barton Ramie (Willey et al. 1965:476-479), o el realizado en obsidiana tallada documentado por Thompson (1939:171), aunque lo más probable es que estos artefactos no fuesen utilitarios.

Las hachas fueron un implemento que tuvo su origen como instrumento para el trabajo de la madera y posteriormente se adecuaron a la guerra. En ambos casos la utilidad de las hachas se basó en su uso como instrumento de corte por percusión recta, capaz de atravesar cualquier protección por su acción contundente. Sin embargo, por las dinámicas de la guerra Maya es posible que se tratase de un arma auxiliar o poco utilizada (Rivera 2013:37-39). No sólo las fuentes coloniales atestiguan su uso, pues también se observan en representaciones plásticas prehispánicas, como los ejemplares que aparecen en los murales de Mulchic (Arellano 2001), en diversos graffiti de Tikal (Trik y Kampen 1983:Fig.9, 38a, 67f, 76f), en la Estela 11 de Uxmal, en la Estela 3 de Itzimte y en algunas vasijas como la K3395 o la K1229. Por otra parte, su presencia es muy abundante en los códices.

 

Lanzas

 

Si se atiende a la gran cantidad y al valor contextual de sus representaciones iconográficas, así como la enorme cantidad de puntas líticas para lanza halladas en el registro arqueológico, resulta claro que esta arma debió ser la más importante dentro de la imaginería de la guerra Maya dentro y fuera del campo de batalla desde el Preclásico hasta el Posclásico (Fig.4). No se sabe con certeza su nombre para el Clásico, pero gracias a trabajos epigráficos se sabe que la partícula te’ (que hace referencia a un bastón o vara de madera) podría tener el significado de lanza. De esto se tiene constancia en el maya yucateco colonial, ya que en las fuentes a las lanzas comunes se las nombra /julte’/ <hulte> (Álvarez 1997:565). Dentro de estas mismas fuentes se pueden encontrar relatos que describen a grandes rasgos una lanza Maya del Posclásico, que no debió haber sido muy distinta de sus variantes más tempranas: Traían los dos capitanes sus ginetas, con mojaras de pedernal al modo los nuestros, que solo se diferencian en ser de acero, y en el principio de ellas muchas plumas, de diversos colores, al modo de la cintas que usan nuestros alféreces en sus venablos y las mojarras como de una cuarta de largo, de dos cortes, y la punta como de daga agudísima (Villagutierre 1985:122). Para el Posclásico, su nombre solía indicar el material de su punta, por ejemplo: para hacer referencia a las lanzas de punta de palo se utilizaba nobte che [sic.](Barrera Vázquez 1980: 546), <nab te che> (Acuña 1993:439) /nabte’ che’/ o /k’alabil che’/ (Barrera Vázquez 1980:368); y para las lanzas con punta de pedernal se usaba /lo’om nabte’/ <lom nab te> (Barrera Vázquez 1980:439), o /nabte’ ma’askab/ <nabte maskab> (Barrera Vázquez 1980:546; Acuña 1993:439).

No es posible determinar en todos los casos, con base en las representaciones, el material lítico en el que estaban hechas las puntas con las que se armaban las lanzas, pero gracias a las evidencias arqueológicas se sabe que predominantemente eran de pedernal y en algunos casos de obsidiana. La longitud de estas hojas indica que las lanzas tenían la función de rebanar y perforar (Hassig 1988:137, 1992:71). La discusión sobre si este instrumento se utilizaba como arma de choque o de largo alcance, funcionando de manera similar a una jabalina, ha sido amplia y poco concluyente. La propuesta de esta investigación es que dependía del tamaño de su punta, ya que una punta de menor tamaño reducía el peso del arma permitiendo que fuese lanzada con eficacia, mientras que las puntas largas y pesadas son mejores para cortar y penetrar. Así, teniendo en cuenta representaciones como las de la batalla de Bonampak, se opta por la coexistencia de ambas, incluso de aquellas de madera tallada, por lo que se puede distinguir entre lanzas pesadas y lanzas ligeras (Rivera 2013:45-46). En cuanto a las puntas de lanza halladas en el registro arqueológico, se establecen tres tipos con base en su longitud máxima: las puntas pequeñas con una longitud máxima de 5 cm, que posiblemente fuesen empleadas como puntas de proyectil para lanzadardos; puntas de entre 5 y 10 cm para lanzas ligeras, y las puntas de más de 10 cm, que corresponderían a lanzas pesadas o a cuchillos ceremoniales (Fig.5).

