001 Preclásico, Clásico, Posclásico… y Contemporáneo: Arqueología, Historia del Arte e Historiografía Maya. Laura L. Gámez – Simposio 28, 2014

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001 Preclásico, Clásico, Posclásico… y Contemporáneo: Arqueología, Historia del Arte e Historiografía Maya.

Laura L. Gámez

 

XXVIII Simposio de Investigaciones
Arqueológicas en Guatemala

Museo Nacional de Arqueología y Etnología
14 al 18 de julio de 2014

Editores
Bárbara Arroyo
Luis Méndez Salinas
Lorena Paiz

 

Referencia:

Gámez, Laura L.
2015 Preclásico, Clásico, Posclásico… y Contemporáneo: Arqueología, Historia del Arte e Historiografía Maya. En XXVIII Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 2014 (editado por B. Arroyo, L. Méndez Salinas y L. Paiz), pp. 33-38. Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala.

 

Preclásico, Clásico, Posclásico… y Contemp oráneo: Arqueología, Historia del Arte e Historiografía Maya
Laura L. Gámez
Palabras clave
Guatemala, Arqueología, cronología, ideología sociopolítica.

Abstract
The development of the chronological scheme traditionally used in Guatemalan Archaeology was and still is, closely related to western thoughts about art. The chronology is primarily based on stylistic judgments about pre-Columbian art, which are assumed to reflect certain social phenomena. The adoption of the traditional chronology in Guatemala has an impact not only on the practice of archaeology, but also in the official discourse and public perception of native cultures. While important evidence questions stablished perceptions, contemporary sociopolitical processes lead to question the role of Archaeology in Guatemala. This paper focuses its attention in these topics, exploring its origin in hopes of promoting reflection about it amongst academics.

 

El esquema cronológico tradicionalmente utilizado en la Arqueología guatemalteca es ampliamente conocido por todos (o al menos por el público interesado), siendo el utilizado no sólo por profesionales de la Arqueología, sino también por el sistema educativo nacional, museos, guías de turismo, la prensa, entre otros. De modo general, concebimos el desarrollo cultural, específicamente Maya, como una secuencia de tres grandes etapas o periodos temporales: Preclásico, Clásico y Posclásico.

Estos términos proporcionan un marco efectivo para pensar en etapas temporales a lo largo de las cuales se desarrolló el devenir histórico antes de la llegada de los europeos. Es decir, esta estructura podría simplemente referirse a periodos de tiempo subsecuentes. El gremio arqueológico la utiliza con tanta naturalidad que el esquema da forma a nuestro entendimiento e interpretación del pasado. Resultaría difícil promover cambios sustanciales en la misma o aún más improbable, su reemplazo. Sin embargo, el esquema acarrea ciertos problemas dignos de atención. Esta ponencia discute tres aspectos que de alguna manera cuestionan el valor del esquema cronológico tradicional, explorando sus orígenes y ejemplificando los efectos de la misma problemática.

Los tres aspectos a discutir son: la visión lineal/evolutiva del tiempo, el determinismo temporal implícito y el sesgo ideológico implícito.
Estos tres aspectos se encuentran estrechamente interrelacionados y afectan no sólo el quehacer arqueológico y sus productos, sino también el producto que se transmite al público, que no está libre de implicaciones sociopolíticas. El objeto de estudio de la Arqueología se encuentra tipificado como patrimonio cultural de la nación. Lo cual indica que es de relevancia pública. Pero, ¿qué le hemos transmitido al público acerca de la historia arqueológica de la nación?

Citando casos de literatura no-especializada disponible al público guatemalteco, encontramos, por ejemplo, que en una publicación electrónica del Ministerio de Educación del año 2013 titulada Historia de Guatemala, se lee:
“Su historia [de los mayas de la época prehispánica] se divide en tres períodos: preclásico, clásico y postclásico, siendo durante el período clásico cuando esta civilización tiene sus principales adelantos científicos y culturales”.

