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Vanegas Pérez, Juan, Edith Ortiz Díaz y Claudia Ballesteros César
1996 Historia del Hospital de Betlemitas de la ciudad de México. En IX Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 1995 (editado por J.P. Laporte y H. Escobedo), pp.601-606. Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala (versión digital).
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HISTORIA DEL HOSPITAL DE BETLEMITAS DE LA CIUDAD DE MÉXICO
Juan Vanegas Pérez
Edith Ortiz Díaz
Claudia Ballesteros César
La realización del proyecto de restauración arquitectónica y adaptación a usos contemporáneos del Ex Convento Hospitalario de Betlemitas de la ciudad de México, nos conduce necesariamente a profundizar en los orígenes y la misión pastoral de la orden de Nuestra Señora de Bethlem, fundada en la Antigua Ciudad de Guatemala en 1658.
Uno de los resultados de nuestro trabajo ha sido el reconocimiento de la importancia e influencia que esta orden de los hermanos Betlemitas, netamente americana y criolla, tuvo en el devenir social y religioso de la América hispana.
De hecho poco se ha dado a conocer con respecto a las órdenes religiosas hospitalarias que se asentaron y difundieron en el territorio novohispano. Aun cuando su presencia respondió desde los inicios de la colonia a las muy precarias condiciones de salud pública y al abandono en que se encontraban enfermos y convalecientes de todos los estratos sociales, que alcanzaba puntos críticos por las difíciles condiciones de trabajo de la población nativa y de las funestas consecuencias de las no pocas pestes y epidemias que asolaban al continente.
Por ello, desde fechas muy tempranas se fundan hospitales y órdenes caritativas que buscaron cubrir estas necesidades, reforzadas con la presencia de la orden hospitalaria de los Juaninos, llegados de la península Ibérica y que para los siglos XVII─XVIII habían extendido su misión al resto del continente, cuya práctica hospitalaria se concretaba básicamente a la curación y atención de enfermos.
En los albores del siglo XVII, periodo permeado por profundos ideales de aventura y misticismo en el viejo continente, nace en las islas Canarias Pedro de Betancur García (1626). Quien desde joven, estando imbuido por el fervor religioso, se sintió llamado al servicio de Dios en el Nuevo Continente, así después de muchos avatares en el año de 1651, arriba a tierras guatemaltecas.
Tal era su vocación de servicio y su especial apego a los enfermos y desvalidos, que aun antes de su ingreso a la Orden Tercera de San Francisco, ya había ganado fama y apoyo para la fundación de un pequeño hospital en el barrio de la Santa Cruz en la Antigua Guatemala. Es en este lugar donde en 1658 sienta las bases de la congregación hospitalaria de Nuestra Señora de Bethlem, buscando una alternativa para el cuidado de convalecientes y la atención educativa a menores de escasos recursos, con una visión y misión pastoral de servicio para todos los grupos sociales independientemente de su filiación étnica, política, económica y religiosa, por encima de la intolerancia de la época.
Al morir Pedro de Betancur en 1667, de forma visionaria lega a su sucesor Rodrigo de la Cruz, la tarea de escribir las Reglas y Constituciones que deberían de observar los hermanos de la Compañía. Este Rodrigo de la Cruz, nacido en España en 1637, desde muy joven se distinguió como militar, fue Gobernador y Capitán General de Costa Rica y por su apoyo a la misión evangelizadora de la región, sin embargo atraído a la labor religiosa, renuncia a la vida material ingresando en la Tercera Orden para apoyar la misión hospitalaria de Fray Pedro de Betancur.
Con el fallecimiento de Fray Pedro, se avoca a la tarea de consolidar la misión betlemítica, escribiendo las Reglas y Constituciones que la regirían, obteniendo el apoyo real y la aprobación de la Santa Sede para su constitución como hermandad con votos simples. Y con la intercesión del Obispo de Guatemala, Fray Payo de Ribera, protector de los Betlemitas, logra que el Papa Clemente VII apruebe en 1672 las Reglas y Constituciones de la hermandad, ratificadas dos años después con la prerrogativa de erigir Iglesia.
Las necesidades de la atención a enfermos en otros territorios españoles, conllevan a que desde fines del siglo XVIII y aún cuando no se había constituido en orden religiosa, ya se estaba dando la primera expansión de la orden fuera de Guatemala, hacia el reino del Perú con la fundación de un gran hospital de convalecientes en la ciudad de Lima. La amplia aceptación que su misión pastoral tuvo dentro de los gremios y población minera, marinera y sociedad en general, en virtud de que cubrían un aspecto tan desatendido de la salud en aquel virreinato, conllevó a que desde Lima se diera una consecuente diáspora hacia los cuatro puntos cardinales del territorio: Chachapoyas, Cajamarca, Piura, Trujillo, Cuzco, Huaraz, entre otros. Y un poco más tarde hacia otros virreinatos y audiencias: Potosí en el Alto Perú, Buenos Aires y Mendoza; Quito y hasta Guanta en Venezuela.