El tipo de lanza ligera, que debió ser útil tanto para la caza como para la guerra, se puede apreciar en diversas manifestaciones artísticas como los murales de Bonampak, de Mulchic, Ichmac o los de Chichén Itzá; así como en el Dintel 12 de Yaxchilán, la Estela 7 de Itzimte, o la Estela 4 de Naranjo, las vasijas K4805 y K2036, así como en diferentes graffiti de Tikal (Trik y Kampen,1983:Fig.26 a y c; Fig.75b), en Yaxha -en la cámara Oeste de la estructura 218 (Torres 2009:Fig.2)-, en Nakum (Hermes et al. 2001:41)- en el edificio 60 (60/4)-, o en San Clemente (Torres 2009:Fig.10).

En cuanto a las lanzas pesadas, éstas en ocasiones presentan adecuaciones funcionales en el astil, una de ellas fue la inclusión de filos en forma de sierra en la parte distal de la lanza, por debajo de la punta. Estos “picos” distales aparentan estar amarrados o podría tratarse de navajas de obsidiana o pedernal insertas en perforaciones y sujetas con resina. Por lo general constituían entre 40 y 60 cm de filo cortante y desgarrante que impedía que el enemigo arrebatara el arma de las manos del lancero (Brokmann 2000:270; 2000a:91). Este ajuste aparentemente es más habitual en las representaciones del área noroeste de las Tierras Bajas del Sur, específicamente en los sitios de Yaxchilán y Palenque y, posiblemente, en su área de influencia, tal como se puede apreciar en los Dinteles 41 y 8 de Yaxchilán. Esta adecuación presenta otras variantes en las que los elementos añadidos al asta no son líticos, sino que se corresponderían con inserciones de hueso tallado o dientes de tiburón dispuestos en contraflujo, que al tratar de retirar del cuerpo perforado causaría serios desgarres en los tejidos internos. Ejemplos de esto se encuentra en el registro arqueológico en la Tumba 1 del Montículo 1 de Chiapa de Corzo (Lowe y Agrinier 1960:39-42) en la que junto a un individuo de sexo masculino se halló una punta de obsidiana de gran tamaño que debía de ir inserta en un astil de madera del que se conservaban los restos carbonizados y que tenía insertos 56 dientes de tiburón, en un enmangue de forma cruciforme, aunque similar a los representados en los Dinteles 8 y 41 de Yaxchilán. Parecido a este tipo de lanza sería el que se puede observar en la Estela 1 de Ceibal, cuya punta parece realizada en madera y con inserciones, a fin de conseguir un filo cortante en todo su contorno. Estas inserciones pueden ser de obsidiana, pedernal, hueso o de dientes de tiburón. Hay que destacar que este tipo de armas realizadas con madera y dientes de tiburón se encuentra también en otras culturas a lo largo de todo el mundo, y eran usadas habitualmente por aborígenes de Oceanía en el Siglo XIX.

Otro tipo de adecuación fue la inclusión de peso bajo la punta de la lanza aumentado así la contundencia y la capacidad de penetración. Esto se implementó en sitios como Yaxchilán, Bonampak y Aguateca, y se muestra en algunas representaciones en cerámica, como en K638. En unas ocasiones son adornos simples y en otras elaborados, que se encuentran bajo el extremo funcional y se prolongan hasta cubrir una tercera o cuarta parte del astil de la lanza; suelen ser recubiertos por pieles u otro tipo de adornos aparentemente textiles, o mosaicos de cuentas de piedra o concha, como se observa en el Dintel 5 de Yaxchilán.

Se sabe que es muy amplia la variabilidad que existe en el tipo de puntas que armarían las lanzas empleadas por los Mayas, lo que se aprecia no sólo por las evidencias arqueológicas, sino por la variedad que se muestra en la iconografía. La morfología general de este tipo de artefactos es muy variada, especialmente en los últimos momentos del Clásico, existiendo ejemplares pedunculados y apedunculados. Dentro de los ejemplares apedunculados destacan por la calidad de su factura los artefactos foliáceos. En cuanto a la forma general de los artefactos apedunculados no foliáceos son habituales los ejemplares con extremo terminal convexo, bordes del cuerpo convergentes a la base y convexos, y extremo basal extendido, aunque también están presentes otras formas de extremos terminales y basales, tanto extendidos como simples. Entre los artefactos que tienen pedúnculo la morfología del mismo, al igual que la de las aletas es variada si bien predominan las puntas con extremo terminal convexo; bordes del cuerpo paralelos al eje longitudinal convexos; pedúnculo de bordes paralelos convexos, extremo rectilíneo y aletas redondeadas. Es habitual además que las puntas presenten restos de córtex en el extremo basal para una mejor adhesión de las resinas a la hora del enmangue.