Cabe preguntarnos ¿A qué se refiere con “adelantos científicos y culturales”? En la obra de José Móbil y Ariel Déleon de 1991, se indica:
“De acuerdo con el desarrollo de la ciencia y el dominio que obtuvieron sobre la naturaleza, la historia del pueblo maya se ha divido en tres períodos que se denominan Preclásico, Clásico y Posclásico.

Los pueblos mayas que habitaron las tierras bajas de Petén y los altos de Guatemala produjeron escasas muestras del arte cerámico preclásico y únicamente se han encontrado objetos muy primitivos…
La civilización maya clásica se difundió por varios cientos de kilómetros… La escritura aparece desde los albores del período clásico… Las primeras ciudades colosales comienzan a construirse…
La pintura clásica maya […] alcanzó niveles técnicos y simbólicos de gran maestría y excelsitud… La cerámica de la época maya clásica tiene un gran valor estético e histórico…
…Sin embargo, promediando los siglos IX y X fueron despoblándose poco a poco las ciudades mayas hasta llegar a su decadencia definitiva y al abandono total de los majestuosos centros ceremoniales… [facilitándose la] penetración definitiva a finales del mismo siglo [X] o principios del XI, de fuertes grupos de emigrantes toltecas que dominan económica, política, militar y culturalmente…” (Móbil y DéLeon 1991:75-81).

En estos ejemplos de literatura educativa en Guatemala, que a su vez recopilan su información de fuentes académicas, el esquema cronológico se concibe como un esquema evolutivo en donde una cultura nace, crece y muere. Se entiende al Preclásico como una época primitiva en donde no se han desarrollado todavía los más relevantes indicadores de alta cultura. El Clásico, se entiende como un periodo caracterizado por grandes logros culturales, mientras que el Posclásico es una época decadente durante la que se pierden los logros anteriores.

Ubicado en el centro de la secuencia, el Clásico es claramente el protagonista. Tanto que los otros periodos han sido denominados en función del mismo. Como sus nombres lo indican, el Preclásico, precede al Clásico, mientras que el postclásico le sobreviene. En el lenguaje moderno, el apelativo de “clásico” denota algo digno de remembranza y admiración, una calidad particular en el arte, la literatura, la arquitectura, etc. Se utiliza para referirse, por ejemplo, a la elegante música europea producida bajo estrictas normas durante los siglos XVI al XIX, o a la admirable arquitectura Greco-Romana de los primeros siglos de nuestra era. Similarmente, en referencia a la cultura Maya evoca una época durante la que se produjeron admirables obras. El Clásico opaca a los otros dos periodos, que son de alguna manera inferiores pues el primero resulta “primitivo” en comparación al Clásico y el otro resulta “decadente.”

Aunque a la mayoría de estudiosos de la cultura Maya prehispánica esta caracterización pueda parecernos ajena, propia de sectores poco familiarizados con la materia, es importante notar que la misma forma una parte integral de nuestra labor y de lo que se transmite al público.

De hecho, encontramos el Clásico de las Tierras Bajas Mayas tan atractivo que nuestros esfuerzos se concentran en el mismo. Tomando una muestra de títulos de ponencias presentadas en el Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala entre los años de 1987 al 2010, encontramos que el 50% (n=133.1) se refería explícitamente al periodo Clásico. Le sigue el Preclásico con el 35% (n=94.5); mientras que el Posclásico ocupaba un 10% (n=27.8) de las ponencias.

Interesantemente, cierto número de ponencias utilizaba otro sistema clasificatorio, refiriéndose al Formativo (5%; n=13) y al Arcaico (0.4%; n=1). De modo general, lo que estos números reflejan es un interés mayoritario por el periodo Clásico, seguido por un interés en los orígenes remotos ubicados en el Preclásico o Formativo, después de lo que se encuentra un relativo desinterés por el Postclásico.

