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77 El honor y la deshonra entre los Mayas Clásicos – Stephen Houston, David S. Stuart y Karl Taube – Simposio 17, Año 2003

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Houston, Stephen, David S. Stuart y Karl Taube

2004        El honor y la deshonra entre los Mayas Clásicos. En XVII Simposio de Investigaciones Arqueológicas en Guatemala, 2003 (editado por J.P. Laporte, B. Arroyo, H. Escobedo y H. Mejía), pp.870-875. Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala.

77

EL HONOR Y LA DESHONRA ENTRE LOS MAYAS CLÁSICOS

Stephen Houston

David S. Stuart

Karl Taube

Algunas sociedades ponen en gran relieve las cuestiones de honor y prestigio personal, hasta el punto que pueden ser descritas como “timocracias,” un término tomado de la palabra griega tim, “honor, valor,” y kratia, “poder,” con el significado adicional de “gobernación por” (Sykes 1976:12-14). Hasta ahora las timocracias se han percibido sobretodo en el área del mediterráneo por autores como Bourdieu (1966), Brandes (1980) y Pitt-Rivers (1966). Sin embargo, la hipótesis de este ensayo es que estas sociedades, o al menos rasgos de ellas, existieron en Mesoamérica. En dicha región, un agudo sentido de valor personal (“orgullo”), especialmente entre el género masculino, jugó un papel importante en contextos de interacción interpersonal. Por ejemplo, los Aztecas concedieron una distinción a las hazañas de valentía, removiendo las insignias de logros marciales cuando el guerrero actuaba mal (Hassig 1988:42). En las timocracias, el valor personal exige un reconocimiento por otros. Si no lo recibe, el mismo sentido de honor resulta en la posibilidad de conflicto, algunas veces llevado a cabo durante muchas generaciones (Pitt-Rivers 1966:23-24).

No obstante, las timocracias no son tipos puros de sociedades sino orientaciones persistentes que guían a la acción individual y se extienden en esferas más grandes. En este patrón de comportamiento, la humillación de una persona afecta el honor de sus parientes y aliados, quienes tienen que reaccionar para mantener el honor colectivo (Bourdieu 1966:211), es decir, el orgullo es una proyección frágil que exige una vigilancia constante. En otras palabras, a juzgar por la evidencia etnográfica, uno no “nace como hombre” en sí, sino se nace por medio de actos de resistencia, procreación, provisión y gestiones acertadas, casi siempre en un ambiente de intensa competencia y peligro (Gilmore 1990:222-224).

Y no solamente son actos físicos, ya que el mantenimiento del honor se extiende a una retórica de dignidad propia (Herzfeld 1985:11, 16, 233), un atributo que explica el carácter tan egoísta de las inscripciones públicas de los antiguos Mayas. Por la misma razón, puede verse que los antagonismos perdurables entre algunos reinos Mayas, tales como Tikal y Calakmul, Piedras Negras y Yaxchilan, Tonina y Palenque, existieron en gran parte por choques estratégicos de largo plazo (Martin y Grube 2000), pero a la vez por una acumulación de agravios timocráticos: un buen ejemplo es la Estela 12 de Piedras Negras, la cual registra memorias durables de alianzas y de venganza en contra de los enemigos hereditarios de la dinastía local. Es cierto que el odio tenía un aspecto político. Sin duda, otro rasgo es que tenía una fuerza especial que debía ser canalizada a través de las emociones. Aún existe la sospecha de que estas estrategias mismas, supuestamente lógicas y racionales, plasmadas por los Richelieu de los Mayas, resultaron en cierto modo de las obligaciones de vendetta: el historiador Peter Gay las ha titulado “las coartadas de agresión” (Gay 1993:35). Según la evidencia, estos pretextos crecieron en intensidad durante el Clásico Tardío, siendo tal vez aumentados por las presiones demográficas y tensiones en las fronteras entre las entidades políticas (Webster 2002:223-228). A juzgar por la tosquedad, la plena crudeza de la imaginería de los cautivos Clásicos, el nivel de odio creció entre los antagonistas durante esta época.

