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01 De las tareas urgentes por hacer en la arqueología de Guatemala – Edgar H. Carpio Rezzio – Simposio 11, Año 1997

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Carpio Rezzio, Edgar H.

1998        De las tareas urgentes por hacer en la arqueología de Guatemala. En XI Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 1997 (editado por J.P. Laporte y H. Escobedo), pp.1-4. Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala (versión digital).

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DE LAS TAREAS URGENTES POR HACER EN LA ARQUEOLOGÍA DE GUATEMALA

Edgar H. Carpio Rezzio

Los logros en la arqueología guatemalteca de los últimos años han sido impresionantes por muchas razones. Entre ellas se podría mencionar la casi total cobertura arqueológica del territorio nacional, el notable incremento de profesionales de la arqueología, la proliferación de proyectos arqueológicos sobre diversas problemáticas (no sólo prehispánicas) y los mecanismos de divulgación de la labor arqueológica, entre los que se incluye el Simposio de Arqueología que ya sobrepasa la década. A esto se puede agregar la apertura de nuevos museos, la disponibilidad de fuentes documentales y los contactos permanentes con instituciones arqueológicas extranjeras a cierto nivel.

A pesar de lo anterior aún quedan muchas cosas por realizarse, tareas que necesitan de atención urgente, las cuales voy a tratar de señalar en este espacio. Se que deben existir más inquietudes de las que voy a mencionar pero mi interés inicial es llamar a la reflexión a la comunidad de arqueólogos, esperando lograr un consenso que rinda frutos a un plazo no muy lejano en beneficio de nuestra labor profesional.

Comenzaré mencionando el problema permanente de la depredación, saqueo y destrucción del patrimonio arqueológico, entiéndase éste no solamente el prehispánico. Se ha dicho que la riqueza cultural de Guatemala riñe con la pobreza de su población y con el subdesarrollo en general. La falta de conciencia histórica y cultural, más la prevalencia del interés económico, son factores que contribuyen a que cada día se pierdan irremediablemente más vestigios arqueológicos. Pero no se trata solamente del saqueador común o de las bandas organizadas de depredadores culturales. Algunas veces se trata de grandes empresarios que anteponen sus intereses particulares y a quienes la cultura y la historia del país sólo pueden tener valor si de ellos se obtienen ganancias sustanciosas. Sobre este aspecto debemos ser muy cautelosos los arqueólogos pues, aunque hay en la iniciativa privada numerosas personas, sobre todo en años recientes, que saben valorar los bienes culturales del país y contribuyen en buena manera a su conservación y sobre todo a la investigación y divulgación, hay por supuesto quienes piensan que los sitios arqueológicos pueden ser considerados como parques de diversiones a donde las personas acuden y obtienen lo que desean por su dinero.

De allí la importancia de permanecer alertas y de saber guiar y canalizar esas intenciones, pues se trata del patrimonio de los guatemaltecos y sobre todo de aspectos de nuestra historia que no pueden ser enajenados ni mucho menos destruidos. Un ejemplo reciente: el intento de una organización para la «protección del medio ambiente» por llevar a cabo una cumbre ecológica en Tikal, pretendiendo hacer del sitio un escenario para artistas masificados, como las «estrellas del rock» y otros.

Por aparte resulta alarmante y penoso leer en los diarios sobre robos de vestigios arqueológicos y coloniales con una frecuencia cada vez mayor. Ni los grandes sitios arqueológicos de Petén son respetados e incluso hace pocos días fue robada una estela recién descubierta.

Esto último nos lleva a considerar la reciente ley de Protección del Patrimonio Cultural, Decreto 26-97. Tomando en cuenta que la legislación al respecto ha sido siempre el lado flaco y débil que ha permitido tantos desmanes, dicha ley podría considerarse el gran logro de los últimos tiempos. No obstante, a nadie escapa que desde su promulgación las reacciones han sido muy encontradas. Al parecer la asesoría de especialistas no fue lo suficientemente fuerte y particularmente en el caso de los arqueólogos, lo que ha redundado en innumerables críticas a distintos aspectos de la ley, por los muchos cabos sueltos que ésta presenta y lo más importante porque no parece estar enmarcada en la realidad que se vive.

En mi opinión, existe una razón poderosa por la cual la presencia de los arqueólogos siempre es débil cuando se trata de salir en defensa del patrimonio cultural, pero sobre todo cuando se dictan políticas o en este caso leyes referentes al mismo. Esta razón es la falta de una entidad que aglutine a los arqueólogos en una sola voz cuya opinión especializada sea debidamente tomada en cuenta.