¿Cuál es el origen de nuestra fascinación con el Clásico? ¿Es que acaso el gremio arqueológico percibe estos periodos de manera verdaderamente diferente que el público que lee a Móbil y DéLeon?
El Clásico es monumental. Es más probable encontrar textos jeroglíficos en contextos clásicos que en otros. La iconografía es altamente estilizada y sobre todo, la representación de la figura humana es la más naturalista del mundo prehispánico (Miller 2009:137-151). Por ende, a pesar de su exoticidad indígena, el Clásico es el periodo en donde las artes son más próximas a los cánones occidentales. La cultura material del Clásico, y ahora un poco la del Preclásico, satisface más nuestros valores estéticos, por lo que lo interpretamos como lo más excelso. Pero, ¿es que acaso un estilo artístico diferente al occidental es menos valioso? ¿Es que acaso una sociedad en donde la figura humana no se representa de modo naturalista es menos avanzada, es decir, más primitiva? La respuesta debería ser “no” (Pasztory 2005).

Esta forma de comprender la cultura y el desarrollo de la misma es un legado de la visión historicista e ideológica de los siglos XIX y XX, que a su vez se derivaron de ideologías aún anteriores. En la mentalidad europea de la época medieval, se creía que el mundo era reciente y de origen sobrenatural. Se creía que el mundo físico estaba en constante estado de degeneración, los cambios naturales eran parte del proceso de descomposición de la obra divina original. La humanidad había sido creada por Dios en el Jardín del Edén ubicado en el Medio Oriente, desde donde se expandió al resto del mundo. Se creía natural que los estándares de conducta humana declinaran con el tiempo. De acuerdo al historiador de la Arqueología Bruce Trigger (2006:52), durante el medioevo el interés en la cultura material de épocas pasadas era altamente limitado, el entendimiento del pasado fue creado con base en unos cuantos textos escogidos. Aunque la Arqueología como disciplina no se practicaba durante esta época, fue sobre este pensamiento que se establecieron las bases conceptuales sobre las que posteriormente se desarrolló la Arqueología (Trigger 2006:48-52).

Durante el renacimiento se despertó un interés por los orígenes, atrayendo la atención a las ciudades libres del antiguo Imperio Romano. El pasado glorioso se utilizó como fuente de inspiración para la innovación. Sin embargo, el razonamiento estaba basado en la idea medieval de que el pasado era superior al presente, por lo que podía servir como guía para el progreso. El pasado más reciente (época medieval) fue rechazado. Los intelectuales renacentistas aspiraban a emular los grandes logros de la antigüedad (Trigger 2006:55).

Durante el siglo XIV, la atención se centraba en textos latinos; mientras que durante el siglo XV se sumó atención a los textos Griegos. Un interés académico cada vez más sistemático fue expandiéndose poco a poco de los textos a la Arquitectura y el Arte. Ya para el siglo XVIII había mucho interés en el Arte clásico. Sin embargo, estas obras podían fecharse únicamente mediante textos históricos, ya que muy pocas llevaban inscripciones. Fue un anticuario alemán, Johann Winckelmann (1717-1768) quién resolvió esta problemática. Winckelmann se propuso fechar tantas esculturas como fuera posible a través de las inscripciones o textos históricos. Después, estudiando los detalles estilísticos de estas obras, determinó los estilos que eran característicos de diferentes periodos. De tal modo, estableció las bases de los métodos clasificatorios estilísticos que utilizamos aún hoy en día (Trigger 2006:57).

Winckelmann, como muchos otros de sus contemporáneos, creía que su secuencia de estilos constituía una trayectoria de desarrollo cultural y decadencia, la cual caracterizaba a las sociedades que no practicaban una fe judeocristiana. Sin embargo, en base al arte griego, Winckelmann también se esforzó por definir el ideal estándar de belleza artística, con el naturalismo como expresión máxima.