La existencia de orgullo y honor presume lo contrario, la vergüenza y la humillación. Las fuentes léxicas de los Mayas, tales como el diccionario Santo Domingo del Tzotzil colonial, caracterizan estos conceptos como entendimientos puramente sociales, en los que una persona honrada es alguien que infunde creencia, respeto hasta temor – en palabras indígenas el honrado es “engrandecido”, “levantado”, “cubierto por perfumes agradables”; los que no gozan de honor no quieren nada más que huir (Laughlin 1988, I:231; II:407; hay términos comparables en Ch’olti’ y Tzeltal colonial). El nexo entre el “honor” y la “obediencia” se atestigua en Yukateko colonial con una línea fina entre los que merecen “respeto” y los que son “arrogantes” (Barrera Vásquez 1980:860; Michelon 1976:368-69). En Tzotzil colonial, la “venganza” involucró estados muy “calientes” y necesitaron hacer un acto de “doblar” (pak) o, en Yukateko, ch’a toh, “hacerlo recto o correcto” en el sentido de rectificación o restitución (Andrews Heath de Zapata 1978:213; Laughlin 1988, I:278; Michelon 1976:104).

En las representaciones disponibles de la época Clásica no se encuentran personas tan deshonradas como los cautivos de la élite, la mayoría tomados en combates abiertos o emboscadas. Después de la batalla, los cautivos fueron despojados de sus joyas y otros distintivos de rango (con algunas pocas excepciones), y, al aparecer en exhibiciones públicas, compactados en actitudes sumamente incómodas. Sin embargo, los cautivos Clásicos también inyectan un sentido de contradicción. Los vencedores desean humillar a sus prisioneros y a la vez acentuar su estatus como trofeos de guerra. En la imaginería, los cautivos fueron golpeados y pulverizados (algunos con caras hechas papillas, los ojos hinchados y cerrados), pero al mismo tiempo reciben la dignidad de que se registren nombres personales, títulos y en escasos ejemplares, las insignias de rango: el Monumento 122 de Tonina muestra a K’an Joy Chitam de Palenque con su joya de “bufón” y su cinta de liderazgo (sak huun). La ironía de los grandes personajes tirados al suelo seguramente impactó a los observadores, quienes recibieron por estos medios varios mensajes sutiles sobre el destino que puede esperar cualquier guerrero. Estas imágenes, los escenarios de triunfo, de una manera implícita amonestan a los que no están preparados para batalla y subrayan el resultado poco seguro. Por lo tanto, estos testimonios de las proezas de conflicto reflejan el honor defendido y son una exhortación a la conducta en el porvenir.

Otra discrepancia queda en dos tendencias de distinguir a los cautivos y ponerlos en categorías amplias y casi impersonales. Los cautivos fueron representados en su momento de derrota, con el cabello desordenado, como en Asiria antigua, un símbolo de las miserias del cautiverio (Cifarelli 1998). A la vez, los cautivos se registraron en tabulaciones impersonales. Por medio de un título relativamente común, especialmente en la región del Usumacinta, alguien puede ser absorbido en la identidad del vencedor, como, por ejemplo, el “quinto cautivo,” un simple paso en la carrera marcial de un guerrero exitoso (D. Stuart 1985). La imagen de captura, única en la historia pero estilizada según los cánones artísticos, se enfoca en la singularidad del cautivo, y en el valor y habilidad del vencedor. En contraste, la “cuenta de los cautivos” es mucho más somera o superficial, una taquigrafía de la gloria personal. La concentración de estos títulos en sitios pequeños – no existe en lugares como Tikal o Calakmul – insinúa que las tendencias timocráticas desempeñan un papel más fuerte en las cortes reales con grupos pequeños de guerreros y gobernantes involucrados de una manera más intensa en riñas y líos.