Pasando a otro aspecto, pero que está muy relacionado con lo tratado anteriormente, la reciente finalización del conflicto armado en el país parece empezar a tener efectos negativos con respecto a la labor arqueológica. Aunque debiera ser todo lo contrario ya que muchas de las zonas de guerra, ricas en vestigios, que por años han quedado fuera del mapa arqueológico parecen estar ahora al alcance de los especialistas. Sin embargo, muchos grupos de personas sin tierras han sido colocadas o bien han invadido por su cuenta zonas aledañas a sitios arqueológicos, en algunos casos dentro de los mismos parques como sucede en la zona del Pasión, Petexbatun y el norte de la Verapaz, afectando importantes sitios como Aguateca, Dos Pilas y otros. Esto agrava la situación de zonas arqueológicas que por su lejanía carecen de protección y que por ello han sido en repetidas ocasiones terreno fértil para los saqueadores. Cabe señalar aquí que no sólo lo que ocurre en los grandes sitios debe preocupar, pues a diario se destruyen vestigios en otras regiones de la república, tal vez menores en tamaño pero no en importancia histórica y científica.

Dos hechos más se pueden sumar a lo anterior. Por un lado, el incremento organizativo de los grupos étnicos, la mayoría de los cuales se autodefinen como «Mayas», el cual está teniendo importantes efectos en lo que se refiere a los aspectos culturales. Esto implica que en determinado momento, en lo que corresponde a vestigios y sitios arqueológicos, los grupos estén dispuestos a ejercer derechos ancestrales sobre los mismos y nadie sabe qué impacto pueda tener esta situación sobre el trabajo arqueológico.

Además, la constante violencia y la anarquía que parece imperar en todo el territorio nacional, ha redundado ya en enfrentamientos por tierras entre comunidades étnicas del Altiplano, situación a la cual no podemos permanecer ajenos y que indudablemente traerá consecuencias negativas de gran alcance para el patrimonio cultural. Esto nos recuerda con crueldad que aunque tengamos las mejores intenciones del mundo, los arqueólogos no escapamos a la realidad del país y que nuestra labor se ve afectada de una u otra manera por lo que aquí ocurre.

Ahora bien, pasando a considerar aspectos propiamente de la labor arqueológica, existen tareas muy urgentes que atender. Entre ellas el hecho de que todavía no contamos en las instituciones arqueológicas de Guatemala con laboratorios debidamente equipados para el análisis y tratamiento de materiales arqueológicos de cualquier índole. Me refiero entre otros a laboratorios de fechamiento, paleobotánicos, paleontológicos, de análisis químicos, biológicos y otros. Ni el IDAEH, ni las universidades poseen las condiciones apropiadas y aunque se han utilizado otros laboratorios de distintas facultades o bien de instituciones de gobierno como el Ministerio de Energía y Minas por ejemplo, eso no significa que este aspecto importante del que hacer arqueológico esté cubierto. Si hasta ahora se ha podido desarrollar el trabajo sin contar con los recursos, no por ello debemos desdeñarlos ni dejar de implementarlos. Es una pena seguir siendo dependientes hasta en eso.

Si entramos ahora a considerar el aspecto del debate académico, la discusión teórica, etc, caemos en la cuenta de que aún nos falta mucho camino por recorrer. A excepción del simposio anual de arqueología, existen pocas ocasiones de congregar a la comunidad arqueológica sobre todo en universidades, museos o en el mismo Instituto de Antropología. Menos aun contamos con foros permanentes de discusión y mucho menos medios divulgativos con sentido crítico. Parecemos olvidarnos a veces de que la ciencia crece y se desarrolla a base de discusión teórica, de polémica y de someter nuestros resultados a la crítica. En un recién efectuado examen de graduación, comentaba con los colegas que era triste saber que debíamos esperar hasta una próxima graduación para sostener un breve debate o discusión teórica.

No quiero decir con esto que no haya habido esfuerzos en pro del desarrollo académico, los hay y muy buenos. Más bien creo que no ha habido un seguimiento para lograr establecer foros permanentes de discusión de problemáticas arqueológicas. Vuelvo a recalcar que hay una razón, entre otras, por la cual considero esto no se ha podido llevar a cabo: la falta de organización en comunidad académica.

Lo anterior me lleva a plantear algunas interrogantes acerca de nuestro que hacer cotidiano: ¿impacta realmente la labor arqueológica en la vida nacional?, ¿tiene peso la opinión del arqueólogo en la toma de decisiones sobre el patrimonio cultural?, ¿conoce la población en general lo que hacemos y qué utilidad tiene?, ¿constituimos una comunidad organizada y representativa?, ¿conocemos y tenemos opinión en los convenios internacionales para evitar el saqueo? y en el plano estrictamente educativo, ¿cuanto de los conocimientos generados por la arqueología ha modificado los contenidos programáticos de los cursos de historia en los niveles de educación primaria y secundaria?, ¿cuál es nuestro acercamiento a la población sin mucho estudio? Si efectuáramos un sondeo en este momento a los estudiantes de los centros educativos cercanos a este museo nos daríamos cuenta que la gran mayoría ni siquiera tiene idea de qué es el sitio arqueológico de Kaminaljuyu o de dónde queda el Montículo de La Culebra. Imagínense lo que sería entonces ir con los sectores más amplios de la población que ni siquiera tienen acceso a la educación.