En nuestra parte del mundo, el interés por el pasado remoto Maya no podía dejar de generarse con base en las concepciones europeas sobre la Historia, el Arte y la naturaleza de los mismos Mayas. Durante el siglo XIX se desarrolló cierto interés público por el pasado anterior a la Colonia, dentro de lo que los grandes sitios arqueológicos de Petén y Yucatán eran centrales. No obstante, el establecimiento de la identidad de los constructores de las grandes pirámides representaba un gran desafío intelectual. Desde tiempos coloniales se había establecido la idea de que las ruinas no habían sido obra de los indígenas locales, sino de inmigrantes del Viejo Mundo, incluso posiblemente romanos (Chinchilla 1999:56-58). Las interpretaciones eran variadas, pero generalmente coincidían en que los indígenas contemporáneos no podían haber sido los responsables. Por ejemplo, el explorador austriaco Friedrichsthal indicó en 1841 haber llegado a la conclusión de que los constructores de las ruinas Mayas de Yucatán pertenecían a una “raza caucásica en apariencia”, una raza con grandes conocimientos que dominó al pueblo aborigen, esclavizándolo (Taracena y Sellen 2006:56). Esta opinión contrastaba, por ejemplo, con la de Lloyd Stephens o José Cecilio del Valle, quienes consideraban que las ruinas sí eran obras nativas. Empero, todos coincidían en la idea de que los indígenas contemporáneos serían incapaces de tales logros (Chinchilla 1999; Taracena 2006; Taracena y Sellen 2006). Más aún, a pesar de que existiese un reconocimiento de continuidad histórica, el discurso guatemalteco del siglo XIX tendía a afirmar que la decadencia de la civilización Maya no se inició con la conquista en el siglo XVI, sino en el siglo X, por lo que los descendientes posteriores y los contemporáneos no eran representantes del esplendor pasado.

En Guatemala no se dudaba de la autoría indígena de las ruinas de Iximche’ o Utatlan, ya que habían estado habitadas a la llegada de los españoles. Sin embargo, el discurso fue tendiendo a una separación cada vez más marcada entre un pasado Maya glorioso y otro menos glorioso de los “reinos indígenas”. Con el pasar del tiempo, se llegó a desvincular culturalmente a los Mayas de Tierras Altas y los de Tierras Bajas. A inicios del siglo XX, con los nuevos hallazgos arqueológicos de exploradores extranjeros, se dio aún mayor énfasis a la tesis de la descomposición cultural mucho antes de la conquista española (Taracena 2006:49).

Todo este bagaje histórico e ideológico, presente tanto en el pensamiento nacional como extranjero, conllevó al establecimiento del esquema cronológico tradicional, que se consolidó en su firmeza actual a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Dentro de un sistema académico poco crítico, se continúa otorgando mayor valía a la monumentalidad, demeritando a las sociedades que no produjeron una cultura material placentera al ojo occidentalizado. El problema central de este esquema es que implica juicios de valor. No obstante, la labor arqueológica en Guatemala (y el área Maya en general) ha sido altamente prolífera durante las últimas décadas, otorgando la oportunidad de cuestionar nuestra propia percepción de la historia.
Por ejemplo, uno de los elementos más comúnmente citados como característicos del periodo “Clásico” fue la existencia de un sistema de escritura. De hecho, el periodo Clásico se definió originalmente en base a la presencia de monumentos con inscripciones jeroglíficas. Hoy en día conocemos innumerables obras de arte Clásico Maya que incluyen inscripciones jeroglíficas: monumentos labrados en piedra, vasijas cerámicas pintadas con complejas escenas, pinturas murales, dinteles de madera y múltiples objetos portátiles con incisiones.

La presencia de escritura se considera de modo general, un indicador de la “alta cultura clásica.” La escritura es un fenómeno que marcó el inicio del Clásico; mientras que su desaparición marca su final durante el llamado “colapso de la civilización Maya”. Es más, la ausencia de escritura es una característica que usualmente se cita como propia del Posclásico. Esta caracterización perdura fuertemente enraizada en el discurso académico utilizado en Guatemala y por ende, en el imaginario del guatemalteco con acceso a la información.

Algunos de los hallazgos más llamativos de la última década en Guatemala provienen del sitio arqueológico San Bartolo, en Petén. Entre estos hallazgo se encuentra una serie de fragmentos murales, descubiertos por el equipo multidisciplinario estadounidense y guatemalteco del Proyecto Arqueológico San Bartolo. Aunque los murales más famosos no incluyen escritura, existe una pequeña sección relativamente aislada que consiste en una secuencia jeroglífica (Saturno et al. 2006). La secuencia es pequeña y aparentemente sencilla. Fue dibujada mediante finos trazos negros sobre una banda amarilla. Su significado continúa siendo un misterio, la caligrafía es antigua e indescifrable hasta ahora.