 

Mazas

 

Probablemente el logograma B’AJ haya sido utilizado para denominar a las mazas. Según Marc Zender (2010:1) este logograma representa claramente un objeto, arma o herramienta, hecha de piedra que bien podría haber hecho referencia a un martillo o cincel. En este sentido, es más probable su significado como martillo, porra o maza, ya que en diversas lenguas se puede atestiguar que la raíz b’aj es usada para referirse al martillo (Rivera 2013:54). Durante el Posclásico la forma de denominarlas se atestigua en diversas lenguas Mayas: en Kaqchikel colonial tz’aibalche [sic.] (Kettunen 2011:409) para referirse al garrote de guerra hecho de madera, y en yucateco las llamaban /nabte’/ nahté [sic.] (Relación de Dzonot 1983, en: Brokmann 2000a). Lo que podría estar hablando de la existencia de variantes de esta arma. En otros vocabularios se puede encontrar <hatsab> /jaats’/, como referencia a “macana o espada de los antiguos nativos; consistía en una vara de tres palmos de largo y tres dedos de ancho, sus extremos contenían afiladas hojas de pedernal” (Barrera Vázquez 1980:184). Mientras que en ch’ol, jats refiere a golpear, por lo que resulta posible que se ocupase para designar a esta arma o algún artefacto contundente (Rivera 2013:54).

Se trataba de una vara o garrote de madera que remataba en su parte superior a manera de esfera, y que se usaba como instrumento contundente, con el tiempo evolucionó a una variedad en cuya cabeza disponía de trinchadoras, cuchillas o aletas, repartidas geométricamente. Se representó en ocasiones con un lazo en la parte inferior, el cual se sujetaba de la muñeca para no perder el arma en la batalla, ejemplo de ello lo tenemos el Dintel 8 de Yaxchilán. Gracias a la iconografía y a fuentes coloniales se sabe que existieron desde el Preclásico hasta el Posclásico. Así, en las fuentes etnohistóricas se tiene referencia a este instrumento y para la batalla en Champotón, Bernal Díaz menciona que los indígenas combatientes portaban “espadas que parecen de a dos manos” (Díaz del Castillo1999: IV y V en: Cervera 2007a:61). Siendo muy similar a lo relatado en la Relación de Tiab y Tiek: “Y los dichos indios para las guerras hacían unas espadas de dos filos de un palo negro que llaman <chilul> /ch’ilul/ de 4 palmos de largo y 3 dedos de ancho, y unas dagas del dicho palo de ajeme, el cual dicho palo es muy recio como hueso” (“Relación de Tiab y Tiek” 1983, en: Brokmann 2000a).

Dentro de la categoría de mazas se pueden encontrar en toda Mesoamérica una gran diversidad. A grandes rasgos, en el área Maya existen tres variantes principales (Rivera 2013:56-61), de las cuales se abren más posibilidades. Por un lado se cuenta con la maza sencilla, que consiste en una cabeza, generalmente de piedra, llamada “dona de piedra” con una perforación central cónica, inserta al final de un cabo simple de madera. La macana, que consiste en una pieza de madera cuya parte superior fue labrada de forma ovoide, como se puede ver en la Estela 18 de Ceibal. Y por último, la tercera variante que es el palo conejero o clava, que tiene hojas de piedra u otro material insertas en la parte superior del cabo –al parecer los mesoamericanos reconocían igualmente estas variantes (Fig.6). En el caso mexica cada una de ellas tenía su propio nombre: huitzauhqui, macuahuitl y cuauhololli (Hassing 1995:85)-. La última variante es un tanto polémica, ya que siempre ha sido concebida como un arma perteneciente y endémica de la cultura mexica; macuahuitl –que es su nombre en náhuatl. /Jaatz’ab/ “espada” (Acuña 1993:337), parece ser el vocablo con el que se conoció en el Posclásico. Se sabe que el ejemplar mexica tenía un largo de entre 70 y 80 cm y se encontraba provisto de 6 a 8 navajas de obsidiana de cada lado, o bien había otro de tamaño menor llamado macuahuilzochitl de alrededor de 50 cm y con cuatro navajas por lado (Cervera 2007a:61), que en el caso Maya posiblemente correspondía a inserciones de pedernal.