En el caso del lugar remoto de Islandia medieval, William Miller sugiere lo mismo, que existió una diferencia entre las llamadas sociedades “épicas” y las supuestas “románticas”, las primeras con luchas entre hombres de estatus más o menos equivalente y en contextos de estados muy débiles, las segundas basándose en honores otorgados por personas de rango más alto (W. Miller 1993:84). La sospecha es que las sociedades de los Mayas Clásicos variaron para adelante y para atrás entre lo “épico” y lo “romántico” en la terminología de Miller.

La ambigüedad de los cautivos está reflejada en una deidad vinculada con el concepto de gobernación, 1 Ajaw, quien aparece a veces como una víctima de batalla. El Altar 10 de Tikal representa algunas versiones de 1 Ajaw con pelo largo y desarreglado, sus brazos atados detrás de la espalda (Jones y Satterthwaite 1982:figs.34a, b). No obstante, sus marcas de cinta frontal y manchas están en su lugar. Tonina también presenta imágenes de cautivos, con plena exhibición de sus órganos genitales (el Monumento 33, I. Graham y Mathews 1996:80). Por lo general, especialmente en la región del Pasión, son los reyes quienes marcan sus cuerpos – o más bien sus representaciones – con círculos grandes que sirven a los lados de las estelas como cartuchos de glifos (e.g., la Estela 6 de Arroyo de Piedra, la Estela 5 de Tamarindito, Houston 1993:fig.3-4) – las estelas funcionan casi como si fuesen simulacros de la piel real. En comparación, las esculturas de Tonina muestran cautivos con estos círculos, algunos con sus nombres en escritura Maya (e.g., Monumento 84 de Tonina, I. Graham y Mathews 1996:114; 3-5).

Los gobernantes que matan y esclavizan a estos personajes ejemplifican una moralidad ambigua. En cierto sentido, los reyes encarnan a la maldad, puesto que en algunas fuentes son los reyes de la muerte quienes matan a 1 Ajaw. Igual a 1 Ajaw, un señor que emplea la astucia en contextos de adversidad puede esperar un proceso de renacimiento y triunfo; un cautivo provoca una emoción más equívoca, a su vez asco y compasión, el primero como un enemigo conquistado, el segundo como un adversario digno que merece la atención y vale el esfuerzo de cautivarlo.

En otras partes del mundo se encuentra evidencia de relaciones ficticias y casi paternales entre los cautivos y sus vencedores. Susan Rasmussen identifica como atributos claves la ausencia de madurez legal junto con, por implicación, la posibilidad de relaciones de largo plazo e incluso la posibilidad de herencia de sus dueños (e.g., Rasmussen 1999:75, 85, 98; también Hoskins 1996:5). El antropólogo James Watson (1980), plantea la idea de que ciertos sistemas de control corporal o físico fueron “abiertos”, ya que tenían la opción de incorporar esclavos como un tipo especial de “pariente”. Watson dice que los sistemas “abiertos” existen mayormente en las sociedades con gran énfasis en la labor humana en vez de terrenos agrícolas. Al contrario, los sistemas “cerrados”, tales como los de Asia, asignaron mayor valor a la tierra y trataron a los esclavos como si fuesen bienes (J. Watson 1980). De ser correcta, esta teoría puede predecir un estatus variable entre los esclavos de la época Clásica, desde un patrón “abierto”, con señas de parentesco cuando la tierra fue abundante, hasta un sistema “cerrado” del Clásico Tardío en contextos de alta presión de asentamiento.

En muchos sentidos, el cautivo de guerra estuvo en una posición imposible. Como ha comentado Igor Kopytoff (1982:222), estos personajes no fueron ni una cosa ni otra: en primer lugar tenían que ser despojados de su estatus social, casi deshumanizados; después fueron “re-humanizados” para insertarlos en un nivel subordinado dentro de la sociedad. Las excepciones en África y otros lugares fueron precisamente los que se ofrecieron como sacrificios humanos (Kopytoff 1982:222; Patterson 1982). Desdichadamente, los Mayas del Clásico no dan mucha información con respecto a las ideas de Watson. Es posible que algunos cautivos fueron mantenidos a largo plazo como rehenes – K’an Joy Chitam de Palenque es un buen ejemplo – pero el parentesco no aparece tan claro en la evidencia glífica. Entre los Hurones de Canadá, los cautivos de guerra eran “parientes” a la vez que fueron torturados hasta la muerte (Heidenreich 1978:386). Es decir, las formulaciones de Watson y Kopytoff no representan completamente las sutilezas de la evidencia Maya, aunque pueden servir como base para discusión.