La construcción en la que se descubrió esta secuencia jeroglífica ha sido fechada para el Preclásico, entre el año 400 y el 300 antes de Cristo. Los murales de San Bartolo se conservan en el estado actual debido a que los mismos antiguos ocupantes de la ciudad rellenaron los edificios pintados y los revistieron con nuevas etapas constructivas, dejando secciones de los murales intactos y protegidos por el volumen de relleno colocado. Este es un caso muy particular. Sin embargo, aunque es el único que conocemos hasta ahora, es muy probable que sea tan solo una muestra de algo que era más común de lo que pueda imaginarse ahora.

Un aspecto importantísimo que este hallazgo evidencia es que la escritura no es un fenómeno exclusivo del periodo Clásico. De hecho, esta pequeña columna jeroglífica revela que para el año 300 AC, los antiguos habitantes de San Bartolo ya poseían un sistema de escritura plenamente desarrollado. Es decir que estaban escribiendo desde tiempo atrás. Revela además que desconocemos cuándo tuvo lugar en verdad el origen de la escritura Maya.

Este caso de San Bartolo se cita como un ejemplo de descubrimiento reciente que ha tenido cierta difusión. Sin embargo, no es de ninguna manera el único ejemplo. De hecho, otras muestras tempranas de escritura en México y Guatemala han sido discutidas por múltiples investigadores desde hace ya varias décadas (véase por ejemplo Marcus 1976) y se siguen discutiendo (véase por ejemplo Houston 2005)
Los Mayas de los últimos siglos antes de la era cristiana no solían erigir estelas, que es el medio más perdurable en el que los Mayas del Clásico plasmaron inscripciones. El arte arquitectónico “Preclásico” utilizaba como elemento central los relieves de estuco en las fachadas de las plataformas piramidales. Tales relieves usualmente retratan rostros míticos o de connotaciones cosmológicas (Miller 2009:33). No se asocian a escritura. No tenían connotaciones narrativas. El arte clásico, en cambio, se centra en la figura de gobernantes semi-divinos. Es un tipo de arte que se desarrolló como manifestación de la hiper-centralización del poder político, económico, religioso y social en la figura de una persona. El arte clásico se valió del sistema de escritura para conmemorar y en algunas ocasiones narrar las glorias y en otras las derrotas, de los gobernantes (ver por ejemplo, caracterización en Miller 2009).

Ahora, desplazándonos hacia delante en el tiempo, después de complejos procesos de cambio social en el territorio Maya a lo largo de los siglos VIII y IX de la era cristiana, el sistema de gobierno fue modificado. Las dinastías clásicas aparentemente desaparecieron y los centros urbanos de la región del centro de Petén fueron en su mayoría desalojados. Pero esto no quiere decir de ninguna manera que desapareciese toda la gente. La gente se reestableció en nuevas localidades y nuevos sistemas de gobierno fueron establecidos. Aunque las sociedades posclásicas continuaron siendo fuertemente jerarquizadas, el poder central lo ejercían consejos con representación de más de un linaje (véase por ejemplo, Fox 1987). De tal modo, el arte clásico y su enfoque en los reyes semi-divinos se tornaron obsoletos. Nuevas alternativas fueron creadas y estas nuevas alternativas simplemente no hacían el mismo uso de la escritura para comunicar su mensaje.

Aunque la escritura dejó de ser central para el estilo de arte posclásico, esto no puede considerarse evidencia de su desaparición. La escritura simplemente se concentró en otros medios más apropiados para la época. La más obvia evidencia de que la escritura jeroglífica no desapareció después del Clásico reside en los códices Mayas que se conocen en la actualidad (Miller 2009:166-170). Estos obviamente son una pequeña muestra de un tipo de artefacto que por su naturaleza perecedera ha sobrevivido poco en el registro arqueológico, pero que sin duda era popular durante el Posclásico y existió también durante periodos anteriores.