Específicamente sobre el /jaats’ab/ se sabe que fue el arma más usada durante el Posclásico y que medía alrededor de 1 m, resultando un tanto mayor que los ejemplares mexicanos. Este instrumento cumple con un ataque de tipo corto-contundente y Cervera (2007a) la identifica como un arma netamente mesoamericana. Ésta tenía la capacidad de desmembrar cuando se utilizaba sobre una articulación, era capaz de cortar tejidos musculares y producir fracturas en el hueso. En el caso mexica al implementar obsidiana como filo, tras el impacto, parte del mismo se transformaría en pequeñas microlascas que al incrustarse en la herida y el hueso dificultarían la asepsia de la lesión (Cervera 2007a:65). En el caso Maya, esto pudo haber dependido de la calidad del pedernal, ya que en general es menos quebradizo, pero igualmente pueden producirse por el impacto microlascas que agudicen el daño. Se sabe que la variante Maya más similar al macuahuitl corresponde al Posclásico y no a épocas más tempranas; pues en la región Maya, la clava tenía un diseño bastante diferente, ya que existen ejemplos muy tempranos de lo que posiblemente sea un palo conejero, retomando la idea del que “no todo palo con navajas es un macuahuitl” (Cervera 2007a:61). Entre las evidencias más tempranas se tiene el bajorrelieve de Loltún y la Estela 5 de Uaxactun, fechados para el Preclásico y Clásico Temprano respectivamente. Así, el palo conejero Maya previo al Posclásico en realidad no tiene parecido alguno al macuahuitl. Sus mejores ejemplos se tienen en los murales de Bonampak y en una figurilla de Jaina (Fig.7). Esta variedad consta de un palo aparentemente redondeado con inserciones de puntas que bien podrían ser de pedernal o incluso de la misma madera, las cuales igualmente son redondeadas y afiladas en las puntas. Como se muestra en los ejemplos citados pueden tener de dos a ocho puntas, que pueden presentarse en una sola cara del arma o bien en todo el rededor en pares, siempre en la parte superior.

Aparentemente, en el combate, la maza no ocupaba un lugar preponderante como arma de primer orden durante el Clásico, por lo que se puede afirmar que tenía un uso como arma complementaria. Por su naturaleza las mazas, palos conejeros y macanas pudieron haber sido utilizadas como arma ofensiva principal, pero poco utilizada, de ahí que se vean poco reflejadas en las representaciones artísticas. Mientras que para el Posclásico nos encontramos con un escenario muy diferente en las Tierras Altas, como se mencionó líneas arriba.

 

Armas de largo alcance

 

Este tipo de armas, también llamadas arrojadizas, por ser de amplio rango permiten alcanzar al enemigo distante y permanecer al mismo tiempo a salvo de su poder de ataque; a su vez, tienen la intención de crear confusión en el enemigo. Las de menor tamaño, tienen la función de disolver contingentes. En Mesoamérica buena parte de estas armas tuvieron su origen y uso durante el Preclásico para la caza (Cervera 2007:28). Para el caso particular del Clásico Maya se encuentran las siguientes:

 

Lanzadardos

 

Se desconoce su nombre para el Clásico, sin embargo, para el Posclásico se sabe que en Maya yucateco la palabra /julte’/ (aunque la forma yucatecana esperada sería julche’, esto se debe a que ocasionalmente el yucateco presenta influencias léxicas de lenguas cholanas; por lo que no es extraño encontrar entradas como éstas) era utilizada para nombrar las “flechas o dardos”, y /xóolche’/ para “bastón de madera o dardo” (Álvarez 1997:563). Erik Boot (en: García Capistrán 2012:423) en recientes investigaciones aparentemente logró reconocer el título b’aahtox [sic.] “primer lanzador”, en la Estela 15 de Nimli Punit; este título podría bien hacer referencia a un cargo militar relacionado a un arma arrojadiza como lo es el lanzadardos, aunque también podría hacer referencia a las lanzas arrojadizas.

