10. Paisajes de guerra, paisajes de cooperación: asentamiento regional de El Zotz, Guatemala

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Paisajes de guerra, paisajes de cooperación: asentamiento regional de El Zotz, Guatemala

En la antigüedad, los cerros, y otros puntos claves en el paisaje, tenían usos y significados complejos al igual que variados. En Mesoamérica, los cerros funcionaban como puntos de actividad ritual, al igual que espacios defensivos de alta visibilidad. Partiendo de la premisa de que los cerros eran espacios heterogéneos, los arqueólogos podemos estudiar las posibles funciones sociales y políticas que estos lugares jugaron en diversos puntos de su ocupación. Esta amplitud de posibilidades en el uso de los cerros nos permite proponer diversas preguntas enfocadas en delimitar como estos puntos en el paisaje se usaban en diversas áreas culturales y épocas de ocupación.

En esta ponencia estaremos discutiendo como los mayas antiguos en el Valle Buenavista, departamento de Petén, usaron los cerros durante una época de transición socio-política durante el Clásico Temprano, aproximadamente entre los años 300 al 600 DC. Durante el Clásico Temprano, los cerros del Valle Buenavista fueron transformados en espacios importantes, acogiendo pequeñas plazas, grupos de patio, un reducto (o punto elevado de vigilancia), al igual que el palacio de la dinastía Pa’Chan. Pa’Chan, cuyo significado es Cielo Fortificado, era la dinastía real en el Valle Buenavista durante el periodo Clásico. Aquí, el uso de los cerros era, en parte, el resultado de posibles conflictos violentos a nivel local. Mediante diversos textos y monumentos, sabemos que entre los mayas antiguos los conflictos violentos se distinguían por incursiones y la toma de cautivos. Conflictos violentos, en conjunto con cambios climáticos, podrían haber motivado a las comunidades antiguas en el Valle Buenavista a abandonar sus asentamientos en el valle a favor de espacios elevados.

Esta migración de los sitios en el valle hacia los cerros pudo haber alterado interacciones y prácticas diarias, pero del mismo modo pudo haber abierto paso para el desarrollo de nuevas formas de interacciones sociales basadas en la cooperación y defensa mutua. Localizados en un paisaje fracturado, estos puntos elevados permitían que los asentamientos fueran intervisibles uno con el otro, probablemente una estrategia intencional con el propósito de mantener un sentido de pertenencia y confianza entre los habitantes del Valle Buenavista.

En las Tierras Bajas Mayas, investigaciones sobre la guerra nos ha permitido apreciar las múltiples maneras en que conflictos violentos afectaron a los mayas de la época Clásica. David Webster (1976: 361) ha argumentado que los patrones de asentamientos, al igual que la localización y distribución de un sitio, presentan evidencia acerca de estas interacciones negativas (ver también Keeley et al. 2007). Entre los mayas antiguos, la guerra permitió crear y rehabilitar barreras políticas y sociales, de la misma forma que alteraba prácticas establecidas para la construcción de comunidades. Durante el periodo Clásico Temprano (250-550 DC), la incrementación del poder dinástico, al igual que una creciente evidencia de conflictos violentos, se entrelazan como dos de los desarrollos socio políticos más importantes de la época (Martin y Grube 2008:16; Inomata 2014).

Aunque la guerra y conflictos violentos trae a la mente nociones divisivas, estas también funcionaban como una fuerza unificante, fomentando cooperación y confianza entre miembros de una sociedad (Arkush 2011; Bowles y Gintis 2002; Stanish y Haley 2005; Varien et al. 2000; Golden y Scherer 2013:405). Durante el Preclásico Tardío y el Clásico Temprano (200-300 DC), los mayas de las Tierras Bajas parecen haberse preocupado más por la amenaza de ataques, reflejado en cambios en el asentamiento al igual que en la construcción de fortificaciones. Muchas comunidades durante esta época emigraron a áreas elevadas o cercaban sus centros cívicos ceremoniales con murallas defensivas. En Ceibal, investigadores han documentado un cambio significativo en el asentamiento durante la segunda parte del periodo Preclásico. Aquí las comunidades se movieron del área ceremonial en el centro del Grupo A hacia el Grupo D, localizado en un cerro cercano (Inomata 2014: 45). En el centro de Petén, el sitio de Muralla de Leon presenta un asentamiento amurallado, localizado en un área elevada al este de la Laguna Petén Itza. Murallas defensivas también son notables en el sitio de Cival, un centro importante durante el periodo Preclásico Tardío. Aquí, Estrada-Belli (2011:131) ha documentado murallas de piedra, con una altura de 2 m que cercaban la plaza del Grupo E. En el valle del Río Usumacinta, Golden y colegas (2008) también han encontrado evidencia de asentamientos defensivos localizados en los cerros durante el periodo Preclásico Tardío. En esta área el sitio de Zancudero, localizado al este de Yaxchilán, presenta una muralla monumental que mide unos 800 m de largo y unos 4 a 5 metros en altura (Golden et al. 2006; Marzahn-Ramos 2007). La muralla de Zancudero, en conjunto con el bajo cercano, cercaban el cerro, cuya altura ofrecía vistas impresionantes de la región. Al sur de Piedras Negras, el sitio de Macabilero presenta evidencia de un cerro fortificado, con murallas defensivas y terrazas monumentales fechadas preliminarmente para el periodo Preclásico Tardío. En general, estas diversas formas arquitectónicas no solo presentan diversas estrategias defensivas, sino también nos indican que la naturaleza de los conflictos violentos era distinta en regiones distintas de las Tierras Bajas.