Los códices contienen extensas secuencias jeroglíficas combinadas con múltiples ilustraciones. El contenido de estos textos es fundamentalmente cosmológico, incluyendo registros astronómicos y adivinatorios. El monumento de piedra no sería un medio apropiado para este tipo de texto. El uso posclásico de la escritura requería de medios más livianos y portátiles, así como de extensas superficies. Es así que el escaso reconocimiento que la escritura posclásica ha recibido en el estudio del Arte e Historia Maya se debe más bien a la escasez de códices conocidos y no a la ausencia de escritura.

Consideraciones finales
La breve ejemplificación anterior ilustra cómo la caracterización tradicional de desarrollo de la cultura Maya y el esquema cronológico tradicional son refutables. Como mencionaba con anterioridad, un problema del esquema cronológico tradicional es que acarrea ciertos sesgos que entorpecen de alguna manera el cabal entendimiento de la Historia Maya. Por un lado, proporciona una visión evolutiva lineal del desarrollo histórico. Es decir que conceptualiza el tiempo como un flujo unilineal irreversible, obviando la complejidad del devenir histórico y la diversidad de trayectorias que las múltiples sociedades prehispánicas pudieron experimentar. Por otro lado, el esquema cronológico tradicional también acarrea una visión determinista de la Historia. Otorga la falsa impresión de que cada transición de periodo corresponde a cambios profundos y claramente demarcados. Como consecuencia, se tiende a la caracterización de las sociedades fechadas para cada periodo de acuerdo a la lista preestablecida de rasgos determinantes de acuerdo a su asignación cronológica.

Finalmente, el problema más agudo en torno al esquema cronológico tradicional es que acarrea juicios de valor derivados de cuestiones ideológicas, políticas y económicas fuertemente enraizadas en la cultura guatemalteca. Estos juicios de valor no sólo inciden en el grado de interés académico que recibe cada una de estas etapas históricas, sino que continúa respaldando la visión peyorativa de la cultura Maya posclásica, histórica y reciente, particularmente reforzada por el sensacionalismo en torno al final del Clásico.

Guatemala se define hoy en día como un país multicultural y plurilingüe en donde casi la mitad de la población se clasifica como indígena. Una de las más importantes fuentes de ingresos para el país es el turismo, dentro de lo que probablemente el sector más relevante es el del turismo cultural, que incluye el recurso arqueológico y etnográfico. Sin embargo, los índices de desigualdad socioeconómica en Guatemala se encuentran entre los más elevados del continente. Aunque la pobreza y la falta de acceso a la educación afectan tanto a indígenas como a no-indígenas, es claro que una mayoría de población indígena es la que se encuentra en mayor desventaja.
Las ideas sobre el pasado están generalmente relacionadas con la legitimización de intereses políticos y económicos, mientras que la construcción de la identidad social está estrechamente ligada al conocimiento del pasado (Trigger 2006:45). La Arqueología no es ajena a la vida moderna. De serlo, sería absolutamente irrelevante. La Historia arqueológica tiene la capacidad de aportar a la construcción de una sociedad más armónica y tolerante; pero al mismo tiempo, puede potencialmente contribuir al establecimiento y perpetuación de estereotipos negativos.

Aunque el esquema cronológico es eficiente en tanto nos ayuda a conceptualizar tres bloques de tiempo subsecuentes de la historia prehispánica, acarrea limitantes debido al bagaje ideológico detrás de la misma conceptualización. No es lo mismo decir “Preclásico-Clásico-y-Posclásico” que decir, por ejemplo, “Período 1-Período 2-y-Período 3,” en donde las etiquetas no tienen más pretensión descriptiva que indicar que un periodo es anterior o posterior al otro.

No es esta una propuesta formal de modificar el esquema cronológico tradicional, sino simplemente abrir una puerta a la reflexión al respecto de este aspecto que aunque en apariencia simple, es un elemento central de la filosofía implícita en nuestra labor como arqueólogos e historiadores. Claramente, de nada serviría cambiar las etiquetas si únicamente se transfiriese el mismo mensaje a otra nomenclatura.

Referencias
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