El lanzadardos es en sí mismo un propulsor y, por tanto, permitió alcanzar una mayor distancia en el lanzamiento de sus dardos, al mismo tiempo que lograba mayor contundencia, penetración y puntería con menor esfuerzo físico que la lanza arrojadiza así como que el arco y flecha (aunque este último par tuviera su entrada a Mesoamérica posiblemente en el Epiclásico) (Rivera 2013:68). Se tienen ejemplares de propulsores fechados hacia el 11000 AC en Europa, mientras que los más antiguos ejemplares en América datan del 8500-5500 AC (Fiedel 1996:87). En Mesoamérica la variante que se empleó fue de tipo mixto, la cual se caracteriza por unos canales (hembra) en cuyos extremos se halla un gancho (macho) que va unido a los mismos canales, o de manera independiente se coloca en sentido horizontal u oblicuo. Su mango es generalmente de forma cilíndrica, o con argollas adheridas al mango o por medio de travesaños que sirven de apoyo a los dedos, impidiendo con ello ser lanzado junto con el dardo (Noguera 1945:208; Brokmann 2000:276).

Los lanzadardos hallados en el registro arqueológico son escasos, dado que por lo general estarían realizados en material perecedero, un ejemplo sería el que aparece documentado por Follet (1932), realizado en jade. Otros ejemplares conservados, realizados en madera, proceden del Cenote de los Sacrificios de Chichén Itzá (Coggins y Ladd 1992:244-252), y están fechados entre 750 y 1145 DC. Kaneko (2003:62) reporta un gancho de lanzadardos completo y dos fragmentos realizados en piedra caliza en Yaxchilán. Estos ejemplares y materiales representan una prueba material de su empleo en las Tierras Bajas durante el Clásico y el Posclásico. También en las representaciones artísticas se pueden ver ejemplos del uso de este implemento desde Clásico Temprano, como en la Estela 5 de Uaxactun y la Estela 31 de Tikal, y más tarde en otros monumentos esculpidos como la Estela 2 de Naranjo o en la Estela 4 de Ucanal. Los dardos de esta arma se representan pareados, posiblemente ensamblados por amarres que los unían paralelamente en grupos de dos o más (Rivera 2013:67). Otros ejemplos iconográficos se muestran en la cerámica, como en las vasijas K695, K5763, K6990; así como en la pintura mural de sitios como Chichén Itzá y Chacmultun, además de los presentes en los graffiti de Nakum (61/18) (Hermes et al. 2001:43) y La Blanca (Torres 2009) (Fig.8).

 

Lanzas arrojadizas

 

Como ya se ha mencionado, ésta es una variedad de lanza que por su tamaño y ligereza es un proyectil y no un arma de choque. De este tipo no se tiene evidencia arqueológica en el área, pero se cuenta con evidencia iconográfica que permite constatar su existencia; suele representarse con punta en forma de arpón, o bien como simples varas tostadas (Rivera 2013:72) (Fig.9). /julte’/ “jabalina” (Barrera Vázquez 1980:244) es como se denominó a este instrumento en el Posclásico, aunque coincide con el nombre de las lanzas largas. La diferencia entre ésta y la lanza de choque se centra en que la segunda tiene como función el cortar y penetrar, mientras que ésta, pensada como jabalina, enfoca su ataque en la penetración del enemigo al ser lanzada en un rango medio de distancia. Su uso en batalla se puede atestiguar en el Cuarto II del Templo de las Pinturas de Bonampak, en donde se reconoce por su morfología –de menor longitud y punta de madera tallada- y por su forma de uso, pues se muestran asidas con una sola mano por encima de la cabeza, en una clara posición de lanzamiento (Rivera 2013:73).

Las fuentes coloniales se refieren a ellas como “otras de menor tamaño” (Bernal Díaz en: Repetto 1985:34). En los vocabularios se las denominó como <hulte> /julte’/, palabra que se empleó para hacer referencia a la lanza, a la jabalina y al dardo por igual (Álvarez 1997:565), lo que permite pensar que bien podía funcionar para nombrar a las lanzas arrojadizas. Asimismo, el vocablo en maya yucateco /julte’ che’/ <hulte che> se empleó para referirse a las lanzas “con punta de palo sin hierro” (Álvarez 1997:566), que bien pudo hacer referencia a su variante con punta tallada (Rivera 2013:73).