Enfocándonos ahora en nuestro caso, vamos a movernos al Valle Buenavista. El mismo se encuentra al norte de la Laguna Petén Itzá, en el departamento del Petén. El valle corre del suroeste al noreste, extendiéndose aproximadamente 30 kilómetros. El valle y los cerros circundantes presentan una serie de sitios arqueológicos. Durante el periodo Preclásico, entre el 700 AC- 250 DC, el sitio de La Avispa, y el sitio mayor de El Palmar, eran los centros más importantes en el valle. Localizado a la orilla de una laguna, la comunidad de El Palmar construyó plazas amplias y abiertas al igual que arquitectura monumental tal como un Grupo E y un Grupo Triádico. Estos espacios sirvieron como puntos de encuentro, donde se llevaban a cabo actividades rituales al igual que representaciones (Doyle 2012: 363). Durante la transición entre el periodo Preclásico Tardío y el Clásico Temprano (200-300 DC), ocurrió una ruptura significativa en los patrones de asentamiento en las Tierras Bajas. Durante este tiempo muchos centros Preclásicos fueron abandonados. En El Palmar, los ocupantes de la ciudad dejaron de renovar la arquitectura del centro ceremonial del sitio alrededor del 300 DC (Doyle 2012: 361). Inmediatamente después, los mayas establecieron nuevos asentamientos en los cerros cercanos. Este cambio de asentamiento coincide, parecer ser, con el establecimiento de una monarquía dinástica tanto en el Valle Buenavista como en el sitio de Tikal (Houston 2008; Martin y Grube 2008: 26-27). En esta intersección, las dinastías de la familia Pa’Chan comisionaron el palacio de El Diablo en uno de los cerros más altos del valle, y el centro cívico ceremonial de El Zotz, mientras que el sitio de El Palmar fue abandonado en su totalidad (Newman y Roman 2010; Houston 2008).

Garrison y colegas (2010: 351-386), durante su documentación del asentamiento entre los sitios de El Zotz y El Palmar, notaron un patrón en el asentamiento del periodo Clásico Temprano. En base de este estudio se determinó que sitios grandes y abiertos, como El Palmar, estaban en desuso, mientras que la mayoría del asentamiento durante el Clásico Temprano se movió de las partes más bajas del valle, agrupándose ahora en las esquinas del escarpe y en los cerros (ver también a Doyle e.p.: 136; Doyle et al. 2012; Beach et al. 2015:261). Otro patrón durante esta época es la intensificación en construcción dentro de El Zotz. Timothy Beach y sus colegas (2015: 265, 269-270) han determinado, mediante fechas de carbón, que la aguada en El Zotz, la fuente principal de agua en el sitio, fue construida durante el periodo Clásico Temprano. Información adquirida de la aguada de El Zotz sugiere que el periodo Clásico Temprano fue el tiempo de mayor actividad en el sitio, con poca evidencia de modificaciones en los siglos anteriores (Beach et al. 2015:269-270). En el Valle Buenavista esta reorganización del asentamiento coincide con degradación ambiental al igual que la posibilidad de conflictos socio-políticos entre Tikal y El Zotz durante el final del Preclásico Tardío.