Por supuesto que no es nuestra tarea el ir enseñando de persona en persona, pero sí es necesario recordar que la arqueología de nuestro país no se hace únicamente con fines de crecimiento académico. Los arqueólogos guatemaltecos estudiamos nuestro pasado y tratamos de conservar el patrimonio arqueológico. Nuestra sociedad es muy rica y compleja en términos antropológicos e históricos y es aquí donde el arqueólogo tiene mucho que aportar. No podemos dejar de reconocer a muchos arqueólogos que sin ser de este país han desempeñado una encomiable tarea en pro del desarrollo de nuestra arqueología y del propio conocimiento de nuestra historia. ¿Cuánto más estamos llamados a dar entonces los arqueólogos guatemaltecos?

Retomando algunas de las interrogantes planteadas anteriormente y en particular la que se refiere a que si somos una comunidad organizada y representativa, deseo hacer algunas observaciones.

En los más de veinte años que tiene la arqueología como profesión en Guatemala no existe una sociedad o asociación de profesionales de la misma. Si bien estamos colegiados como humanistas, esto no nos brinda una representatividad como arqueólogos ni responde a los intereses de este grupo en particular. Sí existen antecedentes como la Asociación Tikal y algunos museos particulares, pero no corresponden propiamente a una asociación de profesionales de esta disciplina.

Aunque setenta arqueólogos o un poco más parece una cifra aun pequeña (comparada con el potencial arqueológico de Guatemala), más otro número de arqueólogos no nacionales pero con trayectoria de trabajo, considero que es suficiente como para dar comienzo a una Asociación Guatemalteca de Arqueología o Asociación Arqueológica Guatemalteca, que cumpla múltiples funciones, todas ellas urgentes. Entre ellas la defensa de los derechos laborales, el respeto y reconocimiento a nuestra profesión por parte de la sociedad guatemalteca, la asesoría y el expertaje en materia arqueológica y de patrimonio cultural, el reforzamiento académico y otras más.

La voz de uno, cinco o diez arqueólogos puede que no tenga mucho impacto, pero una asociación con más de cincuenta miembros puede empezar a pesar en la opinión pública. Esto conllevaría que se tome en cuenta el punto de vista de los arqueólogos a la hora de legislar sobre el patrimonio cultural, así como en las acciones que se tomen para evitar la destrucción del mismo.

Por otro lado, el tener una asociación facilitaría la organización de los foros, seminarios, congresos o mesas redondas para la discusión y el debate que hacen tanta falta. Esto tendría que traducirse más adelante en la creación de un órgano divulgativo como sería una revista de arqueología guatemalteca, cuadernos de investigación o memorias de congresos que serían la expresión de una verdadera academia guatemalteca de arqueología. Esto contribuirá a crear vínculos de cooperación, desarrollo e intercambio con otras sociedades, organizaciones o academias de arqueología a nivel mundial que no es lo mismo que hacerlo a título personal.

La razón por la que no se podían salvar muchos obstáculos de los referidos al principio de esta ponencia, es precisamente la dispersión y la poca organización de los arqueólogos, la falta de un frente común y de un ente cohesivo en los planos profesional y académico.

Ya se cuenta con el recurso humano, se cuenta con espacios y estamos en el tiempo adecuado para llevar a cabo las transformaciones necesarias que nos ayuden a cumplir las tareas que nos impone la arqueología.

Si hasta ahora y a pesar de los múltiples obstáculos y limitaciones, la arqueología guatemalteca ha encontrado los caminos para desenvolverse y ha obtenido grandes logros, cuánto más lograremos avanzar si actuamos de manera organizada. Sin duda el patrimonio cultural y nuestra misma academia saldrán favorecidos y fortalecidos.

Por ahora sólo he querido compartir con ustedes colegas y personas que llevan la arqueología en el corazón, algunas inquietudes y he señalado algunas tareas que necesitan atención con el fin de invitarlos a reflexionar y a actuar de manera conjunta para que la arqueología del siglo XXI sea de excelencia y sobre todo que sigamos contando con los espacios cada vez más amplios para trabajar en beneficio de nuestra cultura y de nuestra sociedad.

Considero que nuestro aporte puede llegar a ser muy útil y significativo y no dudo que trabajando fuerte a un plazo muy corto veremos los frutos de nuestro esfuerzo colectivo.

 

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