De forma simultánea la orden debe dirigir su atención a establecer desde Guatemala otros hospitales en las Antillas; destacando las fundaciones en los puertos de La Habana y Santiago de Cuba.
Para el mismo periodo y a invitación del para entonces Arzobispo Virrey de la Nueva España, Fray Payo de Ribera, conocedor y promotor de los hermanos de Belén, se solicitó hacia 1674 la presencia y fundación de un hospital de convalecientes, con el consecuente traslado de un grupo de ilustres religiosos de Guatemala a esta ciudad: Fray Francisco de la Miseria, Juan de la Madre de Dios, Francisco del Rosario y Gabriel de Santa Cruz.
Existía en el callejón de Villerías, al oriente del centro de la ciudad de México, una construcción en donde un par de piadosos hombres, Juan de San Vítores y Cristóbal Vidal, habían promovido fuera el recogimiento para mujeres desvalidas de la Congregación de San Francisco Xavier, el cual por falta de rentas no pudo ser abierto para tal fin.
Es este el edificio que por instancias del Virrey Fray Payo de Ribera y el Conde de Santiago del Valle, solicitan y promueven sea otorgado a los Betlemitas con la condición de que la fundación hospitalaria tuviera la advocación de San Francisco Xavier al mismo tiempo que el de Nuestra Señora de Bethlem, siendo recibido el 7 de abril de 1675.
Bajo el patronazgo de los Condes del Valle de Santiago, cuyo mayorazgo de Urrutia y Vergara, a la sazón colindaba con la nueva fundación; los Betlemitas se avocaron a la tarea de adaptar el inmueble para la labor hospitalaria de convalecientes, con tres salas: una destinada a la atención de indios, mestizos y negros, otra exclusiva para españoles y la última destinada a los religiosos, además de enfermerías, botica, un templo provisional y una sala especial para la enseñanza a niños pobres.
En los años siguientes, fueron allegándose predios contiguos para la ampliación del hospital y la adecuación de un primitivo claustro, poniendo especial atención en la erección de una iglesia, cuya primera piedra pusiera Fray Payo de Ribera en 1677.
Para 1705, las cargas del gobierno español le obligan a retirar el apoyo a las órdenes hospitalarias con la consecuente aprobación del derecho de poseer bienes y rentas. Esto, aunado a la autorización para recibir sacerdotes, posibilita a los Betlemitas acrecentar sus posesiones y rentas para el sostenimiento del hospital. Y para 1710 se consolida finalmente su presencia y misión en América, al serle otorgada por Roma su constitución como orden religiosa.
La eficiencia y beneficios de la labor betlemítica en la Nueva España, ganó la simpatía de la población y el patrocinio de una parte de la nobleza y el estamento criollo dirigente, lo cual se tradujo en una nueva y rápida expansión de fundaciones misionales a lo largo del territorio. Y aun cuando fuera una provincia religiosa semi independiente, se continúan difundiendo las misiones hospitalarias en la Nueva España, a partir de las ya constituidas casas de México, Puebla, Guadalajara y Oaxaca; hacia otros puntos intermedios y centros productivos como el puerto de Veracruz, Querétaro, Guanajuato, Tlalmanalco y Perote, entre otros.
Tan amplia estructura de operatividad y servicios, dependía de una sólida e inteligente política administrativa liberal, en la que convergían los fondos provenientes de testamentos, capellanías y obras pías, así como de fondos aportados por patronos y gremios locales y una red de intercambio, haciendas y rentas propias, cuya sede novohispana se había establecido en la Ciudad de México.
El espíritu ilustrado de la orden, permitió que sus Capítulos Generales, se realizaran alternadamente entre Guatemala y las diferentes Provincias, en consecuencia sabemos que desde finales del siglo XVII, se da un continuo traslado de hermanos mendicantes entre la casa de origen y otros territorios, especialmente a la Nueva España, cuyo ejemplo más claro fue la muerte de Fray Rodrigo de la Cruz acaecida en 1716 en el hospital de la Ciudad de México.
La sólida interdependencia entre estas dos provincias, se tradujo en un fuerte intercambio no sólo de conocimientos para la formación de religiosos, sino en el movimiento de productos medicinales, contenedores, instrumental médico, bienes religiosos y artísticos, vajillas y menaje de hospital, entre otros muchos géneros.