En cuanto a la controversia de la eficacia del lanzadardos frente a las lanzas arrojadizas y el arco y flecha se refiere, tras diversos ejercicios de arqueología experimental se ha podido comprobar que el primero tenía mayor poder de penetración que las jabalinas lanzadas a la misma distancia con una mano (Robicsek y Hales 1984:79), mismos resultados que se obtuvieron en su comparación con el arco y flecha (Hassig 1995:79); permitiendo a su portador un ataque de mayor eficacia, ya que el lanzadardos permitía doblar la potencia con la que el brazo lograba arrojar una lanza, y superar la capacidad de penetración y puntería que el arco y flecha, como se ha mencionado anteriormente.

En referencia al tema del arco y flecha es preciso explicar que es claro que dicho complejo no fue implementado en Mesoamérica hasta el Epiclásico/ Clásico Terminal, pues no hay hasta la fecha en toda la macro área indicadores que permitan afirmar en su uso antes de este periodo. No existen fuentes iconográficas que así lo señalen, y en lo que a las arqueológicas se refiere, la única prueba es la existencia de puntas de proyectil, mas ésta no es prueba de su existencia, ya que no hay por el momento características que permitan asociar a las mencionadas puntas con algún arma específica. Los resultados del análisis de microhuellas de uso por medio del microscopio metalúrgico que Aoyama realizó a las puntas de proyectil encontradas en el Valle de Copán y Aguateca, para argumentar el uso del arco y flecha en el Clásico Tardío (Aoyama 2006:33 y 44), son la confirmación de su uso como puntas de proyectil, si bien no permiten poderlas asociar inequívocamente al uso del arco y flecha, en base los argumentos antes mencionados.

 

Consideraciones finales

 

Actualmente son muchas las cuestiones que quedan por responder en torno a la guerra para los Mayas del Clásico y cómo ésta evolucionó en el Posclásico, como cuál era la escala y la motivación de la guerra (política, ritual, económica o una mezcla de ellas), cuál fue el papel que jugó en el desarrollo y devenir de la civilización Maya, cómo se implicaron en ella las élites y las clases menos favorecidas, etc. Sin embargo, es evidente que un enfoque interdisciplinario como el presente, enfocado en el armamento, se acerca a una mejor comprensión de tan complejo fenómeno con un papel preponderante en el desarrollo de esta civilización.

 

Agradecimientos

 

El Dr. Ricardo Torres Marzo es Becario del Programa de Becas Posdoctorales en la UNAM, del Centro de Estudios Mayas del Instituto de Investigaciones Filológicas, por lo que desea mostrar su agradecimiento a dicha institución.

 

 

Referencias

 

Acuña, René

1993   Bocabulario de Maya Than, cordex vindobonensis, facsímil y transcripción crítica anotada. UNAM, México D.F.

 

Álvarez, Cristina

1997   Diccionario etnolingüístico del idioma maya yucateco colonial III. UNAM, México D.F.

 

Aoyama, Kazuo

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Fig. 1: a-b) Bonampak Cuarto II Templo de la Pinturas; c) Vasija K1606 (Dibujos de Gabriela Rivera).

Fig. 2: a) Vaso K1606; b) Vaso 2206; c) Vaso K2798; d) Bonampak Cuarto II Templo de las Pinturas (Dibujos de Gabriela Rivera).

Fig. 3: a) Hacha bifacial de pedernal de Nakum; b-c) Hachas bifaciales de pedernal de La Blanca (Dibujos de Ricardo Torres).

Fig. 4: a) Vaso K2206; b) Vaso K3412; c-d) Bonampak Cuarto II Templo de las Pinturas (Dibujos de Gabriela Rivera).

Fig. 5: a-c) Puntas bifaciales de pedernal de Nakum; c-f) Puntas de pedernal tallado de La Blanca (Dibujos de Ricardo Torres).

Fig. 6: a) Vaso K638; b-f) Bonampak Cuarto II Templo de las Pinturas (Dibujos de Gabriela Rivera).

Fig. 7: a) Bajorelieve entrada de Huncanab de la cueva de Loltun, Yucatán, México (Dibujo L. Schele); b) Fragmento Estela 5 Uaxactún (Dibujo I. Graham).

Fig. 8: a) Vaso K695; b-c) Vaso K5763; d) Vaso K6990 (Dibujos de Gabriela Rivera).

Fig. 9: a-b) Bonampak Cuarto II Templo de las Pinturas (Dibujos de Gabriela Rivera).