Como parte del programa de reconocimiento regional de El Zotz, los autores reconocieron y documentaron nuevos asentamientos en los cerros y los valles del Biotopo San Miguel La Palotada durante la temporada 2015 del Proyecto Arqueológico El Zotz. Uno de los asentamientos descubiertos es un sitio pequeño en la cumbre de un cerro llamado El Fortín. El Fortín, se encuentra a 394 metros encima del nivel del mar, en la parte más alta de un cerro extenso a 3.80 kilómetros del palacio de El Diablo. El sitio contiene tres plataformas que varían entre los 0.25 m a 1.50 metros de altura, rodeando un montículo central que mide 3 m en altura. Estas plataformas encierran un área pequeña de 575 metros cuadrados. El montículo central contiene dos saqueos y evidencia de que parte de la superestructura colapsó. El saqueo al sur de la estructura reveló una fase constructiva en el montículo central, al igual que dos pisos estucados. El primer piso estucado probablemente fue construido luego de la nivelación original del cerro, asociado con la expansión del sitio. El segundo piso estucado corresponde a la construcción del montículo. Cerámica recuperada de contextos mixtos dentro del montículo presentan una fecha preliminar en el Clásico Temprano.

Se documentó otro sitio nuevo, nombrado Tucancito, en la cima de un cerro al noreste de El Fortín. El sitio se caracteriza por tener tres pirámides, una plaza central, y dos montículos pequeños bordeando el lado sur de la plaza. El sitio se encuentra encima de un cerro modificado, cuya área es alrededor de 609 metros cuadrados. El material cerámico recuperado de los saqueos en las estructuras y en la plaza colocan temporalmente al sitio de Tucancito el periodo Clásico Temprano. Un saqueo en la parte suroeste de la plataforma reveló que la plaza fue renovada por lo menos tres veces, cada una de estas renovaciones con un piso estucado delgado. La localización, diseño, y tamaño de las estructuras apuntan a la función del sitio como un espacio ceremonial, potencialmente usado por las personas que viven en este cerro y en los cerros cercanos. Alguno de los detalles más importantes acerca del desarrollo del sitio proviene del saqueo al suroeste de la plaza. Encima de la plataforma, saqueadores hicieron una excavación que atravesó la plaza y los tres niveles de pisos estucados, llegando a la roca madre. El saqueo presentó evidencia de que los mayas en la antigüedad usaron la esquina del cerro como una cantera. El material recuperado de esta cantera lo más probable fue usado en el relleno de las pirámides cercanas. Luego, posiblemente durante el periodo Clásico Temprano, los mayas rellenaron la cantera al expandir la plaza unos 8 metros hacia el sur. Es notable que la nivelación y extensión de la plaza en Tucancito corresponde a una práctica común durante el Preclásico y Clásico Temprano (ver a Inomata et al. 2013). En otros cerros dentro del Biotopo San Miguel la Palotada también se documentaron una serie de terrazas, plataformas, y chultunes. Esto sugiere que mientras asentamientos grandes eran deseables en este paisaje fracturado, la mayoría del asentamiento en los cerros consistían en plataformas pequeñas, posiblemente áreas residenciales, y modificaciones en el paisaje para promover la agricultura.

Se sugiere que el cambio en el patrón del asentamiento de áreas bajas y abiertas hacia los cerros parcialmente refleja la reacción de la comunidad local en torno al incremento de conflictos violentos, pero este movimiento también cumplía con las necesidades políticas de los dinastas de El Zotz. Tres factores claves en torno a la naturaleza del asentamiento en el área sugieren un incremento en los conflictos violentos: (1) la localización de sitios nuevos en los cerros, similar a aquellos grupos discutidos por Demarest y sus colegas (1997) en el periodo Clásico Tardío en el Petexbatun; (2) el abandono de sitios Preclásicos en áreas abiertas e indefendibles; y (3) la erección de un reducto amurallado como un punto alto de la vigilancia entre el sitio de Bejucal y El Zotz.

Entre los sitios discutidos, El Fortín es único en su orientación arquitectónica. Como mencionamos anteriormente, el sitio, un posible espacio defensivo y ritual, se encuentra en unos de los puntos más altos del paisaje. Las murallas que rodean el montículo nos recuerdan a aquellas documentadas en otros asentamientos con arquitectura defensiva en las Tierras Bajas, tal como en Cival y Muralla de Leon en el centro de Petén, al igual que Macabilero y Zancudero en el Valle del Río Usumacinta (Estrada-Belli 2011). Considerando que no hay evidencia de más asentamientos en este cerro en particular, al igual que la posición elevada en el paisaje, puede ser que los mayas seleccionaron esta área intencionalmente como un punto de visibilidad extensa, una interpretación apoyada por análisis de visibilidad llevado a cabo en el programa de sistema de información geográfica. Con esto en mente, sugerimos que El Fortín potencialmente sirvió como un reducto protegido, un punto importante de vigilancia del movimiento en el paisaje.