Como todos los rasgos del mundo Maya, el trato y la presentación de los cautivos tuvieron una historia, o sea con indicaciones no solamente de continuidad sino de cambios. En los retratos más antiguos, por ejemplo, los cautivos aparecen en momentos de súplica, su pelo suelto y desordenado (Adams 1999:figs.3-33). Algunos aparecen en las orejeras, como si estuviesen suplicando a los oídos del portador (G. Stuart 1987:17). La postura angular de los cautivos fue un espacio en el cual los artistas Mayas lograron experimentar con el cuerpo humano en representaciones inconcebibles en retratos reales, un comentario que Mary Miller ha hecho en varios contextos. De hecho, la gran parte de las brutalidades, o al menos sus representaciones, se remontan al Clásico Tardío, cuando los cautivos fueron tratados como bienes y tributo para los jefes supremos (e.g., Schele y M. Miller 1986:pl.86, especialmente en la frase u b’aak ti yajaw, literalmente “sus cautivos para su señor”).

Al concluir este ensayo tan breve, sería útil trazar el tema central, el que los actos de deshonra personal se dirigen principalmente a la “carne de mala gana”, a los cuerpos que fueron deshumanizados, degradados y privados de todo, excepto de la voluntad de expresar dolor. Al morir, los cautivos no tuvieron control sobre sus cuerpos o partes del cuerpo – su vergüenza fue total. La evidencia Maya muestra tres niveles para crear un cuerpo deshonrado. El primero involucra una mezcla ambigua de rasgos: una falla de control y voluntad sobre los actos sexuales, en una forma agresiva de erotismo, muy a menudo homo-erótico, que niega por completo el consentimiento del subordinado. Desde un punto de vista, el subordinado ha perdido control sobre su sexualidad (M. Miller 2001:218). Algunos pueden argumentar que los cautivos han llegado a asumir un estado “feminizado,” porque los han asignado atributos supuestamente femeninos por ser vulnerables o débiles físicamente (W. Miller 1993:55; Trexler 1995:1). Lo inverso puede ser también correcto: el deseo central fue expresar debilidad, y las mujeres en estas épocas remotas suministraron un modelo cercano para este rasgo. Los Aztecas muestran evidencia de ambos puntos de vista, de hombres que tuvieron que vestirse como mujeres, provocando así la guerra, y de mujeres belicosas que, a pesar de ser valientes, siempre perdieron la lucha (Klein 1994:113-115). Es importante subrayar que no es crucial que estos actos o gestiones sexuales verdaderamente hayan ocurrido; lo importante fue la degradación comprensiva del cautivo.

El segundo modo fue la categorización sistemática de los cautivos como si fueran carne de animales, para ser cazada, cortada, preparada como animales, especialmente el venado, la presa más suculenta de los Mayas. Al contrario de muchos seres humanos de la época, los cautivos exhiben sus órganos masculinos, desatentos, como animales, del pudor humano. En algunos pocos casos, hay sugerencias de canibalismo ritual, como en algunos textos de Yaxchilan.

El tercer modo fue la forma más completa de degradación, en la cual los cautivos han llegado a ser, literalmente, abono en el suelo del conquistador o materiales de construcción en las ciudades del enemigo. Así formaron los Mayas el otro eje de las timocracias, un grupo de los deshonrados en contraste con sus gloriosos vencedores.

Agradecimientos

A la John Simon Guggenheim Memorial Foundation, la School of American Research y la National Endowment for the Humanities por su apoyo financiero.

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