De hecho, los primeros hospitales Betlemitas de México heredaron una relevante carga simbólica e ideológica en la decoración iconográfica, en la disposición de los espacios y en la ambientación. Al mismo tiempo que se denota en las fuentes documentales, la continuidad del fervor místico de servicio y la pastoral hospitalaria que no mucho tiempo atrás que Pedro de Betancur había sembrado.
La creciente necesidad de servicios hospitalarios en la capital de la Nueva España y los requerimientos de la administración de la boyante y difundida orden, conlleva a que para mediados del siglo XVIII, esta sede crezca físicamente con nuevas y muy amplias construcciones, destacando por su majestuosidad, el recién erigido nuevo claustro conventual, noviciado, enfermerías y escuela de niños. Esta obra fue proyectada y dirigida por uno de los más grandes arquitectos de la época, el insigne maestro en arquitectura don Lorenzo Rodríguez, quien materializó en este conjunto arquitectónico, la confluencia del barroco y el incipiente neoclásico con una fuerte carga simbólica betlemita guatemalteca.
Este nuevo claustro y noviciado se encontraba cerrado al exterior por 16 accesorias comerciales de «Taza y Plato», cada una con un nivel de tienda y trastienda en planta baja y dos habitaciones en un nivel de entresuelo. Las rentas de éstas y otras muchas accesorias que circundaban la manzana de Betlemitas, aportaban fondos complementarios para sufragar parcialmente los gastos de su misión hospitalaria y educativa.
Continuando con la misión pastoral y los preceptos legados por Pedro de Betancur y Rodrigo de la Cruz y a la par de la labor hospitalaria, los Betlemitas desarrollaron una intensa actividad educativa, cuya esencia misma procuraba el trato igualitario tanto a niños de escasos recursos, como a aquellos que podían solventar su educación. Siendo una de sus particularidades el enfoque hacia la prevención y cuidado de la salud, la doctrina cristiana y de servicio al prójimo, tanto como el aprendizaje de las letras. Esta revalorización del desarrollo integral del sujeto, nos permite vislumbrar que la orden no quedó sustraída a la influencia del humanismo y movimiento de la Ilustración.
Quizá la contribución más importante de los Betlemitas haya sido en el ámbito de la salud, sus preceptos innovadores hacia la especial atención a la alimentación, cuidado y limpieza hacia los enfermos y convalecientes, la asepsia y el especial cuidado en la atención terapéutica para la recuperación de los convalecientes, con el consecuente beneficio a la productividad y la muy notable reducción de la mortandad y la invalidez laboral. Constituyen uno de los antecedentes de la moderna asistencia social y médica en el continente, involucrando la participación y compromiso económico de los patrones, dirigentes de gremios y corporaciones, la sociedad en general y el mismo gobierno.
La labor misional y educativa cotidiana que los hermanos de Belén desarrollaron al interior de la sociedad novohispana, gana simpatía, apoyo y patrocinio dentro del estamento criollo acaudalado y no pocos conflictos con la autoridad. Tal postura de apertura se mantuvo hasta la supresión de las órdenes hospitalarias de las colonias americanas de 1820, cuando finaliza la presencia de la orden de los Betlemitas en los territorios españoles. Es muy importante anotar que el pensamiento, la labor de asistencia social y los beneficios de la misión de esta comunidad tuvieron tanto peso social que no desaparecieron totalmente.
Fue tal la fama que obtuvo esta orden en el desempeño de estas labores, que al quedar suprimida la orden y clausurado el convento, el inmueble conventual hospitalario no permanece ajeno a aquella labor pastoral, convirtiéndose así en un símbolo de educación y salud para la población de la Ciudad de México, como lo reflejan sus posteriores y relevantes ocupaciones: primer colegio de Ingenieros Militares de la época independiente, seguido por el Establecimiento Central de Instrucción de Ciencias Médicas y poco después, en dos ámbitos seccionados del edificio, se da la simultánea ocupación de la Compañía Lancasteriana y el Convento y Colegio de Religiosas de la Nueva Enseñanza de Indias. Instituciones que aunque diferenciadas, constituyen ambas un hito en la reforma educativa del siglo XIX.
Hoy en día, el Banco de México conciente de la tradición y riqueza histórica de este edificio, con un proyecto del arquitecto Guillermo Gutiérrez Esquivel, se ha dado a la tarea de revitalizarlo y recuperar su función educativa, destinándolo para sede del Museo Numismático, biblioteca, acervos documentales y foro cultural.
A 175 años de la salida de los Betlemitas, un equipo interdisciplinario converge en un proyecto de Investigación en Arqueología Histórica, para rescatar con base en las evidencias materiales, la labor y presencia de esta orden que trajera de Guatemala una corriente innovadora al servicio de la salud y la educación en México
Figura 1 Área de investigación
Figura 2 Detalles del área de investigación