Como un reducto, el sitio de El Fortín tiene implicaciones para nuestro entendimiento de la naturaleza de la guerra en las Tierras Bajas durante el periodo Clásico Temprano. El sitio refuerza la primacía de la visibilidad tanto como una estrategia defensiva como también una herramienta para el desarrollo de confianza y cooperación entre los habitantes de un lugar. Mediante estudios de visibilidad en el SIG, hemos determinado que El Fortín tenía amplia visibilidad en el paisaje, no solo en el asentamiento cercano, si no también hacia el valle que corta hacia el norte en dirección al escarpe. Como un punto de vigilancia, El Fortín se asemeja a los puntos de vigilancia documentados por Scherer y Golden (2009: 296-297) cerca de Tecolote, al igual que las pukaras en los cerros de los Andes documentadas por Arkush (2011; ver también Bongers et al. 2011: 1688).

El Fortín forma parte de lo que Stephen Houston (comunicación personal 2016) describe como un paisaje de expectación, donde ciertas características arquitectónicas se desarrollan a base de eventos previstos o previsibles, en este caso conflictos violentos. El Fortín probablemente fue usado como un punto de vigilancia por los dinastas Pa’Chan, con la pirámide central proveyendo una elevación adicional en el paisaje montañosos, y las tres murallas encerrando y protegiendo este punto de vigilancia de cualquier incursión foránea. Aunque las murallas en si no son muy altas, midiendo entre 25 centímetros y 1.5 metros de altura, esto no debe refutar el argumento de que su propósito era en realidad defensivo. Las murallas de El Fortín no tenían que ser muy altas ni completas para proveer protección, ya que el uso primordial del sito era la supervisión del movimiento en el paisaje, no la protección continua de asentamientos. En sí, El Fortín funcionaba de manera similar a otros puntos de vigilancia documentado en los Andes (ver a Arkush y Stanish 2005:7-8). En la guerra de asedio que distinguía el conflicto entre grupos mayas en el periodo Clásico, El Fortín probablemente servía más como un punto de control de movimiento de personas, y no necesariamente indica un control de terreno. Este punto elevado, a la par con otros sitios en cerros que probablemente jugaban un papel similar, eran parte un paisaje planificado que se desarrolló a la par con la llegada del reinado dinástico en el Valle Buenavista.

En El Zotz, aunque mantener visibilidad en el paisaje era una estrategia defensiva importante, esta también nutría vínculos sociales en un paisaje donde estrategias establecidas para crear comunidad no eran posibles. Mientras que la migración hacia los cerros tuvo implicaciones importantes, tal como mayor defensibilidad y visibilidad de grupos entrantes, este cambio también requirió de la adaptación de comunidades existentes a nuevos paisajes. Entonces, de la misma manera que podemos hablar de paisajes de guerra, también podemos discutir los paisajes de cooperación que se desarrollaron a causa de conflictos violentos.

La comunidad que emergió del conflicto del Preclásico Tardío era distinta no solo en tamaño sino también en su organización. Mientras que sitios con plazas, tal como Tucancito y el centro dinástico de Bejucal eran lugares importantes a nivel regional, espacios grandes y abiertos en donde conglomerarse permanecían limitados. La separación física de las comunidades en este paisaje fracturado fomentó a que los pobladores experimentaran con nuevas formas de como relacionarse unos con el otro. El desarrollo de confianza era una consideración importante entre los estados del periodo Clásico maya durante tiempos de conflicto, un argumento que Golden y Scherer (2013: 405) han propuesto para Piedras Negras y Yaxchilán. Nosotros sugerimos que la intervisibilidad entre los sitios ayudo a los residentes de ese paisaje a mantener vínculos sociales. Mientras que interacciones diarias entre miembros de comunidades viviendo en cerros distintos no era posible, el poder ver a sus vecinos cercanos podría haber permitido que un sentido de pertenencia y cooperación se desarrollase, uno basado en defensa mutua.

Los asentamientos en los cerros dispersos cerca de El Zotz presentan evidencia acerca de reductos antiguos, espacios público rituales, modificaciones para la agricultura, al igual que grupos residenciales. Evidencia inicial sugiere que la amenaza de conflicto violento era una de varios mecanismos que motivó a las comunidades a asentarse en estos cerros. Esta migración a áreas elevadas era concurrente con el establecimiento del reino dinástico en el sitio de El Zotz, demostrando varias capas de obligación social a la que tenían que responder estas comunidades. Estudios de cuencas visuales demuestran que la visibilidad era una consideración importante para los dinastas del área, estableciendo El Fortín como un punto de vigilancia en el área, mientras que la intervisibilidad entre grupos no élites fomentó un sentido de cooperación y pertenencia que de otra manera no hubiese sido posible en el paisaje fracturado. A pesar de que este trabajo se ha beneficiado de muchas temporadas de investigación, todavía queda mucho por conocer dentro del Valle Buenavista, en especial las micro-historias que presenta el asentamiento regional del área